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Chomsky: La conexión El Cairo / Wisconsin

La conexión El Cairo / Wisconsin



El 20 de febrero, Kamal Abbas, líder sindical egipcio y figura prominente del Movimiento 25 de Enero, envió un mensaje a los “trabajadores de Wisconsin”: “Estamos con ustedes, así como ustedes estuvieron con nosotros”.
Los trabajadores egipcios han luchado mucho tiempo por los derechos fundamentales que les denegaba el régimen de Hosni Mubarak respaldado por EEUU. Kamal tiene razón en invocar la solidaridad, que ha sido durante mucho tiempo la fuerza orientadora del movimiento de los trabajadores en el mundo, y en equiparar sus luchas por los derechos laborales y por la democracia.
Las dos están estrechamente interrelacionadas. Los movimientos de trabajadores han estado en la vanguardia de la protección de la democracia y los derechos humanos y en la expansión de sus dominios, razón elemental que explica por qué son venenosos para los sistemas de poder, sean públicos o privados.
Las trayectorias de los movimientos en Egipto y EEUU están tomando direcciones opuestas: hacia la conquista de derechos, en Egipto, y hacia la defensa de derechos existentes, pero sometidos a duros ataques, en EEUU.
Los dos casos merecen una mirada más cercana.
La sublevación del 25 de enero fue encendida por los jóvenes usuarios de Facebook del Movimiento 6 de Abril, que se levantaron en Egipto en la primavera de 2008 en “solidaridad con los trabajadores textiles en huelga en Mahalla”, según señala el analista laboral Nada Matta. El Estado reventó la huelga y las acciones de solidaridad, pero Mahalla quedó como “un símbolo de revuelta y desafío al régimen”, añade Matta. La huelga se volvió particularmente amenazante para la dictadura cuando las demandas de los trabajadores se extendieron más allá de sus preocupaciones locales y reclamaron un salario mínimo para todos los egipcios.
Las observaciones de Matta son confirmadas por Joel Beinin, una autoridad estadounidense en materia laboral egipcia. Durante muchos años de lucha, informa Beinin, los trabajadores han establecido nexos y se pueden movilizar con presteza.
Cuando los trabajadores se sumaron al Movimiento 25 de Enero, el impacto fue decisivo y el comando militar se deshizo de Mubarak. Fue una gran victoria para el movimiento por la democracia egipcia, aunque permanecen muchas barreras, internas y externas. Las barreras internas son claras. EEUU y sus aliados no pueden tolerar fácilmente democracias que funcionen en el mundo árabe.
Las encuestas de opinión pública en Egipto y a lo largo y ancho de Oriente Próximo son elocuentes: por aplastantes mayorías, la gente considera a EEUU e Israel, y no a Irán, las mayores amenazas. Más aún, la mayoría piensa que la región estaría mejor si Irán tuviese armas nucleares.

Podemos anticipar que Washington mantendrá su política tradicional, bien confirmada por los expertos: la democracia es tolerable sólo si se ajusta a objetivos estratégico-económicos. La fábula del “anhelo por la democracia” de EEUU está reservada para ideólogos y propaganda.
La democracia en EEUU ha tomado una dirección diferente. Después de la II Guerra Mundial, el país disfrutó de un crecimiento sin precedentes, ampliamente igualitario y acompañado de una legislación que beneficiaba a la mayoría de la gente. La tendencia continuó durante los años de Richard Nixon, hasta que llegó la era liberal.
La reacción contra el impacto democratizador del activismo de los sesenta y la traición de clase de Nixon no tardó en llegar mediante un gran incremento en las prácticas lobistas para diseñar las leyes, el establecimiento de think-tanks de derechas para capturar el espectro ideológico, y otros muchos medios.
La economía también cambió de curso hacia la financiarización y la exportación de la producción. La desigualdad se disparó, primordialmente por la creciente riqueza del 1% de la población, o incluso una fracción menor, limitada fundamentalmente a presidentes de corporaciones, gestores de fondos de alto riesgo, etc.
Para la mayoría, los ingresos reales se estancaron. Volvieron los horarios laborales más amplios, la deuda, la inflación. Vino entonces la burbuja inmobiliaria de ocho billones de dólares, que la Reserva Federal y casi todos los economistas, embebidos en los dogmas de los mercados eficientes, no lograron prever. Cuando la burbuja estalló, la economía se colapsó a niveles cercanos a los de la Depresión para los trabajadores de la industria y muchos otros.
La concentración del ingreso confiere poder político, que a su vez deriva en leyes que refuerzan más aún el privilegio de los superricos: políticas tributarias, normas de gobernanza corporativa y mucho más. Junto a este círculo vicioso, los costes de campañas electorales han aumentado drásticamente, llevando a los dos partidos mayoritarios a nutrirse en el sector de las corporaciones: los republicanos de manera natural y los demócratas (ahora muy equivalentes a los republicanos moderados de años anteriores) siguiéndoles no muy atrás.

En 1978, mientras este proceso se desarrollaba, el entonces presidente de los Trabajadores Autónomos Unidos, Doug Fraser, condenó a los líderes empresariales por haber “elegido sumarse a una guerra unilateral de clases en este país: una guerra contra el pueblo trabajador, los pobres, las minorías, los muy jóvenes y muy viejos, e incluso muchos de la clase media de nuestra sociedad”, y haber “roto y deshecho el frágil pacto no escrito que existió previamente durante un periodo de crecimiento y progreso”.
Cuando los trabajadores ganaron derechos básicos en los años treinta, dirigentes empresariales advirtieron sobre “el peligro que afrontaban los industriales por el creciente poder político de las masas”, y reclamaron medidas urgentes para conjurar la amenaza, de acuerdo con el académico Alex Carey en Taking the risk out of democracy. Esos hombres de negocios entendían, al igual que lo hizo Mubarak, que los sindicatos constituyen una fuerza directriz en el avance de los derechos y la democracia. En EEUU, los sindicatos son el contrapoder primario a la tiranía corporativa.
De momento, los sindicatos del sector privado de EEUU han sido severamente debilitados. Los sindicatos del sector público se encuentran últimamente sometidos a un ataque implacable desde la oposición de derechas, que explota cínicamente la crisis económica causada básicamente por la industria financiera y sus aliados en el Gobierno.
La ira popular debe ser desviada de los agentes de la crisis financiera, que se están beneficiando de ella; por ejemplo, Goldman Sachs, que está “en vías de pagar 17.500 millones de dólares en compensación por el ejercicio pasado”, según informa la prensa económica. El presidente de la compañía, Lloyd Blankfein, recibirá un bonus de 12,6 millones de dólares mientras su sueldo se triplica hasta los dos millones.
En su lugar, la propaganda debe demonizar a los profesores y otros empleados públicos por sus grandes salarios y exorbitantes pensiones, todo ello un montaje que sigue un modelo que ya resulta demasiado familiar. Para el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, para la mayoría de los republicanos y muchos demócratas, el eslogan es que la austeridad debe ser compartida (con algunas excepciones notables).
La propaganda ha sido bastante eficaz. Walker puede contar con al menos una amplia minoría para apoyar su enorme esfuerzo para destruir los sindicatos. La invocación del déficit como excusa es pura farsa.
En sentidos diferentes, el destino de la democracia está en juego en Madison, Wisconsin, no menos de lo que está en la plaza Tahrir.
Fuente: http://blogs.publico.es/noam-chomsky/58/la-conexion-el-cairo-wisconsin/



Arabia Saudí, el factor clave



Arabia Saudí, el factor clave



El terremoto de las pasadas cinco semanas en Medio Oriente ha sido la experiencia más tumultuosa, devastadora y pasmosa en la historia de la región desde la caída del imperio otomano. Por una vez, conmoción y pavor fue una descripción apropiada. Los dóciles, supinos, incorregibles y serviles árabes del orientalismo se han transformado en luchadores por la libertad y la dignidad, papel que los occidentales hemos asumido siempre que nos pertenece en exclusiva en el mundo. Uno tras otro, nuestros sátrapas están cayendo, y los pueblos a quienes les pagábamos por controlar escriben su propia historia: nuestro derecho a meternos en sus asuntos (el cual, por supuesto, seguiremos ejerciendo) ha sido disminuido para siempre.
Las placas tectónicas siguen desplazándose, con resultados trágicos, valientes e incluso humorísticos, en el sentido negro del término. Incontables potentados árabes habían proclamado siempre que querían democracia en Medio Oriente. El rey Bashar de Siria dice que mejorará la paga de los burócratas. El rey Bouteflika de Argelia ha levantado de pronto el estado de emergencia. El rey Hamad de Bahrein ha abierto las puertas de sus prisiones. El rey Bashir de Sudán no volverá a postularse a la presidencia. El rey Abdulá de Jordania estudia la idea de una monarquía constitucional. Y Al Qaeda, bueno, ha estado más bien callada. ¿Quién hubiera creído que el anciano de la cueva de pronto saldría al exterior y se deslumbraría por la luz de la libertad en vez de la oscuridad maniquea a la que sus ojos se habían acostumbrado? Ha habido montones de mártires en todo el mundo musulmán, pero las banderas islamitas no aparecen por ningún lado. Los jóvenes hombres y mujeres que ponen fin a los dictadores que los atormentan son musulmanes en su mayoría, pero el espíritu humano ha sido mayor que el deseo de morir. Son creyentes, sí, pero ellos llegaron allí primero y derrocaron a Mubarak mientras los esbirros de Bin Laden aún siguen llamando a deponerlo en videos ya rebasados.
Pero ahora una advertencia. No ha terminado. Experimentamos ahora ese sentimiento cálido, ligeramente húmedo que precede al restallar del trueno y el relámpago. La película de horror final de Kadafi aún debe terminar, si bien con esa terrible mezcla de farsa y sangre a la que nos hemos acostumbrado en Medio Oriente. Y el destino que le aguarda, sobra decirlo, pone en una perspectiva aún más clara la vil adulación de nuestros propios potentados. Berlusconi –que en muchos aspectos es ya una espantosa imitación de Kadafi–, Sarkozy y lord Blair de Isfaján se nos revelan todavía más ruines de lo que los creíamos. Con ojos basados en la fe bendijeron a Kadafi el asesino. En su momento escribí que Blair y Straw habían olvidado el factor sorpresa, la realidad de que este extraño foco estaba por completo chiflado y sin duda cometería otro acto terrible para avergonzar a nuestros amos. Y sí, ahora todo periodista británico va a tener que agregar la oficina de Blair no devolvió nuestra llamada al teclado de su laptop.
Todo el mundo insta ahora a Egipto a seguir el modelo turco, lo cual parece implicar un placentero coctel de democracia e islamismo cuidadosamente controlado. Pero si esto es cierto, el ejército egipcio mantendrá sobre su pueblo una vigilancia repudiada y nada democrática en las décadas por venir. Como ha expresado el abogado Alí Ezzatyar, “los líderes militares egipcios han hablado de amenazas al ‘modo de vida egipcio’… en una no muy sutil referencia a las amenazas de la Hermandad Musulmana. Parece una página tomada del manual turco”.
El ejército turco se ha revelado cuatro veces como creador de reyes en la historia moderna de su país. ¿Y quién si no el ejército egipcio, creador de Nasser, constructor de Sadat, se libró del ex general Mubarak cuando su tiempo llegó?
Y la democracia –la verdadera, desbocada, fallida pero brillante versión que los occidentales hemos hasta ahora cultivado con amor (y con razón) para nosotros mismos– no va a convivir felizmente en el mundo árabe con el pernicioso trato que Israel da a los palestinos y su despojo de tierras en Cisjordania. Israel, que ya no esla única democracia en Medio Oriente, sostuvo con desesperación –junto con Arabia Saudí, por amor de Dios– que era necesario mantener la tiranía de Mubarak. Oprimió el botón de pánico de la Hermandad Musulmana en Washington y elevó el acostumbrado cociente de miedo en los cabilderos israelíes para descarrilar una vez más a Obama y a Hillary Clinton. Enfrentados a los manifestantes democráticos en las tierras de la opresión, ellos siguieron la consigna de respaldar a los opresores hasta que fue demasiado tarde. Me encanta eso de la transición ordenada: la palabra ordenada lo dice todo.
Sólo el periodista israelí Gideon Levy lo entendió bien. ¡Deberíamos decir Mabrouk Misr!, escribió. ¡Felicidades, Egipto!

Sin embargo, en Bahrein viví una experiencia deprimente. El rey Hamad y el príncipe heredero Salman han estado plegándose a los deseos del 70 por ciento chiíta de su población –¿80?–, abriendo prisiones y prometiendo reformas constitucionales. Le pregunté a un funcionario del gobierno en Manama si tal cosa es de veras posible. ¿Por qué no tener un primer ministro electo en vez de la familia real Jalifa? “Imposible –respondió, chasqueando la lengua–. El CCG no lo permitiría.” En vez de CCG –Consejo de Cooperación del Golfo–, léase Arabia Saudí.
Y es aquí, me temo, donde nuestro relato se vuelve más oscuro.
Ponemos muy poca atención a esa banda autocrática de príncipes ladrones; creemos que son arcaicos, analfabetos en política moderna, ricos (sí, como Creso nunca soñó, etcétera), y reímos cuando el rey Abdulá ofreció compensar cualquier descenso en el dinero de rescate de Washington al régimen de Mubarak, como ahora volvemos a reír cuando promete 36 mil millones de dólares a sus ciudadanos para mantenerlos callados. Pero no es para reír. La revuelta que finalmente echó a los otomanos del mundo árabe comenzó en los desiertos de Arabia; sus tribus confiaron en Lawrence, McMahon y el resto de nuestra banda. Y de Arabia salió el wahabismo, esa poción espesa y embriagadora –un líquido negro coronado por espuma blanca– cuya espantosa simplicidad ha atraído a todo aspirante a islamita y atacante suicida en el mundo musulmán sunita. Los saudíes criaron a Osama Bin Laden, a Al Qaeda y al talibán. No mencionemos siquiera que ellos aportaron la mayoría de los atacantes del 11 de septiembre de 2001. Y ahora los saudíes creerán que ellos son los únicos musulmanes que continúan en armas contra el mundo resplandeciente. Tengo la ingrata sospecha de que el destino del desfile de la historia de Medio Oriente que se desenvuelve ante nuestros ojos se decidirá en el reino del petróleo, de los lugares sagrados y de la corrupción. Cuidado.

Añadamos una nota ligera. He estado recogiendo las citas más memorables de la revolución árabe. Tenemos Regrese, señor presidente, sólo bromeábamos, de un manifestante contra Mubarak. Y el discurso de estilo goebbeliano de Saif al Islam al Kadafi: “Olvídense del petróleo, olvídense del gas… habrá guerra civil”. Mi cita favorita, egoísta y personal, llegó cuando mi viejo amigo Tom Friedman, del New York Times, se reunió conmigo a desayunar con su acostumbrada sonrisa irresistible. “Fisky –me dijo–, ¡un egipcio se me acercó ayer en la plaza Tahrir y me preguntó si yo era Robert Fisk!”
Eso es lo que yo llamo una revolución.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/02/26/index.php?section=opinion&article=026a1mun
Traducción: Jorge Anaya



Chomsky: La reforma migratoria, Egipto y Obama

Entrevista a Noam Chomsky
La reforma migratoria, Egipto y Obama


Univisión




Los sin papeles, los más vulnerablesEl conocido lingüista e intelectual estadounidense Noam Chomsky habló sobre la razón por la cual no hay una reforma migratoria; opinó que Estados Unidos siempre ha apoyado a dictadores por todo el mundo y que Egipto no fue la excepción y trazó un balance de los dos años de la presidencia de Barack Obama.
La mente de Chomsky, profesor del prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT), se pone más filosa con el paso del tiempo, aún a sus 82 años. Ha escrito más de 150 libros y su análisis es certero aunque polémico.
Univision.com habló con Chomsky sobre tres temas: Reforma migratoria, la crisis en Egipto y la presidencia de Obama.
‘La administración de (Barack) Obama ha deportado muchos más inmigrantes indocumentados que durante la gestión de Bush hijo. Empujaron un poco el Dream Act pero no pasó nada, lo que considero trágico’, dijo.
‘La razón por la cual considero que no hay una reforma migratoria es muy simple. Cuando se tiene una seria crisis económica, aquellos que son responsables como las corporaciones ricas, los bancos, la industria financiera y el gobierno, ellos mismos no quieren que la gente preste atención a la causa de la crisis, o sea ellos mismos, y entonces quieren desviar la atención y el enojo a otro lugar’.
‘Y hay una manera rutinaria de hacer esto, que es: Apuntas a la gente que es más vulnerable. Así que el problema es el indocumentado, los docentes y sus pensiones, la policía que gana más de lo que debe. Desviar la atención es la salida y los inmigrantes son el blanco porque ellos son los más vulnerables. Y en ese contexto hay tremenda bronca en el país. Y si la atención se desvía a los más vulnerables, será muy difícil hacer algo por ellos. Por eso no hay reforma migratoria’.
¿Cuál es su opinión sobre los hechos en Egipto y la postura de EE.UU., que durante 30 años apoyó a Mubarak?
Hay una respuesta estándar para estas situaciones que surgen una y otra vez. EE.UU. apoya dictadores en todo el mundo y no sólo en el Medio Oriente. Y llega un momento en que comienzan a derrumbarse y no pueden mantenerse, o se independizan demasiado y EE.UU. entonces no los tolera más. En estos casos hay un procedimiento estándar; Marcos en Filipinas, Suharto en Indonesia, Duvalier en Haití... hay una lista larga. Los apoyas hasta que puedes y cuando se torna imposible, como cuando el ejército se rebela, los jubilas, como en el caso de Duvalier, los pones en un avión de la Fuerza Aérea rumbo a Francia con la mitad del tesoro en su bolsillo. Los mantienes hasta que puedes y luego te los quitas de encima.
¿Esto pasó en Egipto?
Eso es lo que pasa en Egipto. Están viendo cómo mantener la situación. Los militares han estado manejando el país desde 1952. Los jefes militares son dueños de la economía, pertenecen a la elite corrupta y los oficiales más jóvenes los miran con recelo, lo que puede ser caldo de cultivo para una rebelión.
‘El movimiento popular es espectacular, pero desorganizado. Lo que pasa dentro de Egipto pasa muchas veces en las dictaduras. Algo hace chispa y las cosas ocurren.
¿Ese movimiento popular puede extenderse en la región?
Argelia es para mantenerla en la mirilla. Tiene una dictadura brutal. Marruecos por el momento está calmo. Libia aparenta estar bajo control. Pero si hay una revuelta en Libia, EE.UU. la apoyaría porque no le gusta Gadafi. En Jordania hay protestas, pero tienen un ejército muy fuerte y el apoyo de EE.UU., Arabia Saudí está bastante callada, es el país más importante y más reaccionario, es el centro del fundamentalismo islámico y el mayor patrocinador de los terroristas.
Obama y sus dos años en la Casa Blanca
Los dos primeros años de Obama en la Casa Blanca recibieron una tibia, sino fría, calificación por parte de Chomsky.
‘Obama parece una persona con pocos principios. Hubo algunas cosas que debían hacerse y las hizo. Llegó en medio de una crisis económica y obviamente había que hacer algo sobre eso’, dijo.
‘La mayoría de quienes lo apoyaron en las elecciones fueron de la industria financiera. Y esperaban que les fuera devuelto el favor. Y se les devolvió. Cuando Obama formó su equipo económico lo hizo casi completamente con gente que compartió una considerable responsabilidad por la crisis y que en gran parte pertenecía a la industria financiera. Esas personas desarrollaron un programa que evitó un empeoramiento de la crisis y pusieron unas ‘curitas’ pero esencialmente terminaron restaurando el sistema tal como estaba antes. Hoy las principales firmas de inversiones y bancos son más ricos y más poderosos que antes’.
‘El CEO de Goldman Sachs recibió un bono de 12 millones y medio de dólares y su salario cuadruplica eso. Y culpan a los docentes como una de las causas de la crisis por sus grandes pensiones’, dijo irónicamente.
‘Lo que la gente ve es un alto nivel de desempleo y culpan a la administración. Y poco se ha hecho para mejorar los trabajos. Se aprobó una reforma de salud, que es mejor que lo que teníamos'.
Con respecto al déficit que se prevé para este año y que llega a 1.64 billones de dólares  –una cifra récord- dijo que ‘la mitad lo generan los gastos militares. EE.UU. gasta casi lo mismo que todo el resto del mundo junto. El resto del déficit es atribuible a un sistema de salud completamente disfuncional. EE.UU. tiene un sistema privatizado terriblemente caro. Y es una sangría en el presupuesto federal’.
Para Chomsky, Obama se ha entregado muchas veces pese a su retórica progresista. ‘La gente estaba a favor de la opción pública de la reforma de salud, pero Obama claudicó. Lo mismo con la extensión de las deducciones impositivas a los más ricos. La gente se oponía pero Obama claudicó. Y así están las cosas. Obama es como una mezcla’.
Fuente: http://noticias.univision.com/estados-unidos/noticias/article/2011-02-15/la-reforma-migratoria-egipto-y
rCR


El poder de la brutalidad... y sus límites

El poder de la brutalidad... y sus límites






Luego de tres semanas de observar a la más poblada de las naciones árabes arrojar del poder a un anciano ridículo, caigo en cuenta de un hecho extraño. Hemos estado informando al mundo que la infección de la revolución de Túnez se propagó a Egipto, y que en Yemen, Bahrein y Argelia han surgido protestas democráticas casi idénticas, pero hemos pasado por alto la contaminación más destacada de todas: que la policía de seguridad del Estado, puntal del poder de los autócratas árabes, recurre en Saná, Bahrein y Argel a las mismas tácticas desesperadas de salvajismo que los dictadores de Túnez y Egipto intentaron en vano contra sus ciudadanos en pie de lucha.
Así como los millones de manifestantes no violentos en El Cairo aprendieron de Al Jazeera y de sus pares en Túnez –hasta en esos mensajes de correo electrónico en que los tunecinos aconsejaban a los egipcios partir limones a la mitad y comerlos para evitar los efectos del gas lacrimógeno–, así también los esbirros de seguridad del Estado en Egipto, que presumiblemente veían los mismos programas, ejercieron precisamente la misma brutalidad que sus colegas en Túnez. Increíble, si se pone uno a pensar en ello.
Los policías de El Cairo vieron a los tunecinos apalear a los opositores hasta dejarlos como masas sanguinolentas y –pasando del todo por alto que eso precipitó la caída de Ben Alí– copiaron fielmente la táctica.
Habiendo tenido el placer de estar junto a estos guerreros del Estado en las calles de El Cairo, puedo atestiguar sus tácticas por experiencia personal. Primero, la policía uniformada confrontó a los manifestantes. Luego abrió filas para permitir que los baltagi –ex policías, drogadictos y ex presidiarios– corrieran al frente y golpearan a los manifestantes con palos, cachiporras y barretas de hierro. Luego los criminales se replegaron hacia las filas de la policía mientras los uniformados bañaban a los manifestantes con miles de latas de gas lacrimógeno (de nuevo, hechas en Estados Unidos). Al final, según observé con considerable satisfacción, los manifestantes sencillamente avasallaron a los hombres del Estado y sus mafiosos.
Pero, ¿qué ocurre cuando sintonizo Al Jazeera para ver hacia dónde debemos viajar ahora? En las calles de Yemen hay policías de seguridad del Estado cargando con cachiporras a las multitudes de manifestantes en Saná y luego abriendo filas para permitir que esbirros sin uniforme ataquen con garrotes, cachiporras, barras de hierro y pistolas. Y en el momento en que estos criminales se repliegan, la policía yemení baña de gas lacrimógeno a las multitudes. Luego las imágenes son de Bahrein, donde –no necesito decirlo, ¿o sí?– los policías aporrean a hombres y mujeres y arrojan miles de cargas de gas lacrimógeno con tal promiscuidad que los propios uniformados acaban vomitando en el pavimento. Extraño, ¿no?
Pero no, sospecho que no. Durante años, los servicios secretos de estos países han imitado a sus iguales por una sencilla razón: porque sus capos de inteligencia han estado pasándose tips durante años. También para torturar. Los egipcios aprendieron a usar electricidad con mucha mayor fuerza en sus prisiones del desierto luego de una amistosa visita de los muchachos de la estación de policía de Chateauneuf, en Argel (que se especializan en bombear agua en el cuerpo de los hombres hasta literalmente hacerlos estallar en pedazos). Cuando estuve en Argel, el pasado diciembre, el jefe de seguridad del Estado tunecino llegó en visita fraternal. Fue como cuando los argelinos visitaron Siria en 1994 para averiguar cómo Hafez Assad enfrentó el levantamiento musulmán de 1982 en Hama. Simple: masacrar a la gente, volar la ciudad, dejar a la intemperie los cuerpos de culpables e inocentes por igual para que los sobrevivientes los vieran. Y eso mismo hizo le pouvoir después tanto con los desalmados islamitas armados como con su propio pueblo.
Fue algo infernal, esa universidad abierta de la tortura, una constante ronda de conferencias y recuentos de primera mano de interrogatorioshechos por sádicos del mundo árabe, con el constante apoyo del Pentágono y sus escandalosos manuales de cooperación estratégica, para no mencionar el entusiasmo de Israel.
Pero había una falla vital en esas lecciones. Si alguna vez –sólo una vez– la gente perdiera el miedo y se levantara para aplastar a sus opresores, el mismo sistema de dolor y horror se volvería su enemigo, y su ferocidad sería precisamente la razón de su derrumbe. Eso es lo que ocurrió en Túnez. Y en Egipto.
Es una lección instructiva. Bahrein, Argelia y Yemen aplican políticas de brutalidad idénticas a las que les fallaron a Ben Alí y Mubarak. No es ése el único extraño paralelismo entre el derrocamiento de los dos titanes. Mubarak en verdad creía la noche del jueves que el pueblo sufriría otros cinco meses de su dictadura. Ben Alí al parecer creía lo mismo.
Lo que esto demuestra es que los dictadores de Medio Oriente son infinitamente más estúpidos, desalmados, vanidosos, arrogantes y ridículos de lo que sus propios pueblos creían. Gengis Kan y lord Blair de Isfaján fundidos en uno.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/02/16/index.php?section=opinion&article=034a1mun



El tsunami social del planeta comenzó en los países árabes

Todo lo sólido se desvanece en la calle



Las revueltas del hambre que sacuden al mundo árabe pueden ser apenas las primeras oleadas del gran tsunami social que se está engendrando en las profundidades de los pueblos más pobres del planeta. El fenomenal aumento del precio los alimentos (58% el maíz, 62% el trigo en un año) se está convirtiendo en la espoleta que dinamiza los estallidos, pero el combustible lo aporta la brutal especulación financiera que se está focalizando, nuevamente, en las materias primas. Algunos precios ya superaron los picos de 2008, aunque el Banco Mundial y el FMI se muestran incapaces de frenar la especulación con los alimentos, con la vida.


Dos hechos llaman la atención en la revuelta árabe: la velocidad con que las revueltas de hambre se convirtieron en revueltas políticas y el temor de las elites dominantes que no atinaron, durante décadas, a otra cosa que no fuera resolver problemas políticos y sociales con seguridad interna y represión. La primera habla de una nueva politización de los pobres del Medio Oriente. La segunda, de las dificultades de los de arriba para convivir con esa politización. El sistema está mostrando sobradamente que puede convivir con cualquier autoridad estatal, aún la más “radical” o “antisistema”, pero no puede tolerar la gente en la calle, la revuelta, la rebelión permanente. Digamos que la gente en la calle es el palo en la rueda de la acumulación de capital, por eso una de las primeras “medidas” que tomaron los militares luego de que Mubarak se retirara a descansar, fue exigir a la población que abandonara la calle y retornara al trabajo.

Si los de arriba no pueden convivir con la calle y las plazas ocupadas, los de abajo -que hemos aprendido a derribar faraones- no aprendimos aún cómo trabar los flujos, los movimientos del capital. Algo mucho más complejo que bloquear tanques o dispersar policías antimotines, porque a diferencia de los aparatos estatales el capital fluye desterritorializado, siendo imposible darle caza. Más aún: nos atraviesa, modela nuestros cuerpos y comportamientos, se mete en nuestra vida cotidiana y, como señaló Foucault, comparte nuestras camas y sueños. Aunque existe un afuera del Estado y sus instituciones, es difícil imaginar un afuera del capital. Para combatirlo no son suficientes ni las barricadas ni las revueltas.


Pese a estas limitaciones, las revueltas del hambre devenidas en revueltas antidictatoriales son cargas de profundidad en los equilibrios más importantes del sistema-mundo, que no podrá atravesar indemne la desestabilización que se vive en Medio Oriente. La prensa de izquierda israelí acertó al señalar que lo que menos necesita la región es algún tipo de estabilidad. En palabras de Gideon Levy, "estabilidad es que millones de árabes, entre ellos dos millones y medio de palestinos, vivan sin derechos o bajo regímenes criminales y terroríficas tiranías" (Haaretz, 10 de febrero de 2011).

Cuando millones de personas ganan las calles, todo es posible. Como suele suceder en los terremotos, primero caen las estructuras más pesadas y peor construidas, o sea los regímenes más vetustos y menos legítimos. Sin embargo, una vez pasado el temblor inicial, comienzan a hacerse visibles las grietas, los muros cuarteados y las vigas que, sobreexigidas, ya no pueden soportar las estructuras. A los grandes sacudones suceden cambios graduales pero de mayor profundidad. Algo de eso vivimos en Sudamérica entre el Caracazo venezolano de 1989 y la segunda Guerra del Gas de 2005 en Bolivia. Con los años, las fuerzas que apuntalaron el modelo neoliberal fueron forzadas a abandonar los gobiernos para instalarse una nueva relación de fuerzas en la región.


Estamos ingresando en un período de incertidumbre y creciente desorden. En Sudamérica existe una potencia emergente como Brasil que ha sido capaz de ir armando una arquitectura alternativa a la que comenzó a colapsar. La UNASUR es buen ejemplo de ello. En Medio Oriente todo indica que las cosas serán mucho más complejas, por la enorme polarización política y social, por la fuerte y feroz competencia interestatal y porque tanto Estados Unidos como Israel creen jugarse su futuro en sostener realidades que ya no es posible seguir apuntalando.

Medio Oriente conjuga algunas de las más brutales contradicciones del mundo actual. Primero, el empeño en sostener un unilateralismo trasnochado. Segundo, es la región donde más visible resulta la principal tendencia del mundo actual: la brutal concentración de poder y de riqueza. Nunca antes en la historia de la humanidad un solo país (Estados Unidos) gastó tanto en armas como el resto del mundo junto. Y es en Medio Oriente donde ese poder armado viene ejerciendo toda su potencia para apuntalar el sistema-mundo. Más: un pequeñísimo Estado de apenas siete millones de habitantes tiene el doble de armas nucleares que China, la segunda potencia mundial.

Es posible que la revuelta árabe abra una grieta en la descomunal concentración de poder que exhibe esa región desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Sólo el tiempo dirá si se está cocinando un tsunami tan potente que ni el Pentágono será capaz de surfear sobre sus olas. No debemos olvidar, empero, que los tsunamis no hacen distinciones: arrastran derechas e izquierdas, justos y pecadores, rebeldes y conservadores. Es, no obstante, lo más parecido a una revolución: no deja nada en su lugar y provoca enormes sufrimientos antes de que las cosas vuelvan a algún tipo de normalidad que puede ser mejor o menos mala.

Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.


Fuente: http://alainet.org/active/44376


rCR





Egipto: el golpe contra el pueblo

Egipto
El golpe contra el pueblo



El pasado 11 de febrero del presente año se hizo realidad sólo la primera de un gran numero de demandas del pueblo egipcio que exigía la renuncia del hoy ex Presidente, Hosni Mubarak. La alegría y el júbilo desbordaron todas las calles de ese importante país africano, y también las calles de varios países en el mundo. La clase trabajadora egipcia y su pueblo en general habían vuelto hacer historia. Los grandes medios privados de difusión mundial se hicieron eco de ese festejo, pero sólo en apariencia, pues, Mubarak era otro alfil que perdían en su complicado juego de ajedrez en el mundo árabe. Aunque su sustituto hoy se encuentra en el juego del tablero, la salida de Mubarak no deja de significar una derrota del imperio.Con total apoyo de los Estados Unidos e Israel, Hosni Mubarak toma el poder en 1981 sustituyendo a Anuar Al Sadat quien había sido asesinado por capitular ante los israelíes. Pero Mubarak continuó y profundizó las mismas políticas entreguistas de Al Sadat, y amparándose en una “Ley de Emergencia”, vigente desde 1981, el dictador Mubarak da inicio a un terrible periodo de torturas, persecuciones y desapariciones de todo el liderazgo de izquierda y de los movimientos progresistas y nacionalistas de ese país, bajo la excusa de la “lucha contra el terrorismo”. Esa misma Ley daba facultades al gobierno de Mubarak para prohibir las manifestaciones, censurar la crítica en todos los medios de información, vigilar las comunicaciones personales y detener a cualquier persona de forma indefinida y sin cargos judiciales. Diferentes agrupaciones de derechos humanos hoy denuncian que por lo menos 10.000 personas permanecen detenidas de forma indefinida, sin cargos ni juicio en razón de esta Ley.
¿Hubo o no un golpe de Estado en Egipto?
Fue la enorme presión popular la que provocó la renuncia del dictador Hosni Mubarak el día 11 de febrero con la entrega del poder al Alto Mando Militar de ese país y NO la rebeldía de un grupo de la cúpula militar la que destronó a Mubarak. El imperio estadounidense y el sionismo internacional disponían de varias jugadas para tratar de encarrilar el tren de la revolución popular que se había escapado de sus manos. El pase del juego al Alto Mando Militar ante la incontrolable situación ya había sido prevista y denunciada por muchos analistas internacionales.
Aun cuando la Constitución egipcia estipula que al producirse la renuncia del Presidente de ese país lo sucedería, de forma inmediata, el Presidente del Parlamento o, en su defecto, el Presidente del Corte Suprema de Justicia, y que el nuevo gobierno de transición debería llamar a unas elecciones presidenciales en un lapso de 60 días, como sabemos, esto no ocurrió así. Pues fue el propio Mubarak quien rompió nuevamente con el orden constitucional y cedió el poder al Estado Mayor de las fuerzas armadas. Este último, a vez, suspende la mil veces violentada Constitución de ese país y establece realizar nuevas las elecciones generales, presidenciales y parlamentarias, en un lapso de 6 meses, al tiempo que anunciaba la disolución de las dos Cámaras del Parlamento apenas renovadas unos meses atrás, en diciembre pasado, bajo grandes denuncias de fraudes electorales hechas por la oposición. Cerca del 94% de la población votante egipcia se abstuvo de participar en esas amañadas elecciones parlamentarias, lo que las hacía completamente nulas.
Otra medida tomada por el Estado Mayor fue el establecimiento de un panel o comité para redactar enmiendas a la Constitución de forma que permita eliminar las restricciones establecidas a los candidatos presidenciales, la misma ayudará también a fijar las reglas que regularán el correspondiente referéndum a la futura propuesta de enmienda. En el plano internacional, el Estado Mayor se comprometió a respetar todos los acuerdos y tratados internacionales suscritos por el país, en especial lo referente al infame acuerdo de paz firmado con Israel en 1978. También ratificó a Ahmed Shafik como Primer Ministro para el periodo de transición y a todas las autoridades nacionales y locales.Durante más de 30 años el gobierno de Mubarak ha irrespetado la Constitución al realizar enmiendas constitucionales de manera inconsulta; al mantener vigente la Ley de Emergencia desde 1981 y al celebrar elecciones presidenciales y parlamentarias de forma amañada y con altos índices de abstención, Egipto ha vivido por más de 30 años en un estado de ilegalidad e ilegitimidad de su gobierno. Hablar de golpe de Estado hoy desvirtúa la realidad y la victoria alcanzada por el pueblo. Lo que sí hubo en Egipto fue una rebelión popular; una verdadera revolución que hoy se encuentra en una nueva etapa, muy difícil, amenazada por la traición y la falta de un liderazgo que vuelva a conducir el despertar de ese pueblo por la senda del socialismo árabe y el panarabismo como Gamal Abdel Nasser lo hizo en el pasado.
¿Quien es el nuevo Presidente de la transición en Egipto?
El Ministro de Defensa y jefe del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas Egipcias, Mohamed Huisein Tantaui es hoy quien dirige la junta militar de transición. Fue Comandante Presidencial y Director de la Autoridad de Operaciones de las Fuerzas Armadas, así como Ministro de Defensa de este país. En enero pasado, cuando se inician las protestas en Egipto, la cadena de noticias Al Jazeera anunciaba el viaje del Ministro de Defensa egipcio a Washington. No se filtró más información al respecto. Después de su regreso a El Cairo, el 31 de enero de 2011, extrañamente fue ascendido al rango de Viceprimer ministro, conservando la cartera de Defensa.
A partir del nombramiento de Tantaui como Viceprimer ministro, el Alto Mando Militar declaró mediante un comunicado que apoyaba las “reivindicaciones legitimas del pueblo” y los llamaba a regresar a sus casas, el propio Tantaui expresó “El estado de Emergencia se levantará tan pronto como terminen las actuales circunstancias” para ello debían regresar a sus casas.
¿Entonces qué sucedió?
El día 8 de febrero, el recién nombrado Vicepresidente Omar Suleimán, convocó una mesa de diálogo con los representantes de la oposición y expresó en los medios que la crisis debía terminar tan pronto como fuese posible, destacando que la alternativa al diálogo era un “golpe de Estado”. El día 11 de febrero las “predicciones” y advertencias de Suleimán se cumplieron. Mubarak transfiere el poder al Alto Consejo Militar. Una vez tomado el control, el Alto Mando Militar, a través de un comunicado público, declaró que no levantaría la Ley de Emergencia hasta que se superen las “actuales circunstancias imperantes”. En otras palabras, hasta que el pueblo egipcio dejara de salir a las calles y manifestarse para exigir más reivindicaciones políticas. Aunque el Estado de Derecho en Egipto no existía desde hacía más de 30 años y la Constitución y las leyes sólo se utilizaban como excusa para justificar la represión contra el pueblo egipcio, con la transferencia del poder al Alto Mando Militar se pretendió dar un nuevo olpe de Estado a la rebelión y exigencias del pueblo.
Es evidente que la nueva Junta Militar se instala con la intención de excluir cualquier elemento que pueda perturbar el actual orden político-económico de defensa de los intereses imperiales. Eso no lo podía asegurar una junta de transición encabezada por el Presidente del Parlamento y los representantes del liderazgo popular surgido de la Plaza Tahrir.
Por otra parte Barack Obama y Benjamin Netanyahu han recibido garantías suficientes por parte del actual junta militar de transición de Egipto abiertamente pro occidental. Pero el pueblo egipcio ha conquistado algunos espacios políticos y el nivel de conciencia alcanzado en estos últimos días hace casi imposible a occidente capitalizar completamente la situación.
La canalla internacional ha pretendido dar el nombre de “revolución loto” a la rebelión popular de Egipto. Cuando bien se sabe que la misma está lejos de ser una de esas “revoluciones de colores” planificadas y orquestada por el propio imperio, a través de sus lacayos internos, para tumbar a los gobiernos progresistas y revolucionarios. Mubarak fue un peón más del imperio estadounidense y del sionismo internacional que hoy dejo de ser útil a sus intereses. Lo que sucedió y continuará aconteciendo en Egipto, y en el mundo capitalista, es producto del clamor de un pueblo que exige justicia social y trabajo, verdaderas reivindicaciones de sus derechos políticos y laborales, el cambio del sistema político-económico que los asfixia, verdadera soberanía y fin de la injerencia externa. Lo que sucedió en Egipto fue una explosión popular; una revolución social que hoy se encuentra en una nueva y difícil etapa.
Queda por parte de las organizaciones políticas que lideraron las manifestaciones (Partido Nacional Democrático; Wafd; Partido Nasserista; Solidaridad; Partido Árabe Socialista Egipcio; Al Guil-La Generación; Partido de la Paz Democrática; Ghad-Mañana; Tagammu, la Comunidad; Partido Árabe Socialista; Hermanos Musulmanes; Movimiento 6 de Abril; Movimiento Kifaya-Basta; Asociación Nacional por el Cambio; más los manifestantes espontáneos) unirse en pro de nuevos objetivos políticos para evitar que se reviertan lo poco alcanzado hasta ahora.
Las exigencias políticas que podrías surgir en esta nueva etapa son la conformación de un Gobierno de transición compuesto por los distintos movimientos políticos opositores, sin excepción, para que participen de forma protagónica en la redacción de la nueva constitución; que se den las garantías suficientes para los nuevos candidatos presidenciales y legislativos; abolición de la ley de Emergencia; y respeto total a los derechos y libertades de los ciudadanos; la confiscación y el rescate de todas las riquezas robadas al pueblo por Estados Unidos, Israel y los familiares y cercanos de Mubarak, y el establecimiento de programas económicos-sociales que ayuden a mitigar la penuria económica de su pueblo.
El pueblo de Egipto tiene una gran oportunidad en sus manos. Sólo el valor, la determinación y la organización de las fuerzas políticas bajo las ideas y banderas rescatadas de Gamal Abdel Nasser le otorgarán la victoria final. Mientras tanto, el pueblo egipcio deberá continuar en las calles. Su desmovilización sería el fin de la rebelión revolucionaria.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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Petras: Sacrificar dictadores para salvar al Estado

Washington se enfrenta a las revueltas árabes
Sacrificar dictadores para salvar al Estado


Traducción para Rebelión de Loles Oliván

IntroducciónPara entender la política del régimen de Obama hacia Egipto, hacia la dictadura de Mubarak y hacia el levantamiento popular es esencial situarlo en un contexto histórico. El punto esencial es que Washington, tras varias décadas de estar profundamente arraigado en las estructuras estatales de las dictaduras árabes, desde Túnez a Marruecos, Egipto, Yemen, Líbano, Arabia Saudí y la Autoridad Palestina, está tratando de reorientar su política para incorporar y/o insertar políticos liberales electos en las configuraciones de poder existentes.
Aunque la mayoría de comentaristas y periodistas vierten toneladas de tinta sobre los “dilemas” del poder de Estados Unidos, sobre lo novedoso de los acontecimientos de Egipto y los diarios pronunciamientos políticos de Washingto, existen abundantes precedentes históricos que resultan esenciales para entender la dirección estratégica de la política de Obama.
Antecedentes históricos
La política exterior de Estados Unidos cuenta con un extenso historial de instalar, financiar, armar y apoyar regímenes dictatoriales que respaldan sus políticas e intereses imperiales, siempre que mantengan el control sobre sus pueblos.
En el pasado, presidentes republicanos y demócratas trabajaron estrechamente durante más de 30 años con la dictadura de Trujillo en la República Dominicana; instalaron el régimen autocrático de Diem en el Vietnam pre-revolucionario en la década de 1950; colaboraron con dos generaciones de los regímenes de terror de la familia Somoza en Nicaragua; financiaron y promovieron el golpe de Estado militar en Cuba en 1952, en Brasil en 1964, en Chile en 1973, y en Argentina en 1976 , así como sus posteriores regímenes represivos. Cuando los levantamientos populares desafiaron esas dictaduras respaldadas por Estados Unidos y parecía probable que triunfara una revolución social y política, Washington respondió con una política de tres vías: criticar públicamente las violaciones de los derechos humanos y abogar por reformas democráticas; indicar de manera privada el mantenimiento del apoyo al gobernante; y en tercer lugar, buscar una élite alternativa que pudiera substituir a quien estaba en el cargo conservando el aparato del Estado, el sistema económico y el apoyo a los intereses estratégicos imperiales estadounidenses.
Para Estados Unidos no hay relaciones estratégicas sólo intereses imperiales permanentes: preservar el Estado cliente. Las dictaduras asumen que sus relaciones con Washington son estratégicas, de ahí su sorpresa y su consternación cuando se sacrifican para salvar el aparato del Estado. Ante el temor de la revolución, Washington tuvo clientes déspotas reticentes a marcharse asesinados (Trujillo y Diem). A algunos se les proporciona refugios en el extranjero (Somoza, Batista), a otros se les presiona para que compartan el poder (Pinochet) o se les nombra profesores visitantes en Harvard, Georgetown o en algún otro puesto académico “de prestigio”.
El cálculo de Washington sobre cuándo remodelar el régimen se basa en una estimación de la capacidad del dictador para enfrentarse a la rebelión política, de la fuerza y la lealtad de las fuerzas armadas y de la existencia de un sustituto maleable. El riesgo de esperar demasiado tiempo, de quedarse con el dictador, es que el levantamiento se radicalice: el cambio subsiguiente barre tanto al régimen como al aparato estatal, convirtiendo una revuelta política en una revolución social. Justo un ‘error de cálculo’ de ese tipo se produjo en 1959 en el período previo a la revolución cubana, cuando Washington se mantuvo al lado de Batista y no fue capaz de presentar una coalición alternativa pro estadounidense viable y vinculada al viejo aparato estatal. Un error de cálculo similar ocurrió en Nicaragua cuando el presidente Carter, al tiempo que criticaba a Somoza, aguantó y se mantuvo pasivo mientras se derrocaba al régimen y las fuerzas revolucionarias destruían al ejército, a la policía secreta y al aparato de inteligencia, entrenados por Estados Unidos e Israel, y pasó a nacionalizar las propiedades estadounidenses y a desarrollar una política exterior independiente.

Washington se movió con mayor iniciativa en Latinoamérica en la década de 1980. Promovió transiciones electorales negociadas que sustituyeron a los dictadores por manejables políticos neoliberales electos, quienes se comprometieron a preservar el aparato estatal existente, a defender a las élites extranjeras y locales, y a respaldar la política regional e internacional de Estados Unidos.
Las lecciones del pasado y la política actual
Obama ha sido extremadamente reticente a derrocar a Mubarak por varias razones, aun cuando el movimiento crece en número y se profundiza el sentimiento anti-Washington. La Casa Blanca tiene muchos clientes en todo el mundo —entre ellos Honduras, México, Indonesia, Jordania y Argelia— que creen tener una relación estratégica con Washington y quienes perderían confianza en su futuro si Mubarak fuera abandonado.
En segundo lugar, las influyentes organizaciones pro-israelíes de Estados Unidos (AIPAC, los presidentes de las principales organizaciones judías estadounidenses) y su ejército de escribas han movilizado a los líderes del Congreso para que presionen a la Casa Blanca con que siga apostando por Mubarak ya que es Israel el principal beneficiario de un dictador atragantado para los egipcios (y los palestinos) pero a los pies del Estado judío.
Como resultado, el régimen de Obama se ha movido lentamente; con miedo y bajo la presión del creciente movimiento popular egipcio, busca una fórmula política alternativa que elimine a Mubarak, mantenga y fortalezca el poder político del aparato estatal, e incorpore una alternativa electoral civil como medio de desmovilizar y desradicalizar el vasto movimiento popular.
El principal obstáculo para derrocar a Mubarak es que un sector importante del aparato del Estado, especialmente los 325.00 miembros de la Fuerzas de Seguridad Central y los 60.000 de la Guardia Nacional, se encuentran directamente bajo el mando del Ministerio del Interior y de Mubarak. En segundo lugar, los generales del Ejército (468.500 miembros) han reforzado a Mubarak durante 30 años y se han enriquecido gracias a su control sobre las muy lucrativas empresas de una amplia gama de sectores. No apoyarán ninguna “coalición” civil que ponga en cuestión sus privilegios económicos y su poder para establecer los parámetros políticos de cualquier sistema electoral. El comandante supremo de las fuerzas armadas de Egipto es cliente de Estados Unidos desde hace mucho tiempo y un servicial colaborador de Israel.
Obama está decididamente a favor de colaborar con y garantizar la preservación de estas instancias coercitivas. Pero necesita asimismo convencerles de la substitución de Mubarak y de que permitan un nuevo régimen que pueda desactivar el movimiento de masas cada vez más opuesto a la hegemonía estadounidense y a la sumisión a Israel. Obama hará todo lo necesario para mantener la cohesión del Estado y evitar divisiones que puedan conducir a un movimiento de masas —la alianza de los soldados que podría convertir la revuelta en una revolución.
Washington ha abierto conversaciones con los sectores liberales e islamistas más conservadores del movimiento anti-Mubarak. Al principio trató de convencerlos de que negociasen con Mubarak —un callejón sin salida que fue rechazado por todos los sectores de la oposición de arriba a abajo. A continuación, Obama trató de vender una falsa “promesa” de Mubarak: que no participaría en las elecciones dentro de nueve meses.
El movimiento y sus dirigentes rechazaron esa propuesta también. Así que Obama lanzó la retórica de “cambios inmediatos” pero sin ninguna medida de fondo que la respaldara. Para convencer a Obama de su mantenido poder entre las bases, Mubarak envió al lumpen matón de su policía secreta a que se apoderase violentamente de las calles del movimiento. Una prueba de fuerza: el Ejército no hizo nada; el asalto hizo subir la apuesta de una guerra civil de consecuencias radicales. Washington y la UE presionaron al régimen de Mubarak para que echara marcha atrás — por ahora. Pero la imagen de un ejército favorable a la democracia se vio empañada por los muertos y por miles de heridos.
A medida que la presión del movimiento se intensifica, Obama está presionado por el lobby israelí favorable a Mubarak y su comitiva del Congreso, por una parte, y por otra, por asesores con conocimientos que le piden que siga las prácticas del pasado y avance de forma decidida sacrificando al régimen para salvar al Estado ahora que la opción electoral de liberales-islamistas sigue estando aún sobre la mesa.
Pero Obama duda, y cual precavido crustáceo, se mueve hacia los lados y hacia atrás, creyendo que su propia retórica grandilocuente es un sustituto de la acción... con la esperanza de que tarde o temprano, el levantamiento acabará en mubarakismo sin Mubarak: un régimen capaz de desmovilizar a los movimientos populares y dispuesto a promover elecciones que den lugar a representantes elegidos que sigan la línea general de sus predecesores.
Sin embargo, hay muchas incertidumbres en una remodelación política: una ciudadanía democrática, el 83% desfavorable a Washington, poseerá la experiencia de la lucha y la libertad para exigir un reajuste político, especialmente, dejar de ser el policía que hace cumplir el bloqueo israelí sobre Gaza, y prestar apoyo a los títeres de Estados Unidos en el Norte de África, en Líbano, Yemen, Jordania y Arabia Saudí. En segundo lugar, las elecciones libres abrirán el debate y aumentarán la presión para un mayor gasto social, para la expropiación del imperio de setenta mil millones de dólares del clan Mubarak y de sus compinches capitalistas que saquean la economía. Las masas exigirán la redistribución del gasto público del exagerado aparato represivo al empleo productivo que genere puestos de trabajo. Una apertura política limitada puede conducir a un segundo asalto en el que nuevos conflictos sociales y políticos dividan a las fuerzas anti-Mubarak, un conflicto entre los defensores de la democracia social y los partidarios del electoralismo elitista neoliberal. El momento de la lucha contra la dictadura es sólo la primera fase de una lucha prolongada hacia la emancipación definitiva no sólo en Egipto sino en todo el mundo árabe. El resultado depende del grado en que las masas desarrollen su propia organización independiente y a sus líderes.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.