Gobernando para las estadísticas

INDISCIPLINA PARTIDARIA la columna de Hoenir Sarthou en VOCES:

Gobernando para las estadísticas
publicado a la‎(s)‎ 12/3/2014 23:58 por Semanario Voces   [ actualizado el 12/3/2014 23:58 ]

Por Hoenir Sarthou

Cuando a uno le llega un comentario sobre algo indebido que supuestamente ocurre en algún ámbito de la administración pública, uno no lo niega ni lo ignora, pero lo toma con prudencia, incluso con cierto escepticismo. Recibe el dato y, casi instintivamente, lo guarda en ese compartimiento mental que todos tenemos, en el que guardamos las malas noticias de las que no queremos saber demasiado, esas sobre las que comentamos: “Sí, puede ser”, o “Habría que ver”, o incluso “Vaya uno a saber”.

Pero, cuando al primer comentario se le suma un segundo, y luego otro, y luego otro más, uno empieza a sospechar que “Algo debe de haber”.

Eso me ha pasado con cierto consejo-mandato que, al parecer, vienen recibiendo los docentes y directores de centros de estudio de parte de altos funcionarios del sistema de enseñanza.

La “recomendación” parece ser evitar que los alumnos repitan el año. No por la vía de alcanzar altos niveles de transmisión de conocimientos, sino por la sencilla decisión administrativa de no dejar repetidores, casi de la misma forma en que en ciertas guerras “no se toman prisioneros”.

Según me han contado varios docentes de la enseñanza pública y también de la privada, el argumento es que “no es bueno que los chiquilines repitan el año, en especial los más chicos, porque se frustran y desertan”.

El resultado de ese “consejo”, cuando se le hace caso, es la rebaja  de los niveles de exigencia, para posibilitar que  un mayor número de alumnos  apruebe el año.

La verosimilitud de esa información –más allá de la confianza que tengo en quienes me la han proporcionado- se ve reforzada por el cambio de diagnóstico sobre la situación del sistema educativo que ha hecho recientemente el partido de gobierno. Hasta hace poco tiempo, tanto desde la cúspide del gobierno como desde las autoridades de la enseñanza, se admitía que, tal como resultaba de las cifras de repetición y deserción y de todas las pruebas evaluatorias, la situación era mala. Basta recordar las cifras sobre pérdida de horas de clase que había hecho públicas hace unos años el entonces integrante del Consejo de Enseñanza Secundaria, Martín Pasturino, los intentos frustrados de modificar el sistema de elección de horas docentes en Secundaria,  la suspensión de las asignaciones familiares a decenas de miles de niños y jóvenes desertores del sistema educativo, o la triple invocación, “Educación, educación, educación´´, hecha por Mujica para definir las prioridades de su gobierno al asumir la Presidencia.

En los últimos tiempos, sin embargo, la estrategia, no sólo del gobierno sino también del Frente Amplio, parece haber cambiado. La más fuerte señal la dio Tabaré Vázquez, ya instalado como candidato presidencial, al afirmar, sorprendentemente, que la enseñanza “no está tan mal”. A partir de esa declaración, el discurso oficial cambió y tanto las autoridades del sistema educativo como los integrantes del gobierno intentan sostener que la situación no es tan mala como lo indican los datos y las pruebas evaluatorias y como todo el País lo percibe.

¿Qué necesitan los voceros del gobierno para poder sostener su tesis?

La respuesta es obvia: necesitan cifras. Es decir, necesitan datos estadísticos que les permitan argumentar que los datos conocidos y la percepción generalizada son erróneos. Y todo indica que, en pleno año electoral, han salido a construir esos datos.

Una lectura maliciosa del “corte” de las asignaciones familiares a los alumnos inasistentes, dispuesto hace poco más de un año y complementado por  algunos mecanismos de control dispuestos este año, podría hacer pensar que la medida respondía ya a esa intención. Pero debemos convenir que, fuere cual fuere la intención que la movía, la medida era objetivamente conveniente para los chiquilines afectados y para toda la sociedad, dado que conducía al retorno de los desertores al sistema educativo.

En cambio, la rebaja de los niveles de exigencia como vía para reducir la reprobación está reñida con el interés profundo de los niños, de los jóvenes y de toda la sociedad.  En aras de la imagen del gobierno en materia educativa, se sacrifica el objetivo mismo de la educación.

El uso de las estadísticas, y en general el de los métodos científicos cuantitativos, es problemático cuando se trata de fenómenos sociales. Es problemático por, entre otras, tres razones.

La primera es que ciertos aspectos esenciales de los fenómenos sociales difícilmente pueden ser medidos o verificados por métodos cuantitativos, al menos mediante los factores numéricos “objetivos” que habitualmente se toman en cuenta. Por ejemplo, ¿puede saberse cuán ajustado es a derecho un sistema de justicia mediante el número de sentencias que dicta o la cantidad de tiempo que insume en dictarlas? ¿Puede medirse la calidad cultural de un espectáculo, como un programa de televisión, por la cantidad de espectadores que concita? Y, volviendo a nuestro tema, ¿pueden determinarse los efectos sociales de un modelo educativo mediante el número de aprobados o de reprobados que produce cada año?

La segunda razón es que, en los fenómenos sociales, la simple medición distorsiona el fenómeno en estudio. Ni hablemos de lo que ocurre si además los resultados se difunden públicamente. Pongamos un ejemplo simple. Supongamos una encuesta sobre intención de voto. Apenas conocido el resultado, según el cual el candidato X tiene mayoría, la intención de voto se verá distorsionada. Habrá quienes, por razones de exitismo, deseen votar al ganador, y habrá también quienes desistan de votar al candidato de su preferencia, algunos por desánimo y otros por realizar una opción estratégica, votando por ejemplo al candidato que más chances tiene de impedir el triunfo del aparente favorito.

La tercera razón es que la elección de los factores o de los indicadores tomados en cuenta para  hacer la medición determina el resultado de la medición. Eso, sumado al efecto que produce la medición sobre el fenómeno medido,  suele ser una tentación demasiado fuerte para quienes realizan o encargan la estadística o la encuesta. Hasta inconscientemente, es difícil no elegir indicadores que resulten favorables a las convicciones o preferencias del investigador. Ni hablemos de si además hay en juego dinero o intereses políticos.

En suma, las presiones para disminuir los índices de reprobación y de repetición de cursos pueden muy bien ser interpretadas como un intento de prefabricar los indicadores que después serán usados para medir los resultados del gobierno en materia educativa. En otras palabras, se trata de gobernar para las estadísticas y de maquillar las estadísticas.

No sería la primera vez que, bajo un gobierno del Frente, se gobierna para las estadísticas y se las maquilla.
En diciembre del año 2012 se “controló” el índice de inflación rebajando por un mes las tarifas de la energía eléctrica. Eso permitió terminar el año, en los papeles, con un aumento del costo de vida bastante inferior al real, al punto que el índice de Precios al Consumo de diciembre/12 fue inferior al de noviembre/12, hecho bastante raro en la historia. Lo mismo se ha hecho sistemáticamente con la medición de la pobreza, cuyo índice se ha disminuido mediante la transformación “contable” de ciertas prestaciones en “ingresos”.

El maquillaje de estadísticas económicas, si bien irrita, no tiene efectos sociales demoledores. Una vez que uno percibe el engaño, se enoja un poco pero no pasa gran cosa.

Muy distinto es cuando se maquillan resultados educativos. Porque eso encubre la incapacidad o la falta de voluntad de realizar cambios verdaderos en la enseñanza.  Y, digan lo que digan las estadísticas, todos sabemos que la permanencia de la actual situación en la enseñanza comprometerá nuestro futuro social por muchas décadas.

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