Afganistán: el desastre humanitario

La guerra estadounidense y los civiles afganos
¿Cuánto “éxito” pueden resistir los afganos?


TomDispatch


Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens


Introducción del editor de TomDispatch:
Sin duda habéis tenido la experiencia de tirar un pequeño hilo suelto y descubrir, sorprendidos, que la vestimenta que lleváis puesta comienza repentinamente a deshacerse. Parece que algo equivalente está sucediendo en Afganistán directamente ante nuestros ojos. Allí, “el orgullo del sistema bancario de Afganistán”, Kabul Bank, con más de un millón de clientes, sufre un colapso a cámara lenta.
 Parte de un incipiente sistema bancario orgullosamente guiado por expertos estadounidenses y funcionarios del Departamento del Tesoro, ese sumidero bancario amenaza ahora con llevarse consigo a muchísimos más. En 2001, según David Nakamura y Ernesto Londoño del Washington Post, los estadounidenses que llegaban a Kabul querían crear un “sector bancario al estilo occidental… que dificultara que los terroristas obtuvieran dinero, mientras prometían a los afganos que un sistema financiero regulado sería más confiable y digno de confianza”. Y, en un sentido perverso, tuvieron éxito.

No sabemos todavía si Kabul Bank es “demasiado grande para quebrar” o no, ya que es el Goldman Sachs o el Merrill Lynch del empobrecido Afganistán. Por lo menos representa un tejido afgano que se desintegra, tejido de casi cada desastroso hilo de la guerra y ocupación estadounidenses: la profunda corrupción de la elite gobernante, el saqueo de la riqueza que le queda a ese país y su despilfarro en el exterior de las decenas de miles de millones de dólares de dinero de la droga y de fondos de la reconstrucción y de la ayuda que han desbordado un país con un producto interno bruto de sólo unos 27.000 millones de dólares, y finalmente todo el proyecto de Washington en Afganistán que, como indica a continuación el colaborador regular de TomDispatch, Nick Turse, prometió tanto y cumplió tan poco. (Por cierto, el hecho mismo de que los talibanes, los desacreditados ex gobernantes de ese país en 2001, estén viviendo un renacimiento, os dice todo lo necesario sobre el desastre estadounidense allí).
Para protegerse en el nido de víboras de la política afgana, los dos propietarios del Kabul Bank introdujeron (es decir, compraron) a un hermano del presidente Hamid Karzai (que ha estado viviendo en una villa de 5,5 millones de dólares en Dubai comprada con fondos del banco) y a un hermano del vicepresidente Muhammad Fahim (a quien prestó sólo unos 100 millones de dólares). Evidentemente, sus máximos responsables también se prestaron millones, derrochados en 18 “villas” y otras propiedades en Dubai justo cuando el mercado inmobiliario se preparaba a caer, mientras jugaban irresponsablemente con los depósitos del banco. Ya que Kabul Bank maneja los fondos del gobierno para pagar al ejército, la policía, los empleados públicos y los maestros, existe una fuerte posibilidad de descontento popular. En Kabul, la única sucursal del banco que sigue abierta está ahora rodeada de alambrada de púas y protegida por fuerzas de seguridad preparadas para repeler a golpes a los afganos que sitian el lugar desesperados por recuperar su dinero o simplemente sus salarios.

El colapso del Kabul Bank es una auténtica pesadilla afgana que amenaza con engullir a los principales políticos de ese país y posiblemente al tambaleante y podrido sistema político que los estadounidenses ayudaron a establecer durante la última década. Puede, finalmente, ser un símbolo de todo lo que la guerra estadounidense ofreció a una ínfima porción de la sociedad afgana y a casi nadie más. Tom


¿Cuánto “éxito” pueden resistir los afganos? La guerra estadounidense y los civiles afganos
Nick Turse
Con la llegada del general David Petraeus como comandante de la Guerra Afgana, se ha hablado más que nunca del significado de “éxito” en Afganistán. A fines de julio, USA Today publicó un artículo titulado “En Afganistán se mide el éxito paso a paso”. Días después, Stephen Biddle, socio para política de la defensa en el Consejo de Relaciones Exteriores, realizó una teleconferencia con los medios para hablar sobre “Definición de éxito en Afganistán”. Un editorial a mediados de agosto en el Washington Post llevaba el título: “Argumentos a favor del éxito en Afganistán”. Y antes este mes, un artículo de Associated Press apareció con el título: “Petraeus ensalza el éxito en la Guerra Afgana”.

A diferencia de la victoria, resulta que éxito es un término escurridizo. Mientras EE.UU. se acerca al décimo aniversario de la invasión de Afganistán, los eruditos han estado considerando qué exactamente puede significar “éxito” en Afganistán para Washington. Sin embargo, lo que pueda significar éxito para los afganos de a pie no ha sido un tema importante de conversación, a pesar de que los funcionarios de EE.UU. les han prometido mejorar mucho sus vidas y han pregonado los esfuerzos estadounidenses para reconstruir su país desgarrado por la guerra.


Entre 2001 y 2009, según el gobierno afgano, el país ha recibido 36.000 millones de dólares en subsidios y préstamos de naciones donantes, y EE.UU. ha desembolsado unos 23.000 millones de esa suma. Los contribuyentes estadounidenses han contribuido con otros 338.000 millones de dólares para financiar la guerra y la ocupación. Sin embargo, desde índices de pobreza a evaluaciones de riesgos de violación, desde tasas de mortalidad infantil a estadísticas de uso de drogas, casi cada medición disponible del bienestar afgano refleja el cuadro sombrío de un país en estado persistente de crisis humanitaria, involucrando frecuentemente fracasos a una escala épica en la reconstrucción y de los militares. Cualquier medición que se escoja que afecte a los afganos de a pie, los antecedentes desde noviembre de 2001, cuando Kabul cayó en manos de las fuerzas aliadas, probablemente mostrará estancamiento o reveses y, casi invariablemente, sufrimiento.

Casi una década después de la invasión, la vida de los civiles afganos no es un tema que interese mucho a los estadounidenses, y por lo tanto no sorprende que tenga mucha importancia en las discusiones sobre el “éxito” en Washington. ¿Hay una cantidad significativa de afganos que piense que los años de ocupación y guerra fueron “exitosos”? ¿Ha habido un beneficio en la vida diaria que justifique las indignidades de los años estadounidenses –los coches detenidos o a veces acribillados en puestos de control en las carreteras, las patrullas estadounidenses que andan en grupos por los campos y allanan las casas, las aterradoras incursiones nocturnas, los encarcelamientos sin proceso o la forma de tratar a tantos afganos, como extranjeros, cuando no presuntos criminales, en su propio país?

Durante años, los dirigentes estadounidenses han saludado la forma en que los afganos se benefician supuestamente del papel que juega EE.UU. en su país. ¿Pero es así?

Las promesas comenzaron temprano. En abril de 2002, por ejemplo, hablando en el Instituto Militar de Virginia, el presidente George W. Bush proclamó que en Afganistán “la paz se logrará mediante un sistema educativo para niños y niñas que funcione”. Agregó: “Trabajamos duro en Afganistán: Estamos despejando campos de minas. Estamos reconstruyendo carreteras. Estamos mejorando la atención sanitaria. Y trabajaremos para ayudar a que Afganistán desarrolle una economía que pueda alimentar a su pueblo sin alimentar la demanda mundial de drogas”.

Cuando el 1 de mayo de 2003 el presidente Bush se paseó la cubierta de vuelo del USS Abraham Lincoln para pronunciar su discurso de “misión cumplida”, en el que declaró el final de las “principales operaciones de combate en Iraq”, también habló de triunfo en la otra guerra y una vez más presentó un cuadro halagüeño de los eventos afganos. “Seguimos ayudando al pueblo afgano, construyendo carreteras, restaurando hospitales y educando a todos sus niños”, dijo. Cinco años después, todavía siguió pregonando la ayuda estadounidense a los afganos, y señaló que EE.UU. “trabaja para asegurar que nuestro progreso militar vaya acompañado por los beneficios políticos y económicos que son esenciales para el éxito de un Afganistán libre”.


Antes este año, pareció que el presidente Barack Obama sugería que los esfuerzos por promover el bienestar afgano habían sido realmente un éxito: “No cabe duda del progreso que el pueblo afgano ha hecho en los últimos años, en educación, atención sanitaria y desarrollo económico, como lo vi al aterrizar en las luces en todo Kabul, luces que no habrían sido visibles sólo unos pocos años antes”.

De modo que casi 10 años después, ¿cómo son verdaderamente las vidas de los afganos de a pie? ¿Ha mejorado notablemente la mortalidad infantil? ¿Se sienten seguras las mujeres, si no en términos de derechos civiles, por lo menos en la convicción de que los hombres no pueden violarlas impunemente? ¿Han iniciado todos los niños afganos –o siquiera la mayoría– el camino hacia una educación decente?

O hablando de una cuestión más básica, después de casi una década de guerra y decenas de miles de millones de dólares de ayuda internacional, ¿tienen suficiente para comer los afganos? Recientemente hice esa pregunta a Challiss McDonough del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas en Afganistán.

Inseguridad alimentaria

En octubre de 2001, la BBC informó de que más de siete millones de personas corrían “riesgo de desnutrición o de escasez de alimentos en todo Afganistán”. En un correo electrónico, McDonough actualizó ese cálculo: “Los datos más recientes sobre inseguridad alimentaria provienen de la última Evaluación Nacional de Riesgo y Vulnerabilidad (NRVA por sus siglas en inglés), que se realizó en 2007/2008 y se publicó a finales de octubre de 2009.

Estableció que unos 7,4 millones de personas sufren inseguridad alimentaria, aproximadamente un 31% de la población. Se considera que otro 37% se encuentra al borde de la inseguridad alimentaria y podría sobrepasar ese límite por choques como inundaciones, sequía, o desplazamiento relacionado con conflictos.

Los indicadores de inseguridad alimentaria, señaló McDonough, van en la dirección equivocada. “La NRVA de 2007/2008 mostró que la inseguridad alimentaria se había deteriorado en 25 de las 34 provincias en comparación con la NRVA de 2005. Fue el resultado de una combinación de factores, incluyendo altos precios de los alimentos, aumento de la inseguridad y repetidos desastres naturales”. También señaló que: “Cerca de un 36% de la población vive bajo la línea de pobreza y no puede satisfacer las necesidades básicas. Los precios de los alimentos básicos siguen siendo más elevados que en los países vecinos, y más altos de lo que eran antes del comienzo de la crisis global de altos precios de alimentos en 2007.”

Recientemente, la firma internacional de gestión de riesgos Maplecroft elaboró un índice de seguridad alimentaria –utilizando 12 criterios desarrollados por el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas– para evaluar la amenaza a suministros de alimentos básicos en 163 países. Afganistán se clasificó último y fue la única nación no africana entre los 10 países con más inseguridad alimentaria del planeta.

Refugiados y desplazados internos


Durante la ocupación soviética de los años ochenta y los años aciagos del régimen talibán a finales de los años noventa, millones de afganos huyeron de su país. Aunque muchos volvieron después de 2001, un gran número ha seguido viviendo en el extranjero. Se informa de que más de un millón de afganos registrados viven en Irán. Otros 1,5 millones o más de refugiados afganos indocumentados, no registrados pueden residir también en ese país. Aproximadamente 1,7 millones o más de refugiados afganos viven actualmente en Pakistán –1,5 millones de ellos en las provincias recientemente devastadas por inundaciones, según Adrian Edwards, portavoz de la agencia de refugiados de la ONU.

Muchos afganos que todavía permanecen en su país tampoco pueden volver a sus hogares. Según un informe de 2008 de la Alta Comisión para Refugiados de las Naciones Unidas (UNHCR) hubo 235.833 desplazados interiores en todo el país. Según las informaciones, las cifras han aumentado desde mediados de este año a más de 328.000.

Bienestar de los niños

En el año 2000, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la mortalidad en niños de menos de cinco años fue de 257 por mil. En 2008, el último año del cual existen datos, esa cifra no había cambiado. De hecho, sólo había mejorado ligeramente desde 1990, cuando después de casi una década de ocupación soviética y una guerra brutal, las cifras alcanzaban 260 por mil. Las cifras fueron similares en la mortalidad infantil –168 por mil en 1990, 165 por mil en 2008.

En 2002, según las Naciones Unidas, cerca de un 50% de los niños afganos estaban crónicamente desnutridos. El estudio nacional exhaustivo más reciente, realizado después de dos años de ocupación por EE.UU., estableció (según McDonough, del Programa Mundial de Alimentos) que cerca de un 60% de los niños menores de cinco años estaban crónicamente desnutridos.


La educación infantil es un área excepcional de verdadera mejora. Las estadísticas del gobierno afgano muestran un continuo crecimiento –de 3.083.434 niños en educación primaria en 2002 a 4.788.366 matriculados en 2008. A pesar de ello, hay más niños pequeños afuera que en la sala de clases, según cifras de 2010 de UNICEF, que indican que aproximadamente cinco millones de niños afganos no asisten a la escuela, en su mayoría niñas.

Muchos jóvenes están en las calles. Reuters informó recientemente de que hay por lo menos 600.000 niños desvalidos en Afganistán. Shafiqa Zaher, trabajadora social de Aschiana, un grupo de ayuda a los niños que recibe fondos de EE.UU., declaró al periodista Andrew Hammond que la mayoría tiene un albergue, aunque sea el resto de un edificio que se desmorona, pero que los que los cuidan son a menudo inválidos o desocupados. Muchos, por lo tanto, se ven obligados a realizar trabajo infantil. “La pobreza empeora en Afganistán y los niños se ven obligados a buscar trabajo”, dijo Zaher.

En 2002, la ONU informó de que había más de un millón de niños en Afganistán que habían perdido a uno o ambos progenitores. No parece que haya cambiado mucho desde entonces. “He visto cálculos de que hay más de un millón de niños afganos cuyo padre o madre ha muerto”, me dijo recientemente por correo electrónico Mike Whipple, presidente y director ejecutivo de International Orphan Care, una organización humanitaria basada en EE.UU. que dirige escuelas y clínicas médicas en Afganistán.

Incluso hay cada vez más jóvenes afganos con familia suficientemente desesperados para abandonar su patria e intentar un peligroso viaje por tierra a Europa y un posible asilo. Este año, UNHCR informó de que cada vez más niños afganos huyen solos de su país. Casi 6.000 de ellos, en su mayoría muchachos, pidieron asilo en países europeos en 2009, en comparación con unos 3.400 el año anterior.

Derechos de las mujeres
En su discurso sobre el Estado de la Unión de 2002, el presidente Bush dijo al Congreso: “La última vez que nos reunimos en esta cámara, las madres e hijas de Afganistán eran cautivas en sus propios hogares, se les prohibía trabajar o ir a la escuela. Actualmente las mujeres son libres y forman parte del nuevo gobierno de Afganistán”. El año pasado, cuando se le preguntó respecto a una nueva ley afgana que castiga la opresión de las mujeres, el presidente Obama afirmó que existen “ciertos principios básicos que deberían ser defendidos por todas las naciones, y el respeto a las mujeres y a su libertad e integridad es un principio importante”.

Recientemente las difíciles condiciones de las mujeres en Afganistán volvieron a los titulares en EE.UU. gracias a una chocante imagen en la portada de la revista TIME de Bibi Aisha, una afgana a la que cortaron las orejas y la nariz después de escaparse de la casa de su esposo. “Lo que pasa cuando nos vamos de Afganistán” fue el título de TIME, pero la periodista Ann Jones, que trabajó de cerca con mujeres en Afganistán y habló con Bibi Aisha, discrepó de la portada de TIME en la revista Nation, señalando que es evidente que no fueron los talibanes los que mutilaron a Aisha y que el brutal ataque tuvo lugar después de ocho años de ocupación por EE.UU. La vida de las mujeres en Afganistán no ha sido el lecho de rosas prometido por Bush ni se ha caracterizado por los derechos básicos mencionados por Obama, como señaló Jones:

“Considerad la creciente 'talibanización' de la vida afgana bajo el gobierno de Karzai. Las restricciones a la libertad de movimiento de las mujeres, a su acceso al trabajo y a sus derechos dentro de la familia han sido continuamente reforzadas como resultado de una confluencia de factores, incluyendo el abandono de la reforma legal y judicial y de las obligaciones según las convenciones internacionales de derechos humanos; la legislación caracterizada por la infame Ley Shia de Estatus Personal (SPSL por sus siglas en inglés), publicada en 2009 por el propio presidente Karzai a pesar de las protestas de las mujeres y del furor internacional; la intimidación; y la violencia.”

Sus observaciones se confirman en un reciente informe de Medica Mondiale, una organización no gubernamental alemana que defiende los derechos de mujeres y niñas en las zonas de guerra y crisis en todo el mundo. Como comienza su franca información: “Nueve años después del 11 de septiembre y del inicio de la operación ‘Libertad duradera’, que justificó su compromiso no sólo con la caza de terroristas, sino también con la lucha por los derechos de las mujeres, la situación de las mujeres y niñas en Afganistán sigue siendo catastrófica”. Medica Mondiale informó de que un 80% de todos los matrimonios afganos siguen teniendo “lugar bajo presión”.

La seguridad básica de las mujeres en Afganistán, en las zonas contraladas por los talibanes y mucho más allá, en los últimos años es un asunto deprimente a pesar de que los estadounidenses no se han ido. Según el Fondo de las Naciones Unidas para el Desarrollo de las Mujeres (UNIFEM), por ejemplo, un 87% de las mujeres están sometidas al abuso doméstico. Un informe de 2009 de la Misión de Ayuda de la ONU en Afganistán (UNAMA) estableció que la violación “es un hecho diario en todas partes del país” y lo calificó de “problema de derechos humanos de profundas proporciones”. El informe sigue diciendo:

“Mujeres y niñas corren el riesgo de que las violen en sus casas y en sus comunidades, en instalaciones de detención, y como resultado de dañinas prácticas tradicionales para resolver desavenencias dentro de la familia o la comunidad… En la región septentrional, por ejemplo, un 39% de los casos analizados por UNAMA Derechos Humanos, mostraron que los perpetradores estaban directamente ligados a traficantes de influencias que están efectivamente por encima de la ley y gozan de inmunidad contra arresto así como inmunidad contra la condena social”.

Se informa de que las mujeres afganas recurren al suicidio como única solución.


Un informe, en junio, de Sudabah Afzali del Instituto para Información sobre la Guerra y la Paz señaló que, según funcionarios en la provincia Herat, los “casos de suicidio entre mujeres… han aumentado en un 50% durante el último año.” Sayed Naim Alemi, director del hospital regional en Herat, señaló que 85 casos de intentos de suicidios registrados en los seis meses anteriores habían involucrado a mujeres que se prendieron fuego o ingirieron veneno. Las mujeres fallecieron en 57 de los casos.

Un estudio realizado por el ex ministro adjunto de salud afgano, Faizullah Kakar, y publicado en agosto dio una idea de la dimensión del problema. Utilizando antecedentes del Ministerio de Salud afgano y de hospitales, Kakar estableció que se calcula que 2.300 mujeres o niñas intentan suicidarse cada año. La violencia doméstica, terribles penurias, y enfermedades mentales, fueron los principales factores en sus decisiones. “Representan un aumento múltiple respecto a tres décadas antes”, dijo Kakar. Además, estableció que cerca de 1,8 millones de mujeres y muchachas entre 15 y 40 años sufren "depresión severa".

Uso de drogas

La proliferación de la depresión, tanto entre hombres como mujeres, ha llevado a la automedicación. Mientras el cultivo de la amapola del opio en una escala casi inimaginable en el principal narco Estado del planeta ha capturado los titulares desde el año 2001, se ha prestado poca atención al uso de drogas por los afganos de a pie, a pesar de que el consumo ha sufrido una trayectoria en fuerte aumento.

En 2003, según el ministro de salud pública de Afganistán, Amin Fatimie, hubo unos 7.000 adictos a la heroína en la capital, Kabul. En 2007 se calcula que esa cantidad se duplicó. En 2009, UNAMA y la Oficina sobre Drogas y Crimen de las Naciones Unidas (UNODC) calculó que la ciudad albergaba hasta 20.000 consumidores de heroína y entre 20.000 y 25.000 adictos al opio.

Por desgracia, Kabul no tiene el monopolio sobre el problema. “Tres décadas de trauma relacionado con la guerra, suministro ilimitado de narcóticos baratos y acceso limitado al tratamiento han creado un importante y creciente problema de adicción en Afganistán”, dice Antonio Maria Costa, director ejecutivo de UNODC. Desde 2005, la cantidad de consumidores afganos de opio en todo el país ha aumentado en un 53%, mientras los de heroína han aumentado rápidamente en un 140%. Según un estudio de UNODC, “Uso de droga en Afganistán”, aproximadamente un millón de afganos entre 15 y 64 años son drogadictos. Eso equivale a cerca de un 8% de la población y al doble del promedio global.

Sida y trabajo sexual


Desde el comienzo de la ocupación estadounidense, el sida y el VIH, el virus que causa la enfermedad, también han estado aumentando. En 2002, sólo ocho personas fueron diagnosticadas VIH positivas. En 2007, el ministro de salud pública Fatamie informó de 61 casos confirmados de sida y 2.000 presuntos casos.

Fatamie culpó al uso intravenoso de drogas de la mitad de los casos y la ONG Médecins du Monde, que trabaja con adictos al uso intravenoso de drogas en Kabul, estableció que el predominio de VIH entre esos adictos en las ciudades de Kabul, Herat, y Mazar aumentó de un 3% a 7% entre 2006 y 2009. Un informe de 2010 del Ministerio de Salud Pública reveló que el conocimiento sobre VIH entre consumidores de drogas intravenosas era sorprendentemente bajo, que pocos habían sido examinados para VIH, y que de los que admitieron haber comprado sexo dentro de los seis meses anteriores, la mayoría confesó que no había utilizado un condón.

Este hecho es poco sorprendente, si se consideran los resultados de un reciente estudio de Catherina Todd con sus colegas de 520 trabajadoras del sexo, en su mayoría madres, en las ciudades afganas de Jalalabad, Kabul y Mazar-i-Sharif. Sólo cerca de un 30% de las mujeres en cuestión informaron que los clientes hayan utilizado alguna vez un condón con ellas y cerca de un 50% había recibido tratamiento para una infección de transmisión sexual en los tres meses antes de ser entrevistadas.

El mismo estudio también elucidó la intersección entre conductas de alto riesgo, condiciones socioeconómicas, y la libertad y oportunidades promedias a las mujeres afganas por los presidentes Bush y Obama. Las razones más comunes por las que mujeres afganas realizaban trabajo sexual, descubrieron Todd y sus colegas, era la necesidad de sustentarse (un 50%) o de sustentar a sus familias (un 32,4%). Casi un 9% informó que fueron obligadas al comercio sexual por sus familias. Sólo más de un 5% inició la prostitución después de haber enviudado, y un 1,5% fue obligado a la profesión después de haber sufrido un ataque sexual y, consecuentemente, al verse incapacitadas para el matrimonio.

¿Una década de progreso?


En la casi década desde la caída de Kabul en noviembre de 2001, una considerable mayoría de los afganos ha seguido viviendo en la pobreza y la privación. La medición de tanta miseria podrá ser imposible, pero las Naciones Unidas han tratado de encontrar un modo exhaustivo de hacerlo. Utilizando un Índice de Pobreza Humana que “se concentra en la proporción de personas bajo ciertos niveles respecto a una vida larga y saludable, el acceso a la educación, y un estándar de vida decente”, la ONU estableció que, hablando comparativamente, no hay nada peor que la vida en Afganistán. La nación se ubica última en su ranking, número 135 de 135 países. Es lo que el “éxito” significa hoy en día en Afganistán.

Las Naciones Unidas también ordenan a los países a través de un Índice de Desarrollo Humano que incluye indicadores de bienestar como ser expectativa de vida, logro de educación, e ingresos. En 2004, la ONU y el gobierno afgano publicaron el primer Informe Nacional de Desarrollo Humano. En su prólogo, la publicación advirtió:


“Como era de esperar, el informe describe un cuadro sombrío de la condición del desarrollo humano en el país después de dos décadas de guerra y destrucción. El valor del Índice de Desarrollo Humano (HDI) calculado a escala nacional coloca a Afganistán en el puesto deprimente de 173 entre178 países en todo el mundo. Sin embargo el HDI también nos presenta un parámetro contra el cual se podrá medir el progreso en el futuro.”

Se podría haber pensado que sólo sería posible mejorar. Y sin embargo, en 2009, cuando la ONU publicó un nuevo Informe de Desarrollo Humano, Afganistán estaba en una condición aún peor, en el número 181 de 182 naciones, sólo mejor que Níger.

Casi 10 años de ocupación, desarrollo, tutoría, reconstrucción y ayuda estadounidense y aliada han llevado al país de una insoportable situación deprimente a otra mucho peor. Y, no obstante, algo aún peor es todavía posible para los sufrientes hombres, mujeres y niños de Afganistán. A medida que la guerra y la ocupación estadounidenses siguen interminablemente sin una discusión seria sobre la retirada en la agenda de Washington, hay que formular preguntas sobre la suerte de los civiles afganos. La principal: ¿Cuántos años más de “progreso” pueden soportar?, y si EE.UU. se queda, ¿cuánto más “éxito” pueden aguantar?


Nick Turse es editor asociado de TomDispatch.com y ganador del Premio Ridenhour 2009 a la Distinción Informativa, así como el Premio James Aronson para el Periodismo de Justicia Social. Sus trabajos se publican en Los Angeles Times, The Nation, In These Times y, regularmente, en TomDispatch. Turse es actualmente miembro del Center for the United States and the Cold War de la Universidad de Nueva York. Es autor de “The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives”, (Metropolitan Books). Su página en Internet es: NickTurse.com
Copyright 2010 Nick Turse

Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175293/tomgram%3A_nick_turse%2C_afghanistan_on_life_support__/#more
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