Historia de Rodrigo Gomez (Sórdromo)
El embarazo y la detención.
Mi madre y yo fuimos detenidos con los dueños de casa del lugar donde nos encontrábamos de visita junto a dos personas más, el 29 de mayo 1972 por efectivos de la Base Aérea Capitán Boiso Lanza, teniendo yo 4 semanas de gestado. En el momento de la detención fuimos sometidos a torturas durante gran parte de la noche en el mismo lugar donde fuimos detenidos. Enterados los militares de que había una mujer embarazada entre los detenidos, en lugar de tener en cuenta eso para dejar de torturarla, recrudecieron los castigos sometiéndola incluso a un intento de violación en grupo. Este se interrumpió cuando un oficial superior entró al lugar ordenando el traslado de todos los detenidos para continuar los interrogatorios en la unidad militar. Pero a esa altura a mi madre ya la habían golpeado brutalmente en todo el cuerpo y en el vientre al margen de otras vejaciones en el marco de la frustrada violación.
Una vez en la base aérea fuimos sometidos durante varios días a plantones alternados con sesiones de tortura que incluían golpes, picana eléctrica y submarino. Sumado el horrible tormento al pensar que podía perderme y que le decían que harían lo posible para que ese “pichón de tupamaro” que tenia en la panza no naciera.
Mi madre vomitaba todo (lo poco) que comía y bajó casi 10 quilos de peso en la 2 primeras semanas de detención, se desmayaba a menudo porque tenía la presión muy baja y no soportaba estar varias horas de plantón. Terminaron internándola en la famosa sala 8 del Hospital Militar donde estuvo recuperándose una semana. Cuando volvió a la base aérea comenzaron nuevamente los interrogatorios y las torturas.
En la base aérea estuvimos en uno de los calabozos que habían sido construidos en una torre de control y donde ubicaron a las seis mujeres ahí detenidas. Las dimensiones de los calabozos eran tan reducidas que el largo era mas corto que un colchón de una plaza y en su ancho apenas lo superaba . Sin ventanas y con humedad tal que el agua goteaba del techo estaban obligadas a cubrirse con pedazos de nylon durante la noche. Dado el reducido tamaño del recinto, las escasas pertenencias de las detenidas (alguna ropa e insumos de higiene) debían tenerse sobre la “cama” .
Así pasé en la panza de mi madre desde fines de mayo a principios de septiembre de 1972, sin contacto con la familia ni con el mundo exterior debido a que hasta que no fuera sometida a juez, ella debía estar incomunicada. La comparecencia ante el juez militar (Federico Silva Ledesma) tuvo lugar a fines de agosto. A los pocos días nos llevaron a la cárcel central para tener la primera visita con nuestros familiares. El embarazo cursaba ya el quinto mes pero nuestros familiares quedaron impactados al ver a mi madre pues no tenía panza y estaba mas delgada que antes del embarazo. Preocupados le preguntaron si estaba segura de que no había perdido el bebé.
Una semana después mi madre, yo y el resto de las detenidas fuimos trasladados al Regimiento 9 de Caballería, al igual que todas las mujeres que en ese momento se encontraban detenidas en las distintas unidades militares de Montevideo. Luego de unas semanas sufrimos otro traslado. Esta vez al Cuartel de Blandengues de Artigas, lugar donde juntaron a detenidas embarazadas y otras que habían sido detenidas con sus hijos pequeños. Allí vivimos mi madre y yo la última etapa del embarazo sin que finalmente nadie nos torturara. El lugar que era la enfermería del cuartel, era muy reducido para todas las presas que allí alojaron y se haría aún mas estrecho a medida que fuéramos naciendo los que allí esperábamos salir al mundo y convertirnos en “niños presos”.
El parto y la estadía en el Hospital Militar
Mi “salida” se retrasó un poco y a mi madre la tuvieron que internar para provocarle el parto. Otra vez a la tenebrosa sala 8 del Hospital Militar, donde ella era la única sana ya que la mayoría de los internados estaban allí debido a graves daños ocasionados por la tortura. Era una sala mixta, dividida al medio por un biombo de tela. De un lado las mujeres y del otro lado los hombres. El estado de higiene del lugar era deplorable porque nadie iba a limpiar. Los presos y presas que podían trataban de limpiar pero, no eran muchos los que estaban en condiciones físicas de hacerlo. Tampoco había personal de enfermería mas que en los momentos en que pasaban visita médica o repartían medicación. Pero había un soldado armado apostado en la entrada de la sala las 24 horas del día y recorría la misma varias veces por hora.
Tras varios días de espera y cuando ya estaban a punto de inducir el parto con suero, comencé a dar señales de querer salir al mundo. Fue apenas comenzado el día 7 de enero de 1973. Como eran las doce y pico de la noche en la sala no había nadie mas que el soldado. Mi madre, que no tenía reloj, le pidió ayuda en controlar la frecuencia de las contracciones. Era un soldado muy joven, de la frontera, que a pesar del gran miedo colaboró con nosotros. Se quedó junto a la cama de mi madre y cuando ella le decía él controlaba el tiempo entre las contracciones. Esto duró casi toda la noche y a las cinco de la mañana nos llevaron a la sala de parto. La partera que atendió mi nacimiento trató a mi madre de manera muy correcta y profesional, pero como la situación se complicó, porque yo no podía salir, debió llamar al médico de guardia. Este era uno de los famosos médicos que torturaban en los cuarteles y no perdió la oportunidad de hacerlo también en el hospital. Le ordenó a la partera que hiciera dos cortes, uno de cada lado pero no le permitió poner anestesia local -ni para cortar ni para suturar- aduciendo: “esta es una sediciosa y no vamos a desperdiciar anestesia en ella. Si estaba dispuesta a jugarse la vida por la causa tiene que poder bancar esto”. El método aplicado no fué ninguno de los convencionales desde ningún punto de vista. Los cortes fueron dos en vez de uno, mucho mas largos de lo necesario y sin anestecia. Posteriormente se le negó tratamiento higiénico así como de antibióticos para la infección provocada.
Luego del parto a mi me llevaron a la nursery del hospital y a mi madre de vuelta a la sala 8.
Yo no toleraba los sustitutos de la leche que me daban en la nursery y vomitaba todo lo que comía. A pesar de ello no me daban la leche que mi madre se sacaba y mandaba para que me la dieran cada tres horas con la mamadera. Tampoco me cambiaban los pañales cada vez que era necesario y todos los días de noche le devolvían a mi madre las mamaderas sin tomar y las mudas de pañales sin usar. No le permitían amamantarme, ni verme ni cambiarme. Cuando pedía para hacerlo se lo negaban sin darle ninguna explicación.
Mi madre pedía incesantemente para hablar con el médico encargado de sala sin obtener respuesta. Un día durante la visita médica vió que el encargado de sala era el mismo médico que había estado en el parto. Entendió de golpe porqué no había obtenido respuesta a sus reclamos. Ella le preguntó porqué nos mantenían allí tantos días y él le contestó que una de las razones era que mi madre y yo teníamos grupos de sangre incompatibles y se habían generado anticuerpos, razón por la cual tenían que controlarme. La otra razón era que yo tenía una inmadurez gástrica que hacía que no tolerara la alimentación y había perdido mucho peso. Entonces mi madre le preguntó porqué no me daban su leche. Que ella se sacaba leche cada tres horas y la mandaba a nursery pero que luego se la devolvían de noche. A esto le contestó que si le placía se la siguiera sacando pero que era un trabajo en vano porque esa leche no me la iban a dar. Mi madre preguntó si eso tenía una causa médica, si tenía que ver con los anticuerpos. El torturador, sin darle explicación se retiró diciéndole que no siguiera insistiendo en verme porque mientras él fuera el responsable de la sala no lo iba a permitir. Así pasaron 17 días.
Al nacer, yo había pesado 4.100 gr. Cuando me entregaron a mi madre a los 17 días de nacido pesaba por debajo de tres quilos y no toleraba ningún tipo de sustituto de la leche materna. Pero mi madre ya no tenia leche para darme.
Yo tenía una llaga grande y profunda en la cola que abarcaba toda la zona del coxis y parte de los glúteos. Mi madre se enteró a posteriori que me cambiaban los pañales solo una vez al día. Eso porque al resto de los niños que había en la nursery los cambiaban sus madres y por lo tanto el personal de enfermería no tenia como tarea cambiar los pañales de los bebes. Solo el turno que trabajaba de noche lo hacía si era necesario, porque las madres dormían. Entonces a mi me cambiaban los pañales solo en la noche. También tenía una llaga que abarcaba la oreja derecha y su entorno. La explicación fue que como no había nadie que me diera la mamadera me ponían de costado en la cama y colocaban la mamadera en un soporte de esponja. Cuando vomitaba quedaba todo allí secándose y formando una cáscara que luego me tenían que sacar y con la cáscara se iba también la piel.
La prisión
Adaptación y recuperación
Del Hospital Militar volvimos al Cuartel de Blandengues. Yo flaco, desnutrido, lleno de llagas y vomitando todo lo que me llegaba al estómago. Mi madre con una infección en la pisiotomía (debido a que el verdugo había retirado los antibióticos que la partera había indicado) y toda la angustia del mundo porque no sabía qué iba a hacer para alimentarme y sacarme de esa situación. Pero allí por lo menos estábamos juntos y teníamos el apoyo de nuestros familiares y de las otras madres.
Después de haber probado todos los productos habidos y por haber sin que yo dejara de vomitar, mi madre decidió seguir el consejo de las viejas y darme leche de vaca rebajada con agua y cortada con limón. Desde que tomé esa primera mamadera no sólo dejé de vomitar sino que empecé a comer hasta recuperar el peso y tamaño normal para mi edad aunque tuve un problema de atonía muscular por falta de calcio que requirió tratamientos.
El lugar físico
El lugar donde vivíamos era chico y el hacinamiento muy grande. Eso implicaba que a pesar de que nuestras madres tomaban todas las medidas profilácticas necesarias, el contagio era incontrolable y la diarrea y las infecciones en vía aérea eran muy frecuentes. En mi caso particular, a menudo hacía cuadros de laringitis y con el tiempo desarrollé asma.
Otro aspecto negativo del hacinamiento era el de la seguridad. Cuando los niños nos empezamos a movilizar por cuenta propia, los riesgos de que pasara un accidente eran grandes debido a que la mayoría de las cosas que nuestras madres tenían estaban al alcance nuestro. Sin roperos ni armarios donde guardar sus cosas, las presas tenían sus pertenencias en cajas de cartón debajo de la cama y en las mesitas de luz. A todo accedíamos sin problemas y cuando empezamos a gatear o a caminar eran muchos los “no” que recibíamos, frustrándonos y limitándonos en nuestras ansias explorativas del mundo que nos rodeaba. Esto afligía a nuestras madres que sentían que nos tenían que estar reprimiendo continuamente, cosa q trataban de disimular para que no fuera aprovechado aún mas en su contra.
Salidas
Nuestro recreo diario era al aire libre en un predio donde había césped y árboles y estaba cercado con una tapia todo alrededor . Al ser el nuestro mas largo que el de las madres una de la ellas se quedaba con nosotros cuando el resto entraba.
Los fines de semana salíamos a la casa de nuestros familiares. En mi caso se turnaban un fin de semana mis tíos maternos y el otros mis abuelos paternos. Una vez al mes mis abuelos me llevaban a ver a mi padre al penal de Libertad.
Estadía en el IMES (Instituto Militar de Estudios Superiores)
Cuando yo tenía cuatro meses me trasladaron junto a mi madre y otras dos detenidas con sus hijos al IMES. Ahí habían juntado a las madres con hijos que habían estado detenidas en cuarteles del interior. El lugar era un poco mas amplio que en Blandengues pero las condiciones de represión eran muy severas. El recién formado cuerpo de policía militar femenina (PMF) se hizo rápidamente conocido por su cruda e irracional dureza. Tenían la responsabilidad de la custodia interna de las reclusas que se repartían en dos grandes salas ubicadas en un mismo lugar, separadas por un corredor. La cocina, el baño, las duchas y el lavadero eran en común. La presas de una sala no podían hablar con las de la otra sala y tampoco podían coincidir en ninguno de los lugares que tenían en común. En la cocina no podía haber mas de dos reclusas al mismo tiempo, lo mismo que en las duchas o en los baños. Teniendo en cuenta que eran mas de 30 presas con sus respectivos bebes era imposible mantener esas reglas cuando los niños por ejemplo tenían que tomar la mamadera y las madres tenían que hacer cola para poder acceder a la cocina. En una misma sala las presas no podían estar juntas mas que de a dos porque de lo contrario se las acusaba de mantener reuniones y se las sancionaba. El recreo tenia lugar en la plaza de armas. La PMF había decidido que los bebes no podían traspasar los límites definidos por líneas de baldosas. Obviamente era una locura casi imposible para las madres mantenernos dentro de esos límites. Obligadas a reprimirnos durante todo el recreo intentaban evitar ser enviadas de inmediato con nosotros al celdario perdiendo el recreo y así el único momento de estar al aire libre que los chicos teníamos.
En el IMES era muy común que se usara a los niños para presionar y torturar sicológicamente a las presas. En una oportunidad una beba se enfermó haciendo un cuadro de insuficiencia respiratoria aguda y como la madre desesperada exigió que la internaran las soldados aprovecharon la oportunidad y acusaron a las presas de querer amotinarse. La sanción fue ponerlas a todas de plantón en la plaza de armas durante toda la noche mientras que los bebes quedaron solos en el recinto. Al despertarse y ver que las madres no estaban, los niños empezaban a llorar y a su vez despertaban a otros. Al final era un infierno. Todos los niños llorando solos en el recinto y las madres de plantón en la plaza de armas, escuchándolos llorar y temiendo que se quisieran bajar de las cunas y les pasara algo.
Mi madre y yo fuimos nuevamente trasladados a Blandengues pero volvimos al IMES cuando todas las presas con hijos fueron centralizadas allí, antes de obligarlas a entregar los niños a sus familiares en setiembre de 1974. En ese momento yo tenía un año y ocho meses y fui entregado a mis abuelos paternos. Nuestras madres fueron trasladadas al penal de Punta Rieles a donde yo iba a visitarla cada 15 días, siempre y cuando no la hubieran sancionado (a veces nos enterábamos que estaba sancionada cuando llegábamos al penal). Mi madre salió de la cárcel cuando yo tenía casi cinco años y recién había empezado en jardinera. A esa altura ella era para mi una desconocida que se vio obligada a llevarme consigo. Su deseo era escapar sola del país para después mandarme buscar cuando estuviera segura, pero no pudo. Así que atravesamos juntos largos meses de amenazas, persecución, clandestinidad en Argentina, hambre y frío mortal, para finalmente llegar a Suecia. Solos en un país desconocido, donde no entendíamos la lengua ni a la gente, mi rechazo hacia ella y lo que me estaba haciendo pasar fué muy grande así como mi tristeza. "Vos no sos mi mamá, mi mamá es la abuela".
En cuanto a mi salud y las posibles secuelas físicas de los castigos a los que fuí sometido junto a mi madre durante el tiempo en que yo me encontraba en su barriga:
En el control médico que me realizaron en Suecia antes de comenzar la escuela, encontraron una deficiencia auditiva que de acuerdo a los estudios realizados era congénita. La médica Sueca que realizó el estudio, desconociendo nuestra situación, le preguntó a mi madre si ella había estado expuesta a una explosión o algún otro sonido muy fuerte durante el período del embarazo en que el feto adquiere el oído. Mi madre le contestó que no había estado expuesta a ninguna explosión pero sí muchas veces a la picana eléctrica y si eso podía ser la causa de la injuria auditiva, a lo cual la medica le respondió que con seguridad esa era la causa.
Mi madre fue informada de que ese problema no sería limitante en mi vida, siempre y cuando no eligiera ser piloto de avión, u otra profesión del tipo que requiere una audición perfecta.
Aparte de mi asma que puede tener sus orígenes en el ambiente físico en que viví mis primeros años de vida, aunque no tiene porqué ser así, no he tenido otros problemas serios de salud.
A pesar de haber sido torturado en la panza de mi madre y haber estado 5 años preso y 7 años exiliado durante mi niñez, cursé mi escolaridad sin problemas y me he desarrollado en mi profesión sin mayores obstáculos que los que cualquiera pueda tener.
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