Amodio y amodiosis
Lo encontré a Amodio Pérez, el famoso traidor, en el cuarto o quinto piso de la Jefatura de Policía de Montevideo el 27 de febrero de 1972. Me habían llevado allí dos o tres tiras en un conocido modelo de auto policial de particular, un Maverick. Yo estaba sólo de paso, pues me llevaban al cuartel de Mercedes, de donde había venido mi requerimiento. Me metieron en una celda y a veces abrían la mirilla ypodía ver el corredor entre las celdas afuera. Me llamó la atención ver a un preso que tenía la puerta de la celda totalmente abierta y que disponía de tanta fruta que hasta me hizo llegar una naranja, si no recuerdo mal. Lo primero que pensé, como yo no conocía a Amodio, es que se trataba de alguna cuestión de delitos socioeconómicos, cuyos responsables suelen disponer de mucho dinero y muchos recursos.
Yo había estado durante la militancia con su pareja, Alicia Rey Morales. En 1969, en ocasión de que habían caído presos los integrantes de la dirección y la sub dirección y la organización estaba entonces tambaleante, todos los que habíamos quedado libres nos afanábamos por mostrar la presencia del MLN Tupamaros como que aún estaba vivo y que seguíamos peleando. Entonces hice un contacto con Fructuoso, compañero asesinado en el año 72, que había quedado a cargo de mi columna Interior-Sur, cerca de la vieja Estación Central de Ferrocarril. Fructuoso me llevó mirando para abajo, procedimiento común de seguridad, para que no pudiera identificar el local, a un departamento del que lo único que pude saber es que quedaba en la avenida Agraciada, no lejos del Palacio Legislativo. Allí me encontré con la que más tarde supe que era Alicia, cuyo seudónimo era Carmela, para coordinar alguna acción.
Amodio y su compañera se echaron en esa ocasión todo el peso de mantener viva a la organización.
Es evidente que entonces aún eran leales, pues podían haber hundido todo si así lo hubieran querido.
En la Jefatura de Policía de Montevideo yo no sabía entonces quien era ese que yo creí “delincuente socioeconómico”.
Mucho más tarde mi compañera, a quien le habían dejado la puerta de la celda abierta porque estaba embarazaday enferma, me contó que ella también había recibido una fruta de aquel, un meloncito en el que él había escrito con la uña en la cáscara su nombre: Amodio.
Esto es lo anecdótico. Lo importante que me deslumbró luego en un análisis que me llevó casi una vida y muchas vivencias duras es que considero que hubo toda una gama de “Amodios”, en la epidemia de diferentes grados de “amodiosis” que despertó la tortura sistemática.
La epidemia tiene los síntomas de una cierta megalomanía derivada del endiosamiento que todos teníamos por los cuadros de dirección tupamaros por la que éstos, aun algunos cuadros intermedios, creían que eran tan intocables que se podían permitir negociar para aliviar sus condiciones de tortura o reclusión. Este rasgo es posiblemente difícil de entender para los neófitos, pero hay que tener en cuenta que uno de los principios que se divulgaban en la interna era de que si venía una bala dirigida hacia un cuadro, cualquiera de las bases que pudiera tenía que colocarse delante de la bala. Naturalmente la posición del Bebe Sendic y de otros inspirados por su ejemplo o imbuidos de sus mismos principios era la opuesta; él se pondría delante de la bala para impedir que perforara a un compañero aunque éste fuera de base, tal vez aun más en este caso. Podríamos tal vez intentar resumir aquella filosofía con la frase “yo soy tan importante para la organización y por ende la revolución que no importa si caen algunos compañeros inferiores como resultado de que yo negocie con los militares para salvarme; la revolución bien vale la pena que cueste la caída de algunos menores porque en ella se van a redimir todos”.
Es comprensible que nadie quiera renunciar al respeto, más bien la adoración, de sus compañeros, en particular porque éstos son reconocidos por ser particularmente valiosos y duros. ¿Que homenaje puede ser mayor que el aplauso que recibieron los líderes tupamaros, llamados rehenes cuando los llevaron de vuelta al Penal de Libertad, brindado por los tupamaros más curtidos, los más duros de los duros? Por eso se entiende la posición de seguir sin reconocer los fallos humanos que se haya tenido bajo el maltrato inhumano al límite. A su vez este disimulo puede llevar a mantener toda una posición impostada y que ésta influya en las decisiones políticas.
Yo había estado durante la militancia con su pareja, Alicia Rey Morales. En 1969, en ocasión de que habían caído presos los integrantes de la dirección y la sub dirección y la organización estaba entonces tambaleante, todos los que habíamos quedado libres nos afanábamos por mostrar la presencia del MLN Tupamaros como que aún estaba vivo y que seguíamos peleando. Entonces hice un contacto con Fructuoso, compañero asesinado en el año 72, que había quedado a cargo de mi columna Interior-Sur, cerca de la vieja Estación Central de Ferrocarril. Fructuoso me llevó mirando para abajo, procedimiento común de seguridad, para que no pudiera identificar el local, a un departamento del que lo único que pude saber es que quedaba en la avenida Agraciada, no lejos del Palacio Legislativo. Allí me encontré con la que más tarde supe que era Alicia, cuyo seudónimo era Carmela, para coordinar alguna acción.
Amodio y su compañera se echaron en esa ocasión todo el peso de mantener viva a la organización.
Es evidente que entonces aún eran leales, pues podían haber hundido todo si así lo hubieran querido.
En la Jefatura de Policía de Montevideo yo no sabía entonces quien era ese que yo creí “delincuente socioeconómico”.
Mucho más tarde mi compañera, a quien le habían dejado la puerta de la celda abierta porque estaba embarazaday enferma, me contó que ella también había recibido una fruta de aquel, un meloncito en el que él había escrito con la uña en la cáscara su nombre: Amodio.
Esto es lo anecdótico. Lo importante que me deslumbró luego en un análisis que me llevó casi una vida y muchas vivencias duras es que considero que hubo toda una gama de “Amodios”, en la epidemia de diferentes grados de “amodiosis” que despertó la tortura sistemática.
La epidemia tiene los síntomas de una cierta megalomanía derivada del endiosamiento que todos teníamos por los cuadros de dirección tupamaros por la que éstos, aun algunos cuadros intermedios, creían que eran tan intocables que se podían permitir negociar para aliviar sus condiciones de tortura o reclusión. Este rasgo es posiblemente difícil de entender para los neófitos, pero hay que tener en cuenta que uno de los principios que se divulgaban en la interna era de que si venía una bala dirigida hacia un cuadro, cualquiera de las bases que pudiera tenía que colocarse delante de la bala. Naturalmente la posición del Bebe Sendic y de otros inspirados por su ejemplo o imbuidos de sus mismos principios era la opuesta; él se pondría delante de la bala para impedir que perforara a un compañero aunque éste fuera de base, tal vez aun más en este caso. Podríamos tal vez intentar resumir aquella filosofía con la frase “yo soy tan importante para la organización y por ende la revolución que no importa si caen algunos compañeros inferiores como resultado de que yo negocie con los militares para salvarme; la revolución bien vale la pena que cueste la caída de algunos menores porque en ella se van a redimir todos”.
Es comprensible que nadie quiera renunciar al respeto, más bien la adoración, de sus compañeros, en particular porque éstos son reconocidos por ser particularmente valiosos y duros. ¿Que homenaje puede ser mayor que el aplauso que recibieron los líderes tupamaros, llamados rehenes cuando los llevaron de vuelta al Penal de Libertad, brindado por los tupamaros más curtidos, los más duros de los duros? Por eso se entiende la posición de seguir sin reconocer los fallos humanos que se haya tenido bajo el maltrato inhumano al límite. A su vez este disimulo puede llevar a mantener toda una posición impostada y que ésta influya en las decisiones políticas.
No es sino recientemente que me alumbró esta duda, a la la luz desgarradora y terrible de que viejos líderes quieran dejar ir a “viejitos” torturadores, ahora presos, para su casa, que aboguen por aumentar los sueldos de los militares, mientras que afirman que la docencia es un apostolado no rentable, que defiendan a militares asesinos de su extradición, que no apoyen la anulación de la ley que otorga impunidad a los torturadores ydelincuentes contra los derechos humanos, que acepten que se manden tropas uruguayas a Haití y otros países…
¿Qué es lo que ahora estarán negociando para “beneficio del pueblo” los de “las manos sucias” sartreanas?
Ricardo Ferré
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