El poder de la brutalidad... y sus límites

Así como los millones de manifestantes no violentos en El Cairo aprendieron de Al Jazeera y de sus pares en Túnez –hasta en esos mensajes de correo electrónico en que los tunecinos aconsejaban a los egipcios partir limones a la mitad y comerlos para evitar los efectos del gas lacrimógeno–, así también los esbirros de seguridad del Estado en Egipto, que presumiblemente veían los mismos programas, ejercieron precisamente la misma brutalidad que sus colegas en Túnez. Increíble, si se pone uno a pensar en ello.

Habiendo tenido el placer de estar junto a estos guerreros del Estado en las calles de El Cairo, puedo atestiguar sus tácticas por experiencia personal. Primero, la policía uniformada confrontó a los manifestantes. Luego abrió filas para permitir que los baltagi –ex policías, drogadictos y ex presidiarios– corrieran al frente y golpearan a los manifestantes con palos, cachiporras y barretas de hierro. Luego los criminales se replegaron hacia las filas de la policía mientras los uniformados bañaban a los manifestantes con miles de latas de gas lacrimógeno (de nuevo, hechas en Estados Unidos). Al final, según observé con considerable satisfacción, los manifestantes sencillamente avasallaron a los hombres del Estado y sus mafiosos.
Pero, ¿qué ocurre cuando sintonizo Al Jazeera para ver hacia dónde debemos viajar ahora? En las calles de Yemen hay policías de seguridad del Estado cargando con cachiporras a las multitudes de manifestantes en Saná y luego abriendo filas para permitir que esbirros sin uniforme ataquen con garrotes, cachiporras, barras de hierro y pistolas. Y en el momento en que estos criminales se repliegan, la policía yemení baña de gas lacrimógeno a las multitudes. Luego las imágenes son de Bahrein, donde –no necesito decirlo, ¿o sí?– los policías aporrean a hombres y mujeres y arrojan miles de cargas de gas lacrimógeno con tal promiscuidad que los propios uniformados acaban vomitando en el pavimento. Extraño, ¿no?

Fue algo infernal, esa universidad abierta de la tortura, una constante ronda de conferencias y recuentos de primera mano de
interrogatorioshechos por sádicos del mundo árabe, con el constante apoyo del Pentágono y sus escandalosos manuales de
cooperación estratégica, para no mencionar el entusiasmo de Israel.
Pero había una falla vital en esas lecciones. Si alguna vez –sólo una vez– la gente perdiera el miedo y se levantara para aplastar a sus opresores, el mismo sistema de dolor y horror se volvería su enemigo, y su ferocidad sería precisamente la razón de su derrumbe. Eso es lo que ocurrió en Túnez. Y en Egipto.

Lo que esto demuestra es que los dictadores de Medio Oriente son infinitamente más estúpidos, desalmados, vanidosos, arrogantes y ridículos de lo que sus propios pueblos creían. Gengis Kan y lord Blair de Isfaján fundidos en uno.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/02/16/index.php?section=opinion&article=034a1mun
No hay comentarios:
Publicar un comentario