La irrebatible verdad
Morning Star Online
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
Hace sólo unos cuantos años los medios de comunicación abundaban en discusiones acerca del denominado “Síndrome de la Guerra del Golfo”, la misteriosa enfermedad que estaba afectando a los soldados estadounidenses y británicos que habían tomado parte en la invasión de Iraq de 1991.Después desapareció absolutamente del radar.
Pero en Iraq su población civil sigue sometida a incidencias mucho más alarmantes de enfermedades inexplicables.
Un reciente estudio del International Journal of Environmental Research and Public Health confirma lo que el cineasta Frieder Wagner lleva varios años denunciando.
Ese estudio arroja nueva luz sobre la aparición masiva de bebés con malformaciones congénitas en Faluya tras la guerra e indica que el carácter “epidémico” de las anormalidades reproductivas está probablemente causado por los residuos de la munición utilizada por las fuerzas armadas de EEUU en los ataques perpetrados contra la ciudad en 2004.
Como era de prever, la respuesta de Washington consistió en conectar al instante el modo “negación plausible”.
El uranio empobrecido es una sustancia radiactiva difícil de eliminar. Se utiliza para incrementar la capacidad de penetración de los proyectiles de artillería lanzados desde los cañones de tanques, aviones y helicópteros.
Las fuerzas estadounidenses y británicas utilizaron uranio empobrecido en Yugoslavia en 1992, en la primera guerra del Golfo de 1990-1991 y durante la invasión de Iraq en 2003.
Fue el profesor Horst-Siegwart Gunther quien primero se hizo eco, en 1991, del creciente número de pacientes con graves disfunciones renales y hepáticas y de recién nacidos con horribles malformaciones cuando trabajaba en el hospital de la Universidad de Bagdad.
El profesor sospechó que los síntomas podían ser consecuencia de la exposición a radiactividad proveniente de la munición de uranio empobrecido e hizo que en Berlín se examinara un pequeño fragmento de uno de los proyectiles utilizados.
“Sus sospechas resultaron acertadas, era material radiactivo”, dice Wagner. “Quedó claro que la exposición a esas municiones radiactivas y químicamente tóxicas podían causar el colapso del sistema inmunitario del cuerpo y la degradación de las funciones renales, hepáticas y pulmonares. Además, propiciaba el desarrollo de tumores agresivos y originaba daños genéticos.”
El fino y letal polvo liberado por esas municiones, una vez utilizadas, es transportado por el viento en todas direcciones y es particularmente mortífero cuando se inhala.
Las fuerzas occidentales utilizaron alrededor de 320 toneladas de uranio empobrecido tan sólo en la Guerra del Golfo de 1991.
Los hallazgos del profesor Gunther no se tuvieron en cuenta, pero Wagner los consideró tan importantes que decidió hacer un documental televisivo: “The Doctor and The Radioactive Children From Basra” [El doctor y los niños radiactivos de Basora], basado en sus conclusiones. Ese documental no tuvo un impacto sobresaliente porque, según ha explicado Wagner, a partir de la primavera de 2001, el tema de las municiones de uranio empobrecido pasó a convertirse en un tema tabú. El documental se pasó por la televisión alemana en 2004 tan sólo en una ocasión antes de desaparecer entre los archivos.
Con anterioridad a enero de 2001, los medios occidentales habían mostrado un gran interés en el “Síndrome de la Guerra del Golfo” y, posteriormente –tras la guerra de Yugoslavia-, pasó a conocerse como el “Síndrome de los Balcanes”, y fueron precisamente los soldados portugueses de la KFOR, estacionados en Kosovo, los que más muertes sufrieron por leucemia y cánceres agresivos, al igual que los veteranos de la Primera Guerra del Golfo.
Después, el Pentágono y el secretario general de la OTAN, George Robertson, declararon intocable el tema.
“Las municiones de uranio empobrecido y sus horrendos efectos son una verdad demasiado incómoda”, afirma Wagner.
En 2008, y de nuevo en 2010, Wagner y un grupo de científicos alemanes recibieron la invitación del Ministerio de Asuntos Exteriores en Berlín para que participaran en unas discusiones acerca de las consecuencias de la utilización de munición con uranio.
Fueron horas de discusiones, a veces acaloradas.
El jefe de la Cancillería concluyó que ambas partes habían presentado buenos y sólidos argumentos, “¡Pero se trata, sobre todo, de argumentos humanitarios y es imposible convencer a los estadounidenses con ese tipo de argumentos!”.
Increíble, dice Wagner. Pero no pudo encontrar un solo distribuidor para el documental tras la primera proyección. “Podría deberse a que todos los distribuidores piensan que el tema del film no es interesante porque los medios dominantes no están hablando de la problemática que aborda”, explica.
“Podría deberse también a que a los distribuidores están preocupados por las posibles repercusiones. El documental deja claro que la utilización por EEUU de ese tipo de armas es un crimen de guerra”.
Desde que la película se proyectó en abril de 2004, a Wagner no se le ha concedido ni una sola comisión por parte de los canales financiados públicamente en Alemania, aunque el documental ganó un premio de la televisión europea y Wagner ha conseguido en dos ocasiones el premio más prestigioso que concede la televisión alemana.
“Que los poderes políticos, con ayuda de los grandes medios de comunicación, se mantengan silenciosos sobre los efectos de este armamento no sorprende demasiado. Un colega de la revista Der Spiegel que informó sobre este mismo tema mucho antes que yo tuvo que coger una jubilación anticipada hace algún tiempo porque todos los editores importantes censuraban una y otra vez sus artículos sobre el tema. Por tanto, puedes ver que en todo ello hay una lógica determinada”, añade.
“Deadly Dust” [Polvo letal], es una versión inglesa de la película que está disponible desde 2007, pero que tan sólo se ha vendido en los Emiratos Árabes Unidos y en Arabia Saudí, revela Wagner.
“Existe el peligro de que sólo llegue al dominio público cuando las mujeres de los soldados destinados en Afganistán, Kosovo e Iraq empiezan a tener niños con deformidades y empiecen a sacarlos a pasear en sus cochecitos”, dice.
Pero Wagner no está dejando caer todo esto en saco roto. “Estaba decidido a no permitir que nadie me silenciara y por eso es por lo que mi esposa y yo intentamos conseguir financiación para convertirlo en una película que pudiera proyectarse en los cines. He estado mostrándola en cines independientes y discutiendo las cuestiones que plantea con las audiencias. Hemos conseguido hasta ahora 226 proyecciones y la han visto alrededor de 18.000 personas.
“He escrito también un libro titulado “Uranium Bombs and the secret weapon of mass destruction” [Bombas de uranio, el arma secreta de destrucción masiva] para tratar de difundir el problema. Una verdad como esta no puede seguir ocultándose.”
Está de acuerdo con John Pilger, quien en su reciente película “The War You Don’t See” [La guerra que Vd. no ve] demuestra cómo los medios actúan como cómplices en todo lo que se refiere a la guerra y a sus consecuencias.
“Todas las guerras de épocas recientes empezaron con mentiras. Fue con mentiras como nos llevaron a la guerra en Kosovo, Iraq y Afganistán”, afirma.
“Y no puedo entender, es un misterio para mí, cómo una y otra vez elegimos a los mismos políticos y representantes que son los responsables de esas mentiras. Deberíamos llevar a Bush y Blair ante un tribunal internacional de crímenes de guerra.
“Después de 1945, en Núremberg se juzgó a los nazis que se habían destacado, ¿por qué no se hace lo mismo con estos criminales de guerra actuales?”
La utilización de municiones y bombas de uranio constituyen un crimen de guerra, subraya, porque el uranio empobrecido se dispersa una vez que se vaporiza durante la detonación y esto es lo que lo hace tan tóxico.
“Los fragmentos de los proyectiles continúan siendo tóxicos durante décadas después de afectar al medio ambiente y a las poblaciones civiles. Ese uso viola claramente los Convenios de Ginebra sobre el comportamiento en tiempo de guerra.”
Para colmo de ironías, se llegó a encarcelar al profesor Gunther en Alemania no porque exigiera la prohibición de tales armas sino porque introdujo allí el fragmento de proyectil para probar su toxicidad.
Un tribunal de Berlín le multó con 3.000 € por el delito de “liberar radiación ionizante”. Pero como los aliados occidentales habían liberado en Iraq cientos de toneladas de ese material con total impunidad, se negó a pagar.
El resultado fue que tuvo que pasar cinco semanas en prisión.
“¿No es absurdo?”, pregunta Wagner retóricamente. “Muchas zonas de Iraq siguen siendo hoy en día inhabitables. En un campo de batalla situado en Abu Kasib, cerca de Basora, medimos los niveles de radiactividad en los agujeros que habían quedado de los tanques iraquíes destruidos durante la guerra. Los niveles eran 30.000 veces más altos que los esperados en niveles habituales normales. Por eso se teme actualmente que durante los próximos 15-20 años, sólo en Iraq, puedan morir entre cinco y siete millones de personas a causa de leucemia y cánceres agresivos. Eso constituye genocidio.”
“No puedes construir una democracia mediante opresión, guerras, bombas, amputaciones y niños muertos y deformados.”
En la declaración final del Tribunal de Crímenes de Guerra de Núremberg se afirma: “Iniciar una guerra de agresión… es el crimen internacional supremo, y sólo difiere de otros crímenes de guerra en que contiene dentro de sí todo el mal acumulado en todos los demás. Iniciar una guerra de agresión es un crimen que ninguna situación política o económica puede justificar.”
Wagner está convencido de que la guerra de agresión contra Iraq constituyó tal crimen de guerra. Por eso es por lo que su película merece la mayor atención y audiencia posibles.
Puede solicitarse directamente la versión en inglés de “Deadly Dust” en DVD (19,90€) al Sr. Wagner en: ochowa-film@t-online.de. Puede contemplarse en:
http://video.google.com/videoplay?docid=5146778547681767408
Fuente: http://www.morningstaronline.co.uk/index.php/news/content/view/full/100609
rJV
Pero en Iraq su población civil sigue sometida a incidencias mucho más alarmantes de enfermedades inexplicables.
Un reciente estudio del International Journal of Environmental Research and Public Health confirma lo que el cineasta Frieder Wagner lleva varios años denunciando.
Ese estudio arroja nueva luz sobre la aparición masiva de bebés con malformaciones congénitas en Faluya tras la guerra e indica que el carácter “epidémico” de las anormalidades reproductivas está probablemente causado por los residuos de la munición utilizada por las fuerzas armadas de EEUU en los ataques perpetrados contra la ciudad en 2004.
Como era de prever, la respuesta de Washington consistió en conectar al instante el modo “negación plausible”.
El uranio empobrecido es una sustancia radiactiva difícil de eliminar. Se utiliza para incrementar la capacidad de penetración de los proyectiles de artillería lanzados desde los cañones de tanques, aviones y helicópteros.
Las fuerzas estadounidenses y británicas utilizaron uranio empobrecido en Yugoslavia en 1992, en la primera guerra del Golfo de 1990-1991 y durante la invasión de Iraq en 2003.
Fue el profesor Horst-Siegwart Gunther quien primero se hizo eco, en 1991, del creciente número de pacientes con graves disfunciones renales y hepáticas y de recién nacidos con horribles malformaciones cuando trabajaba en el hospital de la Universidad de Bagdad.
El profesor sospechó que los síntomas podían ser consecuencia de la exposición a radiactividad proveniente de la munición de uranio empobrecido e hizo que en Berlín se examinara un pequeño fragmento de uno de los proyectiles utilizados.
“Sus sospechas resultaron acertadas, era material radiactivo”, dice Wagner. “Quedó claro que la exposición a esas municiones radiactivas y químicamente tóxicas podían causar el colapso del sistema inmunitario del cuerpo y la degradación de las funciones renales, hepáticas y pulmonares. Además, propiciaba el desarrollo de tumores agresivos y originaba daños genéticos.”
El fino y letal polvo liberado por esas municiones, una vez utilizadas, es transportado por el viento en todas direcciones y es particularmente mortífero cuando se inhala.
Las fuerzas occidentales utilizaron alrededor de 320 toneladas de uranio empobrecido tan sólo en la Guerra del Golfo de 1991.
Los hallazgos del profesor Gunther no se tuvieron en cuenta, pero Wagner los consideró tan importantes que decidió hacer un documental televisivo: “The Doctor and The Radioactive Children From Basra” [El doctor y los niños radiactivos de Basora], basado en sus conclusiones. Ese documental no tuvo un impacto sobresaliente porque, según ha explicado Wagner, a partir de la primavera de 2001, el tema de las municiones de uranio empobrecido pasó a convertirse en un tema tabú. El documental se pasó por la televisión alemana en 2004 tan sólo en una ocasión antes de desaparecer entre los archivos.
Con anterioridad a enero de 2001, los medios occidentales habían mostrado un gran interés en el “Síndrome de la Guerra del Golfo” y, posteriormente –tras la guerra de Yugoslavia-, pasó a conocerse como el “Síndrome de los Balcanes”, y fueron precisamente los soldados portugueses de la KFOR, estacionados en Kosovo, los que más muertes sufrieron por leucemia y cánceres agresivos, al igual que los veteranos de la Primera Guerra del Golfo.
Después, el Pentágono y el secretario general de la OTAN, George Robertson, declararon intocable el tema.
“Las municiones de uranio empobrecido y sus horrendos efectos son una verdad demasiado incómoda”, afirma Wagner.
En 2008, y de nuevo en 2010, Wagner y un grupo de científicos alemanes recibieron la invitación del Ministerio de Asuntos Exteriores en Berlín para que participaran en unas discusiones acerca de las consecuencias de la utilización de munición con uranio.
Fueron horas de discusiones, a veces acaloradas.
El jefe de la Cancillería concluyó que ambas partes habían presentado buenos y sólidos argumentos, “¡Pero se trata, sobre todo, de argumentos humanitarios y es imposible convencer a los estadounidenses con ese tipo de argumentos!”.
Increíble, dice Wagner. Pero no pudo encontrar un solo distribuidor para el documental tras la primera proyección. “Podría deberse a que todos los distribuidores piensan que el tema del film no es interesante porque los medios dominantes no están hablando de la problemática que aborda”, explica.
“Podría deberse también a que a los distribuidores están preocupados por las posibles repercusiones. El documental deja claro que la utilización por EEUU de ese tipo de armas es un crimen de guerra”.
Desde que la película se proyectó en abril de 2004, a Wagner no se le ha concedido ni una sola comisión por parte de los canales financiados públicamente en Alemania, aunque el documental ganó un premio de la televisión europea y Wagner ha conseguido en dos ocasiones el premio más prestigioso que concede la televisión alemana.
“Que los poderes políticos, con ayuda de los grandes medios de comunicación, se mantengan silenciosos sobre los efectos de este armamento no sorprende demasiado. Un colega de la revista Der Spiegel que informó sobre este mismo tema mucho antes que yo tuvo que coger una jubilación anticipada hace algún tiempo porque todos los editores importantes censuraban una y otra vez sus artículos sobre el tema. Por tanto, puedes ver que en todo ello hay una lógica determinada”, añade.
“Deadly Dust” [Polvo letal], es una versión inglesa de la película que está disponible desde 2007, pero que tan sólo se ha vendido en los Emiratos Árabes Unidos y en Arabia Saudí, revela Wagner.
“Existe el peligro de que sólo llegue al dominio público cuando las mujeres de los soldados destinados en Afganistán, Kosovo e Iraq empiezan a tener niños con deformidades y empiecen a sacarlos a pasear en sus cochecitos”, dice.
Pero Wagner no está dejando caer todo esto en saco roto. “Estaba decidido a no permitir que nadie me silenciara y por eso es por lo que mi esposa y yo intentamos conseguir financiación para convertirlo en una película que pudiera proyectarse en los cines. He estado mostrándola en cines independientes y discutiendo las cuestiones que plantea con las audiencias. Hemos conseguido hasta ahora 226 proyecciones y la han visto alrededor de 18.000 personas.
“He escrito también un libro titulado “Uranium Bombs and the secret weapon of mass destruction” [Bombas de uranio, el arma secreta de destrucción masiva] para tratar de difundir el problema. Una verdad como esta no puede seguir ocultándose.”
Está de acuerdo con John Pilger, quien en su reciente película “The War You Don’t See” [La guerra que Vd. no ve] demuestra cómo los medios actúan como cómplices en todo lo que se refiere a la guerra y a sus consecuencias.
“Todas las guerras de épocas recientes empezaron con mentiras. Fue con mentiras como nos llevaron a la guerra en Kosovo, Iraq y Afganistán”, afirma.
“Y no puedo entender, es un misterio para mí, cómo una y otra vez elegimos a los mismos políticos y representantes que son los responsables de esas mentiras. Deberíamos llevar a Bush y Blair ante un tribunal internacional de crímenes de guerra.
“Después de 1945, en Núremberg se juzgó a los nazis que se habían destacado, ¿por qué no se hace lo mismo con estos criminales de guerra actuales?”
La utilización de municiones y bombas de uranio constituyen un crimen de guerra, subraya, porque el uranio empobrecido se dispersa una vez que se vaporiza durante la detonación y esto es lo que lo hace tan tóxico.
“Los fragmentos de los proyectiles continúan siendo tóxicos durante décadas después de afectar al medio ambiente y a las poblaciones civiles. Ese uso viola claramente los Convenios de Ginebra sobre el comportamiento en tiempo de guerra.”
Para colmo de ironías, se llegó a encarcelar al profesor Gunther en Alemania no porque exigiera la prohibición de tales armas sino porque introdujo allí el fragmento de proyectil para probar su toxicidad.
Un tribunal de Berlín le multó con 3.000 € por el delito de “liberar radiación ionizante”. Pero como los aliados occidentales habían liberado en Iraq cientos de toneladas de ese material con total impunidad, se negó a pagar.
El resultado fue que tuvo que pasar cinco semanas en prisión.
“¿No es absurdo?”, pregunta Wagner retóricamente. “Muchas zonas de Iraq siguen siendo hoy en día inhabitables. En un campo de batalla situado en Abu Kasib, cerca de Basora, medimos los niveles de radiactividad en los agujeros que habían quedado de los tanques iraquíes destruidos durante la guerra. Los niveles eran 30.000 veces más altos que los esperados en niveles habituales normales. Por eso se teme actualmente que durante los próximos 15-20 años, sólo en Iraq, puedan morir entre cinco y siete millones de personas a causa de leucemia y cánceres agresivos. Eso constituye genocidio.”
“No puedes construir una democracia mediante opresión, guerras, bombas, amputaciones y niños muertos y deformados.”
En la declaración final del Tribunal de Crímenes de Guerra de Núremberg se afirma: “Iniciar una guerra de agresión… es el crimen internacional supremo, y sólo difiere de otros crímenes de guerra en que contiene dentro de sí todo el mal acumulado en todos los demás. Iniciar una guerra de agresión es un crimen que ninguna situación política o económica puede justificar.”
Wagner está convencido de que la guerra de agresión contra Iraq constituyó tal crimen de guerra. Por eso es por lo que su película merece la mayor atención y audiencia posibles.
Puede solicitarse directamente la versión en inglés de “Deadly Dust” en DVD (19,90€) al Sr. Wagner en: ochowa-film@t-online.de. Puede contemplarse en:
http://video.google.com/videoplay?docid=5146778547681767408
Fuente: http://www.morningstaronline.co.uk/index.php/news/content/view/full/100609
rJV
No hay comentarios:
Publicar un comentario