2 Falacias sobre Ucrania II

2 Falacias sobre Ucrania II
(Continuación)




 Falacia No.4:

La guerra civil de hoy día en Ucrania fue causada por la respuesta agresiva de Putin a las protestas pacíficas del Maidan contra la decisión de Yanukovych.


Hechos:

En febrero de 2014, las protestas radicalizadas del Maidan, fuertemente influidas por fuerzas callejeras de extremo nacionalismo y aun semi-fascistas, se volvieron violentas. Con esperanza de una resolución pacífica, los ministros de relaciones exteriores europeos negociaron un compromiso entre los representantes parlamentarios de Maidan y Yanukovych. Éste lo habría dejado como presidente, con menos poder, de un gobierno de una coalición por reconciliación hasta elecciones prematuras en diciembre. En unas pocas horas, agitadores callejeros violentos abortaron este acuerdo. Los líderes de Europa y Washington no defendieron su propio acuerdo diplomático. Yanukovych huyó a Rusia. Partidos parlamentarios minoritarios representando a Maidan y, predominantemente Ucrania occidental - entre otros Svoboda, un movimiento ultranacionalista previamente anatematizado por el Parlamento Europeo como incompatible con valores europeos - formaron un nuevo gobierno. Washington y Bruselas respaldaron este golpe y han apoyado sus resultados desde entonces. Todo lo que siguió, desde la anexión de Crimea por Rusia y la expansión de la rebelión en el sudeste de Ucrania a la guerra civil y la "operación antiterrorista" de Kiev, fue detonado por el golpe de febrero. Las acciones de Putin fueron predominantemente reactivas.




War with Russia?: From Putin & Ukraine to Trump & Russiagate

Stephen F. Cohen

2 Falacias sobre Ucrania

 2 Falacias sobre Ucrania



(Continúa)

Falacia No. 3:

En noviembre de 2013, la Unión Europea, apoyada por Washington, ofreció al presidente ucraniano Viktor Yanukovych una asociación benigna con la democracia y la prosperidad europeas. Yanukovych estaba preparado para firmar el acuerdo, pero Putin lo intimidó y sobornó para que lo rechazara. Por lo tanto comenzaron las protestas del Maidan de Kiev y todo lo que siguió después.


Hechos:

La propuesta de la UE era una imprudente provocación forzando al presidente democráticamente electo de un país profundamente dividido a elegir entre Rusia y el Occidente. Así también fue el rechazo de la UE de la contrapropuesta de Putin de un plan Ruso-Europeo-Americano para salvar a Ucrania de un colapso financiero. En sí mismo, la propuesta de la UE no era económicamente viable. Al ofrecer poca asistencia financiera, requería del gobierno ucraniano decretar medidas de dura austeridad y habría restringido agudamente su prolongada y esencial relación comercial con Rusia. Tampoco era la propuesta de la UE enteramente benigna. Ella incluía protocolos que requerían que Ucrania se adhiriera a la política "militar y de seguridad" de Europa - lo que significaba de hecho, sin mencionar esta alianza, la OTAN. Nuevamente, no fue la alegada "agresión" de Putin que inició la crisis actual sino en su lugar una especie de agresión de terciopelo por parte de Bruselas y Washington para meter a toda Ucrania en el Occidente, incluso(en texto pequeño) en la OTAN.



War with Russia?: From Putin & Ukraine to Trump & Russiagate

Stephen F. Cohen


Traducción de Ricardo Ferré

Delito de muchedumbre

 

Delito de muchedumbre




Por Fernando Moyano

25 noviembre 2021 para Prensa   Alternativas 

Una opinión personal
La enoclofobia, también conocida como demofobia, es la fobia o miedo irracional a las multitudes. (Wikipedia)


Los hechos a los que nos referimos acá han sido ampliamente informados y comentados: procesamiento y condena de seis militantes sociales, tres por autores del delito de atentado con agravantes y otros tres por cómplices. La condena se basa en lo ocurrido hace casi nueve años -15 de febrero de 2013-, un acto masivo de protesta por el traslado de la jueza Mariana Mota fuera de la órbita penal, dispuesta por la Suprema Corte de Justicia. Ocurrió en la sede de la misma en el acto de formalizar el traslado de diez jueces a nuevos cargos, Mariana entre ellos.
 
La sentencia que dicta ahora la jueza actuante Ana de Salterain hace un breve relato de los hechos entre las 10 y las 14 horas de ese día. Señala que ingresaron a la sede 150 personas habiendo muchas más afuera y que no ocurrió de parte de ninguna de ellas ningún acto de agresión física contra otras personas ni daño material contra las instalaciones u objetos. Después de un buen rato de demora debido a las protestas (canto de consignas y nada más que eso, que la jueza considera insultantes) la actividad pautada por la SCJ se llevó a cabo cerrando las puertas de la sala de ceremonias mientras los manifestantes permanecieron en el edificio, retirándose luego hacia las 13:30. Quedaron unos pocos algunos minutos más sin ninguna acción relevante. La sentencia relata también el papel de mediadores exhortando a la gente a retirarse luego un buen tiempo de haber ingresado, que cumplieron dos miembros de la dirección del PIT-CNT de los cuales se menciona uno, Gustavo Signorelli del sindicato de Judiciales, al que se lo llama “Signorelle”. Se señala como convocantes a la protesta al PIT-CNT y “otras” organizaciones. El papel de “líderes” de los condenados no está demostrado en ningún lado ni se intenta hacerlo.
Se realizó ahora, el miércoles 17 de noviembre, una “Asamblea abierta” ante la sede de la SCJ (que estaba vallada), un acto de protesta de unas 200 personas con la presencia de lo condenados, canto de consignas, etc. En las intervenciones se dijo que los “agravantes” de la sentencia ni se sabe cuales serían. Es el único punto al que voy a referirme; se sabe.

 
La sentencia señala como agravante que el delito de “atentado” sea cometido por “tres o más personas”, según el Código Penal. ¡Tres personas! Realmente es completamente irracional. La jueza se basa, sin mencionarlo expresamente pero es evidente, en los criterios que da Jorge Peirano Facio (conocido por los estudiantes de sus tiempos docentes como Peirano “Fascio”) en un trabajo del cual tomamos su título: Delito de Muchedumbre.

 
Este especialista en el derecho civil uruguayo reconocido internacionalmente incursiona acá en el derecho penal, como también incursionó en la política como ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Pacheco, y también, tal vez para tener una visión completa del problema desde ambos lados, en el delito. Fue procesado dos veces por estafas millonarias. Este verdadero especialista en el tema, entonces, explica que la normativa de nuestro derecho en ese aspecto está inspirada en el Codigo Rocco de la Italia de Mussolini. A su vez toma las ideas conceptuales en autores como el sociólogo francés Gustave Le Bon de principios del siglo XX, especializado en explicar que la evolución hace que unos pueblos sean superiores a otros, y también que las multitudes inciden a la baja en la racionalidad del comportamiento de los individuos. Las multitudes tenderían a comportarse de manera puramente impulsiva, irracional, descontrolada, ignorante, y el individuo en la multitud es arrastrado a eso. (Piscología de las masas, 1895. Algunas de estas ideas, y no es culpa del autor, son tomadas como base para definir la propaganda política por Hitler en Mi lucha).
Basándose en Le Bon, Peirano distingue en la muchedumbre las figuras del líder y los dirigidos. Y conserva, como buen académico, los términos en francés meneur y mené. Así son las multitudes y así funcionan, según estos autores. Y desde el punto de vista penal eso importa a la hora de definir a quién se manda en cana. ¿Por qué delito? Por el delito de muchedumbre. Si leemos la sentencia de Salterain eso es exactamente lo que dice.
Y también debemos decir que Salterain ni siquiera aplica con mínima seriedad esos criterios que su maestro indica. No sigue las pautas de investigar las distintas posibilidades a la hora de establecer culpabilidades si las hay, no evalúa nada. Eso Salterain se lo saltea. Está tan mal redactada la sentencia que repite fragmentos enteros, y hasta se equivoca, como señalamos, en el apellido “Signorelle”. Saca del cajón una cosa a medio hacer y la tira sobre la mesa sin tomarse el trabajo de pasar en limpio el borrador, tiene que hacerlo de apuro por los “tiempos políticos” que requieren sumar un rinoceronte más al desfile. Siempre lo político está por encima de lo jurídico. Siempre.


Veamos apenas algunas de las cosas más gruesas. Para todo no da.


Y voy a empezar por algo. Yo estuve allí.


Entré en la sede la Corte. No lo hice a instancias de nadie, ni de los ahora condenados ni de ningún otro. Cada acción la decidí por mi mismo. Fui de los últimos en retirarse, cuando por mi cuenta decidí que ya no había nada para hacer ahí adentro. Nadie me dijo que entrase, nadie me dijo que saliese. Y hasta donde sé, eso mismo hicieron todos. Nadie me dijo “yo vine porque me dijo Fulano”. Y hablé con muchos de los participantes.


Cito aquí un fragmento de las conclusiones de Peirano:
 

Responsabilidad del “meneur”. Es preciso distinguir aún: - si efectivamente dirigió la muchedumbre hacia el crimen. [En ese caso] es plenamente responsable por el delito cometido. El hecho de que el delito haya sido cometido por una muchedumbre se considerará como agravante de la pena impuesta a ese delito. … [o] - si el “meneur” fue conducido por la muchedumbre no incurre en responsabilidad penal. Pero contra él se pueden tomar medidas curativas o preventivas. La apreciación del si el “meneur” fue conductor o conducido, queda librada a criterio del juez. Éste sabrá deducir el verdadero carácter de su intervención de acuerdo a ciertas reglas de buen sentido. Así, si el “meneur” fue uno de los motivos preponderantes, o el motivo preponderante en la formación de la muchedumbre existen posibilidades en el sentido de que ha sido realmente el conductor. La cosa es improbable en el caso de que haya surgido en una muchedumbre ya formada. (Los destacados en negrita son nuestros).

 
Vemos aquí varias cosas. El agravante, como dijimos, es la muchedumbre. Corresponden medidas “curativas” porque la muchedumbre vendría a ser una enfermedad. Si la locura viene de un lado o el otro, el juez sabrá. En este caso, la juez, sobre eso ni palabra. Pero en este caso se trata, según toda la evidencia, de una muchedumbre que los procesados por ser “líderes” encontraron ya formada. Había sido convocada públicamente por otras organizaciones con sus propios “lideres” de pacotilla, pero al menos eso pretendían ser. Eso lo dice la propia sentencia detalladamente.


Gustavo Signorelli allí mal mencionado y el único mencionado de las organizaciones convocantes, perdió junto con su agrupación las elecciones en su sindicato al año siguiente. Y al siguiente volvió a perder el último cargo que tenían en la Directiva. El suyo. Dejó de ser para siempre dirigente sindical, perdió por lo tanto sus fueron sindicales y debió volver a trabajar como simple funcionario, deambulando por los juzgados porque nadie lo quería, por inservible. Pero no le peguemos tanto al pobre prototipo de burócrata sindical, no es el tema de esta nota.
Vayamos a lo que importa. La acción fue convocada públicamente por determinadas organizaciones mencionadas en la sentencia. Entonces, la juez que sale de la vaina por meter en cana a alguien debería considerar la posibilidad de que los realmente conductores de esa terrorífica muchedumbre fuesen los dirigentes de esas organizaciones. Gritar consignas nunca puede ser considerado un delito, o habría que meter en las cárceles ya completamente desbordadas a la mitad del Uruguay comenzando por las hinchadas futboleras. Pero si lo fuese, ese terrorífico delito de muchedumbre fue cometido ANTES de las negociaciones del tal “Signorelle” et al para que la gente se retirase. Eso lo relata la sentencia. Y si acaso la gente ya delictiva se retiró mayoritariamente a instancias de esos “conductores” es “de buen sentido” explorar la posibilidad de que hayan sido esos los instigadores al delito que se pretende. Si asalto un banco, tomo rehenes, después vienen negociadores policiales, hablamos, decido deponer la acción y liberar a los rehenes, seguramente esa actitud sea tomada como atenuante del delito, pero no creo que me dejasen ir lo más pancho para mi casa. El delito se habría efectivamente cometido.


O sea: o hubo delito o no lo hubo. Si lo hubiere -supongamos ese absurdo- y hubo “conductores” y la gran mayoría de la gente fue conducida a retirarse por esos conductores DESPUÉS de haber supuestamente delinquido a instancias de ellos, pues a ellos. Y si no hubo delito para unos menos aun para los otros. Eso sería “de buen sentido”.
Pero no esperemos buen sentido, lo político está por encima de lo jurídico. Y la política es política de clase. De lo que se trata aquí es del buscar el ESCARMIENTO de la muy peligrosa costumbre de juntarse y protestar, de la protesta COLECTIVA. Esa fobia, ese terror, no es en realidad “irracional”. Es totalmente racional para la clase dominante, la clase de los muy pocos. Evitar que los muchos de la clase dominada se junten. “Tres son multitud”, dicen.


El miedo racional de la clase dominante al despertar de los oprimidos es una constante. La definición jurídica de delitos como asonada, atentado, y la condición multitudinaria como agravante, incluso el ridículo de “tres son multitud”, parte de la lógica de dominio de la minoría sobre la mayoría. Cuando ese dominio se debe, por razones históricas, compatibilizar de alguna manera con las instituciones formalmente democráticas, se recurre a ciertos mecanismos variables que dependen de muchos factores. Es evidente que en la medida que aumenta la conflictividad social, o exista la perspectiva de que aumente, se buscarán mecanismos preventivos de contención. El disciplinamiento social debe incluir “vigilar y castigar” pero disuadir es mejor que castigar. Uno de los mecanismos de disuasión usado a lo largo de la historia es el castigo selectivo ejemplarizante.
El sociólogo Pierre Bourdieu ha explicado esto en “El poder simbólco”, “Fundamentos de una teoría de la violencia simbólica”, etc, un poco en la línea de Michel Foucault que aludimos más arriba. “Una forma de violencia que podemos llamar ‘dulce’ y casi invisible”, y que sería un “acto docente”. Pero para que la violencia simbólica funcione debe haber una violencia fáctica que cumpla el papel fundante que luego se reproduce y amplía en la violencia simbólica. El papel moneda circula y funciona, pero debe haber un respaldo en el banco emisor, o no valdría nada. La violencia simbólica y fáctica se relacionan de forma similar.


Vamos a verlo en concreto. El delito de muchedumbre presenta el siguiente problema, bien concreto: son muchos.
No se puede procesar y castigar a todos, es material y jurídicamente imposible. En muchos casos no se sabe, en su amplia mayoría, ni quienes son. Entonces cobra especial importancia procesar y castigar a algunos: es el escarmiento. A ver si así paran.


Por eso es que este tipo de acción judicial no tiene, en este caso, nada que ver con la lógica. Si hay dos presuntos líderes (y para la ideología de esa clase dominante líderes tiene que haber habido porque sin líderes no hay historia) y la gente siguió a uno, no se procesa necesariamente al que la gente siguió sino al que sería más peligroso que la gente pudiera seguir, aunque no lo haya hecho. No según el delito que efectivamente ocurrió sino sobre el que podría tal vez peligrosamente ocurrir. Por eso ocurre esto que vemos, procesar y condenar por un delito que no existe, según el supuesto peligro de lo que podría llegar a pasar. No según lo que efectivamente pasó. Un peligro para alguien o algo en concreto.


La fobia a la muchedumbre es un miedo racional del dominador minoritario sobre la rebelión potencial del dominado mayoritario.
En ese sentido el fallo de la jueza Salterain es un ejemplo de libro. Y es algo tan descarado y grosero, que, de hecho, es una incitación a la protesta multitudinaria, como ya lo vimos en la realidad concreta. Hay que procesar a a jueza por incitación a la violencia.


EL PROYECTO PARA OTORGAR PRISIÓN DOMICILIARIA A LOS MAYORES DE 65 AÑOS



EL PROYECTO PARA OTORGAR PRISIÓN DOMICILIARIA A LOS MAYORES DE 65 AÑOS

El beneficio es para los peores






Pablo Chargonia
Brecha 11 11 2021
El partido Cabildo Abierto ha impulsado varias iniciativas que apuntan a beneficiar a los camaradas del senador Guido Manini Ríos. A los que están en prisión y a los que podrían estarlo. Comenzaron con la peregrina pretensión de restablecer la ley de caducidad. Siguieron con la idea de «interpretar» por ley que los delitos de la dictadura son delitos ordinarios prescriptibles. Y finalmente, aunque no en forma excluyente, proponen la prisión domiciliaria para los mayores de 65 años. El anteproyecto es una reacción ante cierto relativo impulso de los procesamientos en los dos últimos años. Manifiesta la intención de beneficiar a torturadores, homicidas y desaparecedores, pretextando la pandemia, por la vía torcida de volver ilusorias las penas y poner en riesgo los procesos penales.
La carta del Foro de Montevideo –cuya vocera más notoria es la escritora Mercedes Vigil– muestra con menos pudor la intención de beneficiar a los torturadores, que, según se lee, no cometieron crímenes aberrantes que ofenden la conciencia de la humanidad, sino meras «faltas».
La carta revela un grado de corrupción moral tal que debería provocar nuestra repulsa espontánea. Nadie que escribiera semejante obscenidad puede pretender ser atendido por un presidente electo democráticamente. Y, sin embargo, este reclamo nauseabundo se escuchó en la Torre Ejecutiva.
¿Los violadores de derechos humanos son titulares de derechos humanos? La pregunta tiene una respuesta categóricamente afirmativa. Tienen derechos y deben ser respetados. Tanto el Código del Proceso Penal de 1980 como el de 2017 prevén la internación en un establecimiento adecuado o en el domicilio del detenido en caso de enfermedad grave incompatible con la permanencia en un establecimiento carcelario.
De los 40 represores que están siendo sometidos a juicio o han sido condenados por crímenes de la dictadura, 26 permanecen en un establecimiento penitenciario (cárceles de Domingo Arena y de Coraceros) y 14 tienen actualmente prisión domiciliaria. A estos últimos, previo informe médico forense, el juez competente les concedió ese beneficio toda vez que evaluó que la permanencia en el establecimiento de detención era incompatible con su estado de salud.
A propósito, vale mencionar el caso de un represor que jamás estuvo en prisión: Ernesto Ramas –condenado por las desapariciones en Automotores Orletti y la de María Claudia García de Gelman– permaneció durante años en el Hospital Militar, hasta que regresó a su casa en Piriápolis. Cuando, el año pasado, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal 1 de Buenos Aires denegó la prisión domiciliaria que había sido pedida por el represor uruguayo Manuel Cordero Piacentini, reflexionó así: «[…] En los casos que exista una obligación internacional de perseguir, investigar, sancionar adecuadamente a los responsables y hacer cumplir la pena […] debe tenerse presente que la justicia penal no solo tiene una naturaleza sancionadora, sino que, en el ámbito internacional, fundamentalmente, tiende a prevenir la reiteración de ilícitos a través del juzgamiento ejemplificador de los responsables de delitos como los que aquí nos ocupan, puesto que una característica destacable de esta rama del derecho es esa general función preventiva».
La prisión domiciliaria de mayores de 65 años –que no presenten enfermedades graves incompatibles con la permanencia en un establecimiento penitenciario– distorsiona el valor simbólico preventivo de las escasas condenas que hoy existen, arriesga los procesos en los que se adoptó la prisión preventiva (no podemos ignorar los casos de represores prófugos) y vuelve ilusoria la noción de justicia con relación a procesos penales que ocurrirían en el futuro inmediato.
La sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso «Gelman versus Uruguay», de 2011, ordena específicamente el cumplimiento cabal de la obligación de perseguir penalmente las graves violaciones de los derechos humanos. Este caso está abierto, lo que implica que Uruguay aún no satisface completamente su obligación de juzgar y castigar. En su resolución de supervisión del 19 de noviembre de 2020, la Corte afirmó que «persisten interpretaciones judiciales que podrían representar un obstáculo para la investigación de graves violaciones a derechos humanos cometidas durante la dictadura». Si a esto se le sumara una ley beneficiaria para los represores, el cuestionamiento se acentuaría.
Por otro lado, excluir del beneficio a los criminales de lesa humanidad posteriores a 2006, tal como reza el anteproyecto, implica jugar aviesamente una carta en el actual debate de los tribunales uruguayos con relación a la vigencia de esa categoría de crímenes durante el período de facto. Pero se pasa por alto lo que la Corte Interamericana de Derechos Humanos dice en numerosas sentencias, incluida la de la condena a Uruguay: no importa si los tribunales penales nacionales califican estos crímenes estatales masivos como crímenes del
derecho internacional. En todo caso, se trata de «graves violaciones a los derechos humanos». Por lo tanto, el deber del Estado democrático es ineludible: investigar, juzgar a sus responsables y castigar. No se admite, en tales casos, ni amnistía, ni indulto, ni cosa juzgada, ni prescripción. La impunidad de esos crímenes, cualquier forma de impunidad, supone el incumplimiento del deber de proteger y promover los derechos fundamentales.
Ahora estamos en un juzgado penal en Montevideo. Vean a ese hombre que fue torturado en el batallón Florida en 1972. Se levanta las mangas de la camisa y le muestra sus cicatrices al juez Nelson dos Santos: «Quise escapar de la tortura», dice. Escuchémoslo hablar de uno de los militares que hoy están en Domingo Arena: «Supe que ideó un sistema para aplicar el submarino, que consistía en acostar al detenido sobre una tabla basculante, de modo que el torturado no se lastimara con el borde del tacho». No está recordando, está reviviendo. El tormento, la sombra de aquel militar hoy preso, la idea suicida… todo está presente tantos años después.
Los cuerpos desnudos oscilan bajo el techo del cuartel. Cuelgan de las muñecas atadas a la espalda. Hombres y mujeres deliran, gritan, lloran. Fueron miles y miles. Sintetizar el horror parece imposible. Los testimonios que he escuchado tantas veces en un juzgado constituyen la prueba principal para procesar y condenar con todas las garantías procesales que los imputados nunca les ofrecieron a sus víctimas. Esos testimonios son la base para imputar abuso de autoridad contra los detenidos, privación de libertad, amenazas y lesiones, entre otros delitos que traducen la tortura en los términos de la tipificación de la ley penal vigente en los años setenta. Me refiero a estos crímenes en particular porque son los que en el discurso del Foro de Montevideo y de los dirigentes de Cabildo Abierto se pretenden banalizar.
La aprobación del proyecto de ley de Cabildo Abierto, además del deterioro ético que su sola presentación implica, expondría al país a ser cuestionado por el incumplimiento de su deber internacional para con la humanidad, de prevenir la repetición de aquellos horrores padecidos. De todos modos, si este proyecto no prosperara, lo que puede preverse desde ya son nuevos intentos reaccionarios a favor de la impunidad.

fuente: https://brecha.com.uy/el-beneficio-es-para-los-peores/



màs sobre tema contraimpunidad: dossier Genocidas en Italia
https://donde-estan.com/2021/07/09/confirmada-la-sentencia-a-genocidas-uruguayos-en-tribunal-de-roma/5/




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Por la vuelta - Jorge Zabalza

 Por la vuelta



Por aquellos tiempos en que tejíamos amores en los campamentos “peludos”, nos cayeron encima unas medidas prontas de seguridad. El 7 de octubre de 1965 las decretó el colegiado con mayoría del Partido Nacional, su ala “liberal conservadora” integrada por los mismos apellidos que hoy nos gobiernan. Su liberalismo nos les impidió apoyarse en la ley para instaurar un régimen de excepcionalidad dirigido a controlar las movilizaciones obreras.


Símbolo de su violencia institucional, fue la foto de Juan Carlos “Pocho” Hornos, militante del vidrio, a quien la policía colgó del arco de la cancha de “El Puente”, a orillas del Pantanoso, el emblemático “paralelo 38”. La democracia formal, burguesa y liberal, tenía peores antecedentes: en 1961 un policía enfurecido había asesinado a Walter Motta, militante sindical de la industria de la carne. Bastaba un poco de barullo obrero para que los liberales se quitaran la careta y sacaran a relucir los colmillos del poder. En esos días, el 22 de octubre, en el semanario “Marcha”, Carlos María Gutiérrez, el Negro, publicó una columna titulada “Arizaga no existe”.

Relataba en ella la detención de Julio Arizaga en jefatura de policía. El directorio de OSE había proporcionado a la policía una lista de “sospechosos” que incluía a Arizaga, por su militancia sindical, pero, también y principalmente, por ser fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Gutiérrez denunciaba que Julio había sido sometido a torturas.

La información de la policía, “veraz y transparente”, contaba que el Canario se había auto flagelado y que, posteriormente, estando internado en el Hospital Militar, atacó al custodio, le sobrevino un shock nervioso y se golpeó la cabeza contra las paredes y la tarima. En el juzgado pudieron constatar que su cuerpo y la cara estaban tapizadas con hematomas, quemaduras de cigarrillos, cortes y arañazos. El juez decretó la libertad de Arizaga, pero, apenas traspuesta la puerta del juzgado, fue nuevamente detenido y nuevamente torturado.

A Julio Arizaga no lo amparaba ninguna constitución de la república, no había ley ni habeas corpus que lo protegiera… no tenía derechos ni libertades… “no existía” para la república democrática. En “Marcha”, noviembre de 1965, el maestro Julio Castro caracterizó esas circunstancias: “reinado de los torturadores”.

El terrorismo de Estado no nació de un repollo, lo precedió una escalada de actos preparatorios, el período que los intelectuales liberales y conservadores necesitaron para fundamentar la violencia institucional. Los acicateaba la molesta sensación de que el pueblo uruguayo podía hacer una revolución parecida a la hecha por el cubano. Recién luego llegó la brutalidad descarnada.

A fines de los ’50, principios de los ’60, fueron surgiendo las teorías que postulaban una especie de “contrarrevolución preventiva” para defender la “libertad” y el Estado de Derecho. Académicos, historiadores e intelectuales liberales, orgánicos de los partidos institucionalizados, satanizaron bajo el término “antipatria” a la izquierda no institucionalizada, argumento que justificaba el recurso a la represión violenta.

Aparecieron las organizaciones del activismo reaccionario: MONDEL, ALERTA y el MEDL, todas usaban el término “Libertad” en sus siglas. Fueron el anticipo directo de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP), fundada en 1970. Manifestaban que los asistía la razón y la fuerza, pues contaban, en especial, con el respaldo de las fuerzas armadas. Proclamaban no temer el recurso a la violencia, se preparaban para todas las formas de lucha y así irrumpió el Escuadrón Caza Tupamaros. Otra expresión de esas ideas la concretó el general Mario Aguerrondo al organizar la logia de la triste fama.

Ocho años después de la tortura impune a Julio Arizaga, las fuerzas que fue acumulando la reacción más extrema dieron su golpe de Estado. Ya contaban con las ideas y los argumentos, la organización de su militancia, el necesario apoyo electoral y habían colonizado importantes sectores de las fuerzas armadas, aspecto, éste último, en el que contaron con la invalorable colaboración de la Escuela de las Américas.

En 1985 los militares de la dictadura se retiraron de manera ordenada a sus cuarteles. Políticamente desgastados, pero no derrotados; culpables, pero sin remordimientos, intactas sus convicciones y su manera de interpretar la realidad. Conservaron tanta fuerza en lo moral y lo práctico, que los partidos políticos se sintieron obligados a conceder la impunidad. Fue el peaje que pagaron para que los milicos permitieran la restauración institucional. Wilson Ferreira Aldunate no se avino a las exigencias planteadas en el Club Naval, pero, luego, dio sus dos pasos atrás y respaldó la inmoral caducidad.

Las ínfimas mayorías electorales obtenidas en 1985 y 2009, reafirmaron el modo de pensar y de sentir de los impunes. Con la moderación la izquierda cuestionadora del sistema y del capitalismo, se transformó en progresismo, otra versión liberal, que los llevó a ser apoyo de la democracia formal y burguesa, esa que los poetas de las ciencias sociales califican de “altísima calidad”. Hoy en día el Uruguay es un “paraíso de la impunidad y de la paz entre oprimidos y opresores”, una excepción en este continente convulsionado, la rediviva Suiza de América.

De repente, el 2 de febrero del 2010, una joven mujer, jueza de Penal de 7° Turno, condenó a 30 años de prisión al golpista Juan María Bordaberry. En la sentencia, la doctora Mariana Mota demostró que el dictador era culpable de atentado a la constitución por dar el golpe, de nueve delitos de desaparición forzosa y de los homicidios políticos de Ubagésner Cháves Sosa y Fernando Miranda. Lo acusó por no haber hecho nada para impedir la muerte de 29 personas torturadas entre mayo de 1972 y mayo de 1976.

Tampoco esa sentencia histórica nació de un repollo, fue abonada con el duro batallar contra los diferentes pactos de impunidad que nos atraviesan. El dictamen hizo saltar los acuerdos explícitos e implícitos que sostenían la “muralla” de protección a los criminales. Fue un elefante que rompió la corrección política que reinaba en el bazar de impunidades. Condenar a Bordaberry por dictador significó colocar un punto final a las justificaciones para no hacer nada. Punto final a las aspiraciones “dar vuelta la página” que se esconden en los recovecos de los partidos institucionalizados. Mariana pateó el nido de la partidocracia interesada en mantener el statu quo acordado en el Club Naval. Quedó en la mira de todos, del liberalismo conservador y del liberalismo progresista. La persiguieron por igual Jorge Batlle, Gonzalo Aguirre y Fernández Huidobro (que la acusaba de haber procesado sin pruebas a su amigo, el general Calcagno). La persecución culminó con su traslado del ámbito penal al de los juzgados civiles, un acto político de reafirmación de la impunidad de los crímenes de lesa humanidad.

Nueve años después llegó el disparate judicial que condena por “atentado” una protesta pacífica, la criminaliza. Deja la sensación de que, en verdad, este período de institucionalidad republicana es, más bien, un lento transitar entre dos dictaduras, la que se retiró en 1985 y la que acecha desde los cuarteles, la que vendrá, apenas sientan que acumularon las fuerzas necesarias. Como decía Enrique Cadícamo en su tango “Por la vuelta”: “la historia vuelve a repetirse”.

Jorge Zabalza

JUAN, EL DESAPARECIDO por Jorge Zabalza

 A cuarenta años de su desaparición forzosa

JUAN, EL DESAPARECIDO
Tupamaros!


Noviembre de 1968. A dos meses del regreso al Uruguay, del encuentro con mi hermano y de varias idas y venidas, se produjo el contacto con Rufo: me comía la ansiedad por internarme en el torbellino de una vez por todas y, por fin, llegó el esperado momento.
Bajé del trolebús en Pirineos y caminé hacia Veracierto, hasta la esquina del local del Congreso Obrero Textil. Allí estaban el Rufo y tres compañeros. Charlaban despreocupados. Al ‘Chongo’ José María Olivera y el ‘Gaucho’ Alvear Leal los reconocí al toque de los campamentos de UTAA. No recordaba haber visto al tercero, cosa nada rara, pues Félix Maidana Bentín tenía la virtud de pasar desapercibido, perfil bajo que le dicen ahora. Su seudónimo ‘Juan’ caía como anillo al dedo a su característica humildad.
Aquello parecía una asamblea. “Se me apelotonaron los contactos”, decía Rufo, quien gustaba burlarse de sus propias desprolijidades. Esperé a una distancia prudencial, hasta que, a una seña suya me acerqué. El Chongo y el Gaucho se fueron. Con tono casual, pero midiéndome la nafta, el Rufo me preguntó cuando podía viajar al norte. Me salió un ‘ahora mismo’ que Juan recibió con una de sus estentóreas carcajadas. La risa parecía explotar en la máscara de adusta seriedad que siempre llevaba puesta. Quedó estipulado que debía cumplir el ritual de mi iniciación bajo la atenta y desconfiada mirada de Félix Bentín, como lo conocían en Bella Unión.
Pocas horas después subimos al tren en Estación Sayago, Juan me dejaría en Parada Cuaró y seguiría hasta Artigas, a esperar a Atalivas Castillo, que salía en libertad en esos días. En el portaequipaje de un camarote, que pagamos pero que no utilicé por precaución, viajó solitaria una mochila con panes de gelignita y dos revólveres. Nos turnamos para vigilarla cada tanto. Estuvimos casi veinticuatro horas, uno frente al otro, sin cambiar palabras. Alguna charla que quise iniciar apenas recibió un gesto adusto por respuesta, el silencio era un modo de ser en Juan.
La gelignita era parte de los doscientos quilos expropiados del polvorín de la empresa que construía la ruta 26 y que, como no le encontramos uso político, se echó a perder escondida en un berretín. La noche del hecho, Juan llevó pintura para dejar una estrella y una ´T´, pero, en el momento de colocar la firma tupamara, el pincel se le resbaló y escribió ‘¡Tierra!’, el grito de guerra de los ‘peludos’. La fotografía de la firma ganó las tapas de los diarios.
Al igual que varios pequeños grupos de militantes de aquellos años, Juan entendía que la lucha sindical, sus asambleas, reivindicaciones públicas y reclamos jurídicos no se contradecían con las marchas y campamentos, las ocupaciones de los lugares de trabajo, y que, además, las medidas legales no excluían la actividad clandestina y armada. Me llevó años aprender que la lucha tenía dos caras -movimiento de masas y movimiento revolucionario- pero era una sola, que hacer la revolución no se agotaba con la formación de un aparato clandestino para realizar las operaciones militares más audaces. Que el método guerrillero era apenas un método para despertar y congregar. Ese período de la doble militancia fue la más rica del movimiento tupamaro y también la menos conocida. Está esperando todavía que se escriba su historia.
Anecdotario
En Cuaró no había nadie esperando. Era posible que algo hubiera ocurrido al contacto y trepamos al tren en el momento que partía. Llegamos a Artigas esa noche. De haber viajado solo, Juan habría pasado la noche a la intemperie, pero por gentileza con el novato, fuimos hasta una pensión cercana.
El dueño olió algo sospechoso y avisó a la policía. Descubrí dos milicos, golpeando la puerta del baño donde estaba Juan. La primera reacción fue mandarme una de cowboy, pero abrí la ventana y escondí los dos revólveres y la gelignita en el pretil. Cuando vinieron a buscarme, estaba acostado, dormitando. Revisaron el cuarto. Fuimos caminando hasta la comisaría, los policías conversando animadamente y nosotros arreglando la coartada.
Félix mostró una arrugada credencial a nombre de Juan Espósito, hice lo mismo con mi cédula de identidad, pero la entregué metida dentro del carné de senador de mi padre, el manto protector que usábamos con mi hermano. Saqué además unas carpetas con datos de dos estancias que venía a vender en Artigas, actividad legal con la que intentaba encubrir la clandestina. Les di el teléfono de la escribanía de mi padre para que confirmaran. Al rato, llegó Riani, el jefe de policía. Nuestro relato era breve, nos conocimos en la cantina del tren, tomamos algo y decidimos quedarnos en la pensión … ¿cuál era el delito? Juan permaneció mudo, como ensimismado. Finalmente, luego de un par de horas de espera -para averiguar si estábamos requeridos, por supuesto- nos dejó ir y, de cierta manera, nos ‘expulsó’ del pueblo, orden que obedecimos sin chistar y partimos en el tren de la mañana siguiente.
El viaje de regreso fue muy diferente al viaje de ida. En un ataque de locuacidad, Juan me explicó que no estaba inscripto en el registro civil, que no existía legalmente, de manera que la credencial falsa era su única identificación formal. Contó que no sabía si era argentino, uruguayo o brasilero, creía haber nacido en un bote en 1940, en la barra del Cuareim al desembocar en el Uruguay . A los seis años ya estaba ayudando a cortar caña. No pudo ir a la escuela, aprendió a leer y a escribir en el sindicato y, años después, continuó estudiando en Punta Carretas. Lo puse al tanto de la parte de mi historia de vida que había quedado en evidencia con la policía de Artigas. Luego, charla incontenible, temas diversos.
Bajamos del tren en Paysandú, Juan ya no recelaba de mi facha universitaria y yo había hecho amistad con uno de los más admirables revolucionarios de los ’60. En la estación las tapas de los diarios estaban encendidas: la policía había detenido al Beto Falero, Falucho Bassini, Pedro Dubra, Aníbal y Líber de Lucía, Jesús Rodríguez y al Gaucho Leal. Raúl había zafado por muy poco, Tremendo golpe a los tupamaros. Compré un diario y seguimos caminando. Juan me dejó con dos sanduceros y se fue a dar una mano en Montevideo. Mi debut había sido bastante agitado.
Itacumbú
(…) “nos abrió los ojos. Nos explicó nuestros derechos y gracias a él nos agremiamos y presentamos a los gringos nuestros reclamos. Fuimos tratados con desprecio, como en tiempos de los esclavos. No hubo ningún arreglo y nosotros los cañeros, los ‘peludos’, como nos llamamos, fuimos con Sendic a la cabeza a acampar a los montes de Itacumbú, cerca de las azucareras, bajo carpas de ramas, bajo la lluvia, con nuestras familias”. (…) “pero no fuimos a escondernos al monte, sino que, desde nuestro campamento, con la ayuda de Raúl Sendic, reclamamos nuestros derechos con más energías” . El rumbo de la vida de Félix Maidana Bentín y de un numeroso grupo de trabajadores de la caña de azúcar, había cambiado para siempre a principios de los ’60, dejaron de aceptar pasivamente las condiciones de vida y trabajo a las que estaban sometidos y dieron sus primeros pasos en la lucha sindical. El puntapié inicial fue esa llegada de Raúl Sendic, socialista, procurador, que en la interacción con los ‘peludos’ fue creciendo como luchador social y radicalizando su visión política.
Cercado por el ejército y presionado por el Ministro de Interior, el campamento de Itacumbú (1962) fue tremenda experiencia educativa, un montón de ‘peludos’ tomaron consciencia de sus derechos y aprendieron que vale la pena luchar.
La fundación de UTAA, la toma de CAINSA, los más de 200 peludos que ‘bajaron’ a Montevideo para el 1° de mayo, la toma e incendio de las oficinas de la CSU, la central amarilla, la prisión en la cárcel de Miguelete, el ómnibus detenido por la policía al regresar de Bella Unión. En el año 1962 la lucha de los cortadores de caña hizo conocer su situación miserable, que desmentía la leyenda del país de las vacas y las clases medias gordas, del Uruguay Batllista.
Julio Vique, Severiano Peralta, Atalivas Castillo, Nelson Santana, Dorimel Bonetti, Carlos ‘Serpiente’ Silva, la Chela Fontora, Eduardo Gallo, Ary Severo Barreto, Jorgelino Dutra, José María Olivera, Antonio Bandera, Walter González, Anacleto Silveira, Juan Carlos Ledesma Rodríguez, Edelmar Ribeiro Alvear Leal y una cantidad de otras y otros que contaron con el apoyo incondicional de sus familias, de la ‘China’ Gómez, de ‘Colacho’ Estévez, el ‘Flaco’ Rodríguez Beletti, el ‘Viejo’ Andrés Cultelli. El proceso de radicalización fue seleccionando el núcleo más comprometido que, como consecuencia de su experiencia en la lucha de clases, se harían socialistas, comunistas y tupamaros. Inmerso en la marejada, Félix Bentín representó como nadie ese proceso de transformación en un ser colectivo y de escapar al corral individualista donde el lobo los tenía encerrados para comerlos mejor.
“Hay que armarse pa’ luchar”
“Estamos dispuestos a combatir a la burguesía en el terreno que ella elija. Si nos dan palos, devolveremos los palos; si nos dan bala, devolveremos bala”, palabras de ‘Colacho’ Estévez en el acto del 1° de mayo de 1964 en Montevideo, expresaba el sentimiento de los militantes nucleados tras las marchas y los campamentos de los ‘peludos’. Ana María Silva, enamorada con Juan, había quedado renga al ser herida por un balazo de la policía mientras estaba en el campamento.
Desde Itacumbú se tenía bien claro que nada se podía esperar de las instituciones democráticas, la fortaleza desde donde la burguesía bombardeaba a los trabajadores. La democracia burguesa contiene gérmenes de fascismo bajo su careta de respeto a los derechos y libertades de los ciudadanos . La burguesía desecha derechos y libertades y arrolla sin escrúpulos a trabajadores, jubilados y estudiantes. Toma la iniciativa de violar violentamente su propia legalidad, interrumpir el tránsito pacífico de las luchas y recurrir a las instituciones armadas, en las calles y en las salas de tortura.
Si se los permitieran, los sometidos desearían crear su mundo de libertad y justicia social mientras toman mate en la cocina, emplear la violencia nunca fue ni será una opción suya. Los sometidos sólo pudieron elegir la respuesta que daban a esa violencia institucionalizada, entre poner la otra mejilla al golpe recibido o cerrar los puños para defenderse.
Al año siguiente, 1965, se quemaron varias chacras de caña prontas para cortar, propiedad de plantadores que se negaban a pagar mayor salario y retardaban el comienzo de la zafra. La presencia de Juan, que vivía en los montes con él, confirmaba el consentimiento de Raúl con esa metodología de lucha. El resultado fue que los plantadores debieron apresurarse a contratar cortadores para que no se les echara a perder el contenido de azúcar. La acción directa sindical daba resultado.
A consecuencia de la expropiación del Tiro Suizo -31 de julio de 1963- se desató una campaña contra el sindicato. Todos fueron sospechosos de colaborar con Raúl Sendic que, requerido por la policía, debía moverse en la clandestinidad. Durante años Severiano Peralta y Juan acompañaron a Raúl en la vida matrera por montes y sierras. Atravesaron la frontera con Rio Grande do Sul, se instalaron en una casa de Uruguayana, que se convirtió en centro de sus andanzas. Para protegerse de la persecución policial, los compañeros de Montevideo les hicieron llegar algunas viejas y casi inservibles pistolas Mauser. Con ellas, la noche de fin de año expropiaron algunos fusiles de la Aduana de Bella Unión. ‘Hay que armarse para luchar’ no era sólo letra hueca, era la respuesta a una realidad particular y contundente, que llenaba de contenido práctico el significado del término ‘autodefensa’.
El sindicato ocupó la Azucarera Artigas. Sospechando complicidades, el ejército rodeó los galpones en busca de las armas expropiadas y la policía llevó presos a muchos ‘peludos’ que nada tenían que ver. La reacción empujaba la radicalización de los reprimidos injustamente. Una vez desocupada la Azucarera, UTAA organizó la segunda marcha a Montevideo, esta vez bajo la consigna ‘por la tierra y con Sendic’, reclamando la expropiación del improductivo latifundio de Silva y Rosas y su entrega a una cooperativa de ‘peludos’. Luego de algunas peripecias llegaron a Montevideo el 31 de marzo de 1964 y acamparon en varios locales de sindicatos urbanos.
Después del 1° de mayo, apremiados por la necesidad de fondos para respaldar la lucha sindical, Vique, Santana y Castillos asaltaron la sucursal del Banco de Cobranzas ubicada en Rivera y Arrascaeta. Se les escapó un tiro y los tres miembros de la dirección de UTAA marcharon presos. El sindicato quedó nuevamente bajo sospecha, con un flanco abierto a los ataques de la prensa y de los parlamentarios reaccionarios. El asalto fracasado obligó a discutir en qué lugar se ubicaba el movimiento de masas con relación al movimiento revolucionario. Era evidente que el trasiego de luchadores sociales hacia la actividad clandestina debilitaba la lucha del sindicato. Lo clandestino no debía ser un obstáculo para la acumulación de fuerzas en las masas, por el contrario, se trataba de combinar las formas de lucha pública y legal con las clandestinas e ilegales, no de oponerlas excluyendo una u la otra. La postergación por tiempo indefinido de esa discusión fue el caldo donde crecieron las desviaciones militaristas y aparatistas que condujeron a la derrota del movimiento guerrillero.
“Al caer la tarde de aquel día 13 de diciembre, dejamos la costa uruguaya y atravesamos el Uruguay. Ya en tierra argentina, comenzamos a caminar por otra zona de montes tupidos hasta que, al cabo de avanzar algunas horas en la oscuridad, nos internamos en un vasto pantano. Intentamos atravesarlo, pro caminamos toda la noche sin conseguir el objetivo. Volvimos, y ya de día, al arribar a la costa del río Uruguay, encontramos que nos faltaba la embarcación. Agotados, nos echamos a dormir sobre la misma costa, pero cerca del mediodía nos despertó la clásica voz ‘¡Manos arriba, nadie se mueva!’. Estábamos rodeados por una patrulla de la marina argentina con máuseres y ametralladoras. Antes de examinar nuestro equipaje, sus integrantes ya nos dijeron ‘ustedes son guerrilleros’. De ahí en adelante, y en todos lados, nos recibieron como a los guerrilleros que estaban esperando y cuya llegada les parecía obvia, inminente, normal. Creo que nunca han desembarcado guerrilleros en la Argentina, pero en Argentina están esperando a los guerrilleros” .
En esa expedición medio aventurera tras unas armas presumiblemente enterradas en los montes de la vecina orilla, cayeron presos Raúl Sendic, Félix Maidana Bentín y Anacleto Silveira. En un primer momento los interrogaron en Monte Caseros, vecina de Bella Unión, luego los trasladaron a Paso de los Libres. La cancillería uruguaya dejó expirar el plazo para iniciar los trámites de extradición y el Partido Socialista depositó la fianza que pedía la justicia argentina. Sendic fue dejado libre, caminó entre fronteras para reaparecer en un campamento peludo en el Cuaró, desde donde agradeció a José Pedro Cardoso y escribió el artículo para ‘Época’. Anacleto y el Juan fueron dejados en libertad dos o tres semanas más tarde.
La columna N°7
A mediados de diciembre de 1968 echó a andar la columna ‘del interior’ del MLN (T) en un ‘taller mecánico’ de la calle Vilardebó. El Rufo convocó una especie de consultivo al que fueron Félix Bentín, José María Olivera, Nicolás Esteves, Lucas Mansilla, Diego Piccardo y yo. También estaba Atalivas Castillo, que recién había salido de la cárcel y que, sin dudar un segundo, se reintegró de inmediato. Se constituyó el primer comando y se distribuyeron las responsabilidades. Juan y el Chongo quedaron a cargo del ‘14’, un rancho ubicado en un asentamiento de Colonia Nicolich, al que se llegaba recorriendo un estrecho sendero y eludiendo los ranchitos linderos. Una pieza sola, hecha con cuatro palos a pique, paredes de caña y nylon y techo de paja, pero ofreció refugio seguro en situaciones apremiantes. La columna inició su veloz carrera para levantar la infraestructura necesaria para acciones de finanzas, pertrechos y propaganda armada.
Una medianoche de verano, en una Kombi recién pintada y con matrículas falsas, con Juan nos tocó transportar la artillería para el asalto al Casino San Rafael. Atravesábamos la ciudad de Pando por la ruta 8 vieja cuando detrás nuestro, sorpresivamente, apareció un vehículo a toda sirena. Susto mayúsculo, apreté el acelerador todo lo que permitía la planta urbana. Apenas pasamos el hospital desaparecieron las luces multicolores, ¡era una ambulancia! Recién ahí pude respirar tranquilo y me di cuenta de que Juan, ventana afuera e imperturbable, estaba apuntando una PAM .45 hacia el supuesto patrullero. Su firmeza y decisión eran de leyenda.
Una vez fuimos a relevar la costa frente al San Rafael. En la tupida franja de tamarices buscamos un refugio por si las cosas no salían bien. Repleta de bañistas, la playa Brava era otro mundo, el de los bikinis y las largas cabelleras rubias o teñidas de rubio. Seguramente pasaron por su imaginación caras sufridas y manos gruesas, mujeres peinadas a la que te criaste, agobiadas por el trabajo y la crianza de sus hijos, sin tiempo para descansar y sin necesidad oscurecer la piel al sol. Con su expresión más pétrea, Juan susurró “a estas gringas habría que cortarles el pelo y empujarlas al mar con tractores y bulldozers para que se vayan a Miami”. Odio de clases puro y duro. Debí pasar muchas cosas, sufrir mucho, para llegar a odiar con la pureza y profundidad que odiaba Juan.
Por suerte el asalto salió mejor de lo previsto. Después de evacuado el grupo hacia Montevideo, quedamos cuatro en la casita alquilada para base de operaciones. Enterramos los pesos e hicimos un paquete con los dólares. Debíamos esperar el día siguiente para ‘sacar’ al Rufo y los dólares de la zona. Cuando quisimos acordar, después de comer un buen pedazo de matambrillo y tomar un vino, nos pusimos a jugar un partido de cabeza. Atalivas y Juan contra el Rufo y yo. Cada gol se festejaba con euforia y en cada festejo se disolvían ansiedades y nervios. La pelota era el paquete de dólares.
No sólo en San Rafael estuvo Juan. También le tocó la transmisión por Radio Sarandí, el allanamiento a la casa de un ministro de Pacheco, el desarme de los policías de guardia en el diario ‘Acción’, la toma de Pando, el secuestro de Pellegrini Giampietro -al que trasladó en carro y caballo hasta el ‘14’- y la toma del cuartel de la Marina sin disparar un solo tiro.
Miles de policías de la Guardia Metropolitana y de Investigaciones rastrillaban la ciudad entera en busca de las pistolas, los fusiles y las granadas expropiadas a la Armada. El 31 de mayo de 1970, después de un tiroteo, capturaron a José López Mercao y Félix Bentín en el barrio de Manga. Cuando un milico quiso rematar al ‘Negro’, el balazo le perdonó la vida, aunque le rompió el maxilar. Miguel Ángel Benítez, subcomisario que luego integró al MLN, gritó ‘este hombre ya está muerto’ para que lo oyeran los demás y dejaran de disparar. También malherido, a Juan le sacaron un ojo de un culatazo. Ambos fueron enviados al Hospital Militar y luego a Punta Carretas, donde llegaron en un estado deplorable que causó indignación general. La prensa denunció el atropello gratuito.
Juan anduvo mucho tiempo con la vista que le lloraba, usaba unos lentes negros que le quedaban grandes y se le caían. Debía caminar medio de costado. Gestiones del Comité de Familiares lograron que le colocaran un ojo de vidrio. A un año y poco de haber sido capturado, Juan salió en libertad; como era la costumbre de Punta Carretas, antes de irse recorrió las ventanillas de las celdas, despidiéndose de los compañeros. Para muchos fue la última vez que lo vimos… hasta hoy extrañamos a Juan, compañero querido, tan visible para nosotros como invisible para el público en general.
El terrorismo
Juan quedó detenido bajo el régimen de las medidas prontas de seguridad en el CGIOR – allí festejó la fuga de Punta Carretas- y no le quedó otro remedio que optar por la salida a Chile. Andes de por medio sufrió las noticias de muertes, torturas y del espíritu de rebeldía contra el desenlace inevitable. El 1° de setiembre de 1972, cuando oyó de la captura de Raúl Sendic –‘soy Rufo y no me entrego’- supo que el MLN (T) estaba derrotado, pero, no por ello, abandonó la lucha. Sin muchas palabras siguió firme en su lealtad y convicciones.
Hay quienes recuerdan a Juan en las montañas chilenas, instruyendo postulantes a guerrilleros rurales en los campamentos. De caminante por los montes del norte, Juan pasó a trepar las alturas andinas, pero, seguramente, los principales valores que transmitía no tenían que ver con la preparación física, sino con su modo de ver y de sentir el mundo. Desparramada la militancia por Chile, Argentina, Cuba y Uruguay, me ha sido difícil seguir la trayectoria de Juan en el exilio.
Antonio Bandera, Atalivas Castillo, Walter González y Félix Bentín integraban la ‘tendencia proletaria’, impulsada por Andrés Cultelli, Pedro Lerena, José Luis Urtasun y otros. En octubre de 1974, los ‘cuatro peludos’ fueron designados dirección política del MLN(T) en el Comité Central realizado en Buenos Aires. Casi que de inmediato, Juan partió hacia las provincias del litoral norte argentino y se sabe que en su excursión llegó a Bella Unión. Quería revertir el desánimo, traducía en hechos sus definiciones, sabedor de que, sin práctica revolucionaria la teoría se convierte en devaneo intelectual y doctrinario.
Meses más tarde Félix Maidana Bentín estaba en la Argentina. La última vez que se lo vio con vida, según declaró Miriam Proenza a organismos de derechos humanos, fue el 11 de agosto de 1978, reunido con María Rosa Silveira e Ignacio Arocena en una confitería céntrica.
Entre la navidad y la noche de fin de año de 1977, fueron capturadas Aída Sanz y su madre, Carmen Fernández, junto con Atalivas Castillo, Natalio Dergan, Miguel del Río, Eduardo Gallo, María Asunción Artigas y su esposo Alfredo Moyano. Todas y todos desaparecieron desde entonces.
También atraparon otro grupo de militantes en ese diciembre del 77: Marta Severo y su esposo Jorge Martínez, Carlos Severo (adolescente), Ary Severo y su esposa Beatriz Anglet. Todas y todos fueron desaparecidos
Fueron operaciones criminales del ejército uruguayo en territorio argentino, el Plan Cóndor. No se ha podido determinar exactamente si los condujeron al Pozo de Quilmes o los trasladaron clandestinamente a Montevideo.
El 13 de agosto de 1978, Juan fue aprisionado en la estación de González Catán, en la Matanza, donde termina el ferrocarril Belgrano, al oeste del Gran Buenos Aires. Se tirotearon con la represión para eludir el destino que los esperaba, que obligaba a elegir entre morir en combate o en la sala de tortura. Con Bentín cayeron presos Ignacio Arocena, José Luis Urtasún y María Rosa Silveira.
Desaparecidas y desaparecidos. Asesinadas y asesinados. Violadas y violados. Torturadas y torturados… sobre esos cadáveres y dolores se construyó el presente. ¿Habrían sido posibles un Mujica, un Tabaré o un Astori sin esa acumulación política? ¿Sin esas ausencias podrían ser los Caggiani, Nopitchs, Bergaras y la Arismendi? ¿Los Nin Novoa, Lucía Topolanski y Bonomi? ¿Serían candidato a qué Murro y Cosse hoy día?
Olvidar y perdonar fue el precio del permiso que compró esta ‘nomenklatura’ a sus torturadores, pero los olvidados no perdonan, interpelan a los que olvidaron y perdonaron, no los dejan reposar en las almohadas. El olvido es transitorio, la victoria del terrorismo de estado es efímera, apenas un episodio en la historia… no están condenados irremediablemente, siempre surgirán los Félix Maidana Bentín, los juanes que llamarán a luchar por un mundo para los trabajadores, a sepultar esa opresión y esa injusticia que parecen eternas.
Juan transitó desde la lucha por salario y mejores condiciones de trabajo a la batalla por transformar la sociedad, por crear un mundo de justicia social, igualdad y trabajadores libres de alienación. Su historia de vida estuvo abrazada con la de Raúl Sendic y con la de los ‘peludos’, fue parte de la montonera que organizó UTAA y, luego, sus definiciones personales lo llevaron al movimiento tupamaro.
¡Por Verdad y Justicia!
¡Félix Bentín presente!
Jorge Zabalza

“POR LA TIERRA Y CON SENDIC”


“POR LA TIERRA Y CON SENDIC”


Ayer, nomás, los peludos de UTAA bajaron a Montevideo con su reclamo de expropiar (sin indemnizar) las 33.000 hectáreas de Silva y Rosas, un latifundio improductivo que pensaban transformar en plantación cooperativa de caña de azúcar. Parece mentira, pero fue ayer nomás que esos campamentos nos cambiaron la vida a toda una generación, la del Ché Guevara.

Pocos días atrás, convocados por la Mesa Nacional de Colonos, AFINCO (gremio de los trabajadores del INC) y la Mesa Intersindical de Bella Unión, se reunieron unas 80 personas en la chacra cooperativa “15 de enero”. Como el grupo de oligarcas que nos gobierna se propone desmantelar el Instituto Nacional de Colonización (INC), los allí reunidos discutían cómo organizarse para defenderlo.

Entendieron que era buena cosa rodear el parlamento los días 12 y 13 de octubre, momento del senado para votar el artículo del presupuesto que desfinancia el INC. Convocaron entonces a reunirse en “fogones artiguistas” al costado del Palacio Legislativo. A los convocantes se suman varias organizaciones más, las que representan la Nación Charrúa, a los afrodescendientes, productores ecológicos, aspirantes a colonos, sindicatos de trabajadores rurales, asalariados con tierra de Bella Unión, estudiantes, cooperativistas de FUCVAM. La concentración coincide con la convocada por el PITCNT en la plaza 1° de Mayo. 

Al igual que en 1964 me propongo acudir al llamado de lucha por la tierra, como también habré concurrido el martes por la mañana al Canal 10 junto a los que luchan por un Canelones libre de soja transgénica. Así comenzó aquella historia reciente, la que aún sigue corriendo.


¡¡ Tierra!!

Una vez más emergió la cuestión de la tierra. Desde que los malos europeos la robaron a mano armada, el modelo “tierra para quienes la trabajan” enfrenta el modelo “tierra para los pocos y privilegiados”. La lucha entre ambas formas de producir estuvo en el origen del Uruguay como república independiente. Los peores americanos pensaban, según Isidoro de María, que los pueblos indígenas “no eran capaces de comprender todos los beneficios que resultaban de la conquista y por eso luchaban contra los invasores”. Por eso impidieron recuperar su territorio a los pueblos originarios, los privaron del espacio propio, donde desarrollar sus autonomías y sus culturas. 

José Artigas veía el problema desde el ángulo opuesto. Escribió al gobernador de Corrientes: “Recordemos que ellos tienen el principal derecho y que sería una degradación para nosotros, mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa que hasta hoy han padecido por ser indianos”. Esa visión, Artigas la puso en práctica el 10 de setiembre de 1815 con su Reglamento de Tierras: la cuestión indígena se resolvía restituyendo la propiedad a los guaraníes, los charrúas y los negros, a los más infelices deambulaban por campos ajenos. Luego de la “independencia”, el genocidio riverista hizo del Uruguay un territorio libre de poblaciones originarias y los genocidas pudieron apropiarse de los latifundios, del puerto y de los cargos en el aparato burocrático.

Ocupar, ocupar y ocupar

Ciento cincuenta años después, el viejo modelo artiguista resurgía con el programa del Congreso del Pueblo. La Reforma Agraria se volvió el nudo de las más sentidas aspiraciones populares. Consigna de la rebelión peluda, la bandera de UTAA lucía el “tierra para el que trabaja”. En todo el espectro partidario, desde Wilson Ferreira Aldunate a la izquierda que se preciaba de revolucionaria, se coincidía en la necesidad de cambiar la estructura de propiedad de la tierra. Hablar de reforma agraria fue muy natural en aquel Uruguay sesentista. Los que empuñamos un arma, en busca de la palabra justa, la encontramos en el grito “Por la Tierra y con Sendic”, síntesis cañera del espíritu que reinaba. 

En 1985, al regresar a los cuarteles, la dictadura nos dejó el 8% de la tierra bajo propiedad de capitales extranjeros, porcentaje que el movimiento popular consideró escandaloso. La pérdida de soberanía por la extranjerización de la tierra fue uno de los ejes críticos del discurso de la izquierda. Sin embargo, pese a los esfuerzos de algunos sindicatos y sectores minoritarios, fue imposible reinsertar la reforma agraria en los programas del PITCNT y del Frente Amplio. Se negaron los que marchaban hacia la moderación y el liberalismo.

Actualmente, casi sin ninguna oposición, los capitales extranjeros han llegado a ser propietarios del 50% del territorio nacional. La cifra indica el grado en que el Uruguay ha perdido independencia y ha sido insertado en la economía mundial como productor de materias primas. El proceso de recolonización ocurrió ante la pasividad y el desinterés del movimiento obrero, con la complicidad de los tres partidos que fueron gobierno luego de la dictadura cívico militar. 

La tierra es el único recurso natural con que cuenta nuestro pueblo para alcanzar la justicia social. Con su plan de lucha por la tierra y contra la pobreza, Raúl “Bebe” Sendic supo unir los problemas de la marginación social con el cambio en la forma de hacer producir la tierra. La cuestión social se resuelve aboliendo el latifundio y poniendo en práctica el “tierra para el que trabaja”, transformando el modo de hacer producir la tierra y distribuir sus productos.

La tierra, sin embargo, continúa inaccesible para el marginado y empobrecido, para el que enriquece con su trabajo a los latifundistas locales y extranjeros… ¿ocupar, ocupar y ocupar será la única forma posible?

El 12 de octubre, fecha luctuosa para el pueblo indoamericano, nos vemos alrededor del parlamento para manifestar nuestro deseo de “tierra para el que trabaja”. 8 de octubre de 2021


Jorge Zabalza


“El dinero es libertad acuñada”, sentencia de Fiódor Dostoievsky, ruso él, pero que, no por ello puede ser acusado de comunista. 
Son más libres aquellos “malla oro” que disfrutan de capitales más grandes, evaluaba el extraordinario escritor, la libertad como una función de la riqueza

D E R R O T A D O

 D E R R O T A D O



Una enorme pueblada (si tomamos en cuenta la población de la Banda Oriental en el período artiguista) siguió en el Éxodo al Protector de los Pueblos Libres. Intuía aquella larga caravana de originarios, gauchos pobres y negros en  busca de la libertad, que con Don José se iba quizás para siempre el sueño de la patria justa y soberana, sobretodo aquella soñada patria en la que “los más infelices serían los más privilegiados”, aquella de la que tan solo se vieron brillar algunos rayos de su sol con el Reglamento de Tierras.

Entrado ya el siglo XX!, las lágrimas vertidas al quemar el rancho y abandonar el pago aún humedecen nuestra campaña.

Los descendientes de aquellos gestores del Éxodo Oriental que asombra aún hoy a los historiadores, siguen tan pobres como entonces, aspirando a un pedazo de tierra o poblando los cantegriles en los alrededores de las ciudades.

Mientras tanto el Uruguay pasa en estos últimos años por una etapa de ingresos privilegiados gracias a la coyuntura internacional necesitada de nuestros productos de exportación.

Desde el 20 de febrero de 2020 hasta julio de 2021 los depósitos en los bancos crecieron 4.784 millones de dólares. Podemos decir entonces que en el Uruguay hay muchísima plata, más que suficiente para generar trabajo, comprar tierras para Colonización, construir viviendas y subvencionar a los afectados por la pandemia.

Sin embargo esa plata encanutada en los bancos está en manos tan sólo de  19.000 ciudadanos…

Agreguemos a eso los depósitos en el exterior de  “los peores criollos” que en marzo de 2021 sumaban 8.711 millones de dólares, o sea 2.500 millones más que antes de la pandemia.

A los “malla oro” se les revientan los bolsillos de dólares mientras el pueblo ve multiplicar las ollas populares, agotarse las energías de cocineros voluntarios y los recursos que solidariamente aportan sindicatos, organizaciones sociales y pequeños comerciantes.

El gobierno no da señales de gravar los altos ingresos privados al contemplar las penurias de su pueblo.

Por el contrario (hábil estratega) el General descendiente directo de los riveristas que traicionaron el ideario artiguista y generaron un ejército represor de su propio pueblo, hoy senador de la República, mueve sus piezas de ajedrez mostrándose preocupado por los recortes  a Colonización, pero obviamente no plantea tocar el bolsillo de los “malla oro” a quienes, además de pertenecer también representa en el gobierno y el parlamento.

Este personaje apuesta a generar simpatías entre la gente de campo, a la vez que le hace guiñadas a cierto sector político del Frente Amplio permeable a sus jugadas de “inteligencia”, por sus carencias ideológicas en el momento de tener que realizar un análisis de clase de quienes son los amigos y los enemigos del pueblo.

Mientras tanto el pueblo, como históricamente ha sido, se tiene sólo a sí mismo y sólo en sí mismo puede confiar…


             ESTEBAN PÉREZ