Paulo Freire
¿Quién generó el poder popular en Brasil? Si se me pidiera un nombre, una persona capaz de resumir tantas conquistas, no dudaría: Paulo Freire. Claro, la historia no depende de un nombre. Obvio, sin hombres y mujeres no hay historia.
Sin Paulo Freire no habría esos movimientos que le quitan el sueño a la élite brasileña. Porque él nos enseñó algo muy importante: encarar la historia desde la óptica de los oprimidos.
Los excluidos como sujetos políticos
Al dejar la prisión, a fines de 1973, encontré que toda la lucha aquí afuera había acabado. Todos los grupos armados habían sido desarticulados por la represión, y los que no empuñaban armas, como el PCB (Partido Comunista Brasileño), estaban siendo concentrados en las cárceles. ¿Y ahora, José? Incluso porque todos nosotros, que teníamos la pretensión de ser los únicos entendidos en lucha social, estábamos en la cárcel, muertos o en el exilio. Cual no fue mi sorpresa al encontrar una inmensa red de movimientos populares por el Brasil afuera.
Cuando el PT fue fundado, en 1980, vi gente de izquierda comentar: "¿Obreros? No. Es mucha pretensión que obreros quieran ser la vanguardia del proletariado. Somos nosotros, intelectuales teóricos, que conocemos el marxismo, la ciencia de la historia, que tenemos capacidad para dirigir a la clase trabajadora". Sin embargo, en este país los oprimidos se convirtieron, no solo en sujetos históricos, sino también líderes políticos, gracias al método Paulo Freire.
Alguna vez, en un país de América Latina, cuyo nombre prefiero omitir, la gente de izquierda me preguntó: "¿Cómo hacer aquí algo parecido al proceso de ustedes allá en Brasil? Porque ustedes tienen un sector de izquierda en la Iglesia, un sindicalismo combativo, el PT". ¿Cómo se hace eso? "Comiencen haciendo educación popular -respondí-, y luego de treinta años..." Ahí agrió la conversa. "?Treinta años es mucho! Queremos para tres meses". "Para tres meses yo no sé -observé- pero para treinta años si sé la receta".
O sea, aunque haya muchos cristianos en este proceso, nada cayó del cielo. Todo fue construido con mucha tenacidad.
El método Paulo Freire
Conocí el método Paulo Freire en 1963. Yo vivía en Río de Janeiro, integraba la dirección nacional de Acción Católica. Al surgir los primeros grupos de trabajo del método, me incorporé a un equipo que, los sábados, subía a Petrópolis, para alfabetizar obreros de la Fabrica Nacional de Motores. Allí descubrí que nadie enseña nada a nadie, la gente ayuda a las personas a aprender.
¿Qué hacíamos en aquella fábrica? Fotografiamos las instalaciones, reunimos a los obreros en el salón de una iglesia, proyectamos diapositivas e hicimos preguntas absolutamente simples:
"¿En esta foto, que es lo que ustedes no hicieron?" "Bien, no hicimos el árbol, las plantas, la calle, el agua". "Eso que ustedes no hicieron es naturaleza", dijimos. "¿Y qué hizo el trabajo humano?", preguntamos. "El trabajo humano hizo el ladrillo, la fábrica, el puente, la cerca" "Eso es cultura", dijimos. "¿Y cómo es que esas cosas fueron hechas?" Ellos debatían y respondían: "Fueron hechas en la medida que los seres humanos transforman la naturaleza en cultura".
De repente, aparecía una foto con el patio de la Fábrica Nacional de Motores, con muchos camiones y bicicletas de los trabajadores. Preguntábamos:
"En ésta foto, ¿qué es lo que ustedes hicieron?" "Los camiones". "¿Y qué es lo que poseen?" "Las bicicletas". "¿Cómo, ustedes no estarán equivocados?" "No, nosotros fabricamos los camiones..." "¿Y por qué no van a la casa en camión? ¿Por qué van en bicicletas?" "Porque el camión cuesta caro, y no nos pertenece". "¿Cuánto cuesta un camión?" "Cerca de 40 mil dólares". "¿Cuánto gana usted por mes?" "Bien, yo gano 60 dólares". "¿Cuánto tiempo necesita trabajar, sin comer ni beber, economizando todo el salario, para un día ser dueño de un camión que usted hace?"
Y ahí ellos comenzaron a calcular.
Las nociones más elementales del marxismo vulgar se conseguían por el método Paulo Freire. Con la diferencia de que no estábamos dando clase, no hacíamos lo que Paulo Freire llama "Educación bancaria", que apunta a poner nociones de política en la cabeza del trabajador. El método era inductivo.
Más tarde, vi por ahí muchas personas escolarizadas, como yo, dando leccioncitas a obreros, encontrando que hacían la cabeza de la masa.
Lenguaje popular
Cuando llegué a São Bernardo do Campo, en 1980, habían unos grupitos de izquierda que distribuían un periódico a las familias de los trabajadores. Doña Marta llegaba donde mi y preguntaba: "¿Qué es 'contradicción de la clase'?" "Doña Marta, olvide eso". "No soy de mucha lectura -se justificaba ella- porque mi vista es mala y la letra pequeña". "Olvide eso -yo le decía. Eso, la izquierda lo escribe para ella misma leer y quedarse contenta, pensando que está haciendo revolución".
Paulo Freire nos enseñó, no solo a hablar en un lenguaje popular, sino también a aprender como el pueblo. Enseñó al pueblo a rescatar su autoestima.
Culturas distintas y complementarias
Al salir de prisión, fui a vivir cinco años en un barrio pobre (favela) de Espiritu Santo. Ahí trabajé con educación popular en el método Paulo Freire. Al regresar a Sao Paulo, a fines de los años 70, Paulo Freire propuso que hagamos un balance de nuestra experiencia en educación y gracias a la mediación del periodista Ricardo Kotscho, produjimos un libro titulado "Esa escuela llamada vida" (Atica). Es su relato como creador del método y educador, y de mi experiencia como educador de base.
En este libro cuento que, en el barrio pobre en el que yo vivía, había un grupo de mujeres embarazadas primerizas, asistidas por médicos del Ministerio de Salud. Pregunté a los médicos por qué a embarazadas primerizas.
"No queremos mujeres que ya tengan vicios maternales -dijeron-, queremos enseñar todo".
Pues bien, pasado unos meses, golpearon en la puerta de mi barraca.
"Mira, Betto, queremos su ayuda". "Pero, ¿por qué ayuda mía?" "Hay un corto circuito entre nosotros y las mujeres. Ellas no entienden lo que hablamos. Usted que tiene experiencia con este pueblo, podría darnos una ayuda".
Asistí al trabajo de ellos. Al entrar al Centro de Salud del cerro, quedé asustado, porque eran mujeres muy pobres y el Centro estaba todo adornado con carteles de bebés Johnson, bermejos, de ojos azules, propaganda de Nestlé y otras cosas. Ante lo visual del Centro, hablé:
"Todo está equivocado. Cuando las mujeres entran aquí y miran esos bebés, perciben que eso es otro mundo, no tiene nada que ver con los bebés del cerro".
Asistí al trabajo de ellos y percibí que ellos hablaban en FM y las mujeres estaban sintonizadas en AM. La comunicación realmente no funcionaba. En una sesión el doctor Raúl explicó la importancia de la lactancia materna para la formación del cerebro, porque el ser humano es uno de los raros animales, tal vez el único, cuyo cerebro nace incompleto. Él solo se completa tres meses después del nacimiento, gracias a las proteínas de la lactancia materna.
El Doctor Raúl explicó todo eso científicamente. Las mujeres lo miraban fijamente como yo miro cuando abro un libro en chino o árabe: no entiendo nada.
"Doña María, ¿entendió lo que el doctor Raúl habló?", pregunté. "No, yo no entendí, solo entendí que él habló que la leche de la gente es buena para la cabeza de los niños". "¿Y por qué la señora no entendió?" "Porque no tengo educación. Fui muy poco a la escuela, nací pobre en el campo. Entonces yo tenía que trabajar y ayudar al sustento de la familia. "Doña María, ¿por qué el doctor Raúl supo explicar todo eso?" "Porque él es doctor, es estudiado. El sabe y yo no sé". "Doctor Raúl, ¿sabe cocinar?", pregunté. "No, ni siquiera café sé hacer". "Doña María, ¿sabe cocinar?" "Sí". "Sabe hacer pollo en salsa parda (que en Espiritu Santo, y en algunas áreas del Nordeste es llamada guisado de gallina)?" "Sí". "Levántase -le pedí- y cuenta a los demás como se hace un pollo en salsa parda". Doña María dio una clase de culinaria: como se mata el pollo, de que lado se quita las plumas, como preparar la carne y hacer la salsa, etc.
Ella se sentó y yo hablé: "Doctor Raúl, ¿sabe hacer un plato de estos?" "De ninguna manera, incluso me gusta, pero no sé". "Doña María -concluí- la señora y el doctor Raúl perdidos en un bosque, y un pollo, él, con toda su cultura, moriría de hambre y la señora no".
La mujer sonrió de oreja a oreja, porque descubrió, en aquel momento, un principio fundamental de Paulo Freire: no existe nadie más culto que otro, existen culturas distintas, socialmente complementarias. Si pusiéramos en la balanza toda mi filosofía y teología, y la culinaria de la cocinera del convento en el que vivo, ella puede vivir sin mi filosofía y teología, pero yo no puedo pasar sin la cultura de ella. Esa es la diferencia.
Rescatar la teoría y la práctica de Paulo Freire es arrancar el pueblo brasileño de la ilusión de las élites, del miedo del poder, de la indolencia frente a un futuro que puede y debe ser transformado, ya que el presente solo es muy bueno para aquellos que tienen pavor de Paulo Freire.
Sin Paulo Freire no habría esos movimientos que le quitan el sueño a la élite brasileña. Porque él nos enseñó algo muy importante: encarar la historia desde la óptica de los oprimidos.
Los excluidos como sujetos políticos
Al dejar la prisión, a fines de 1973, encontré que toda la lucha aquí afuera había acabado. Todos los grupos armados habían sido desarticulados por la represión, y los que no empuñaban armas, como el PCB (Partido Comunista Brasileño), estaban siendo concentrados en las cárceles. ¿Y ahora, José? Incluso porque todos nosotros, que teníamos la pretensión de ser los únicos entendidos en lucha social, estábamos en la cárcel, muertos o en el exilio. Cual no fue mi sorpresa al encontrar una inmensa red de movimientos populares por el Brasil afuera.
Cuando el PT fue fundado, en 1980, vi gente de izquierda comentar: "¿Obreros? No. Es mucha pretensión que obreros quieran ser la vanguardia del proletariado. Somos nosotros, intelectuales teóricos, que conocemos el marxismo, la ciencia de la historia, que tenemos capacidad para dirigir a la clase trabajadora". Sin embargo, en este país los oprimidos se convirtieron, no solo en sujetos históricos, sino también líderes políticos, gracias al método Paulo Freire.
Alguna vez, en un país de América Latina, cuyo nombre prefiero omitir, la gente de izquierda me preguntó: "¿Cómo hacer aquí algo parecido al proceso de ustedes allá en Brasil? Porque ustedes tienen un sector de izquierda en la Iglesia, un sindicalismo combativo, el PT". ¿Cómo se hace eso? "Comiencen haciendo educación popular -respondí-, y luego de treinta años..." Ahí agrió la conversa. "?Treinta años es mucho! Queremos para tres meses". "Para tres meses yo no sé -observé- pero para treinta años si sé la receta".
O sea, aunque haya muchos cristianos en este proceso, nada cayó del cielo. Todo fue construido con mucha tenacidad.
El método Paulo Freire
Conocí el método Paulo Freire en 1963. Yo vivía en Río de Janeiro, integraba la dirección nacional de Acción Católica. Al surgir los primeros grupos de trabajo del método, me incorporé a un equipo que, los sábados, subía a Petrópolis, para alfabetizar obreros de la Fabrica Nacional de Motores. Allí descubrí que nadie enseña nada a nadie, la gente ayuda a las personas a aprender.
¿Qué hacíamos en aquella fábrica? Fotografiamos las instalaciones, reunimos a los obreros en el salón de una iglesia, proyectamos diapositivas e hicimos preguntas absolutamente simples:
"¿En esta foto, que es lo que ustedes no hicieron?" "Bien, no hicimos el árbol, las plantas, la calle, el agua". "Eso que ustedes no hicieron es naturaleza", dijimos. "¿Y qué hizo el trabajo humano?", preguntamos. "El trabajo humano hizo el ladrillo, la fábrica, el puente, la cerca" "Eso es cultura", dijimos. "¿Y cómo es que esas cosas fueron hechas?" Ellos debatían y respondían: "Fueron hechas en la medida que los seres humanos transforman la naturaleza en cultura".
De repente, aparecía una foto con el patio de la Fábrica Nacional de Motores, con muchos camiones y bicicletas de los trabajadores. Preguntábamos:
"En ésta foto, ¿qué es lo que ustedes hicieron?" "Los camiones". "¿Y qué es lo que poseen?" "Las bicicletas". "¿Cómo, ustedes no estarán equivocados?" "No, nosotros fabricamos los camiones..." "¿Y por qué no van a la casa en camión? ¿Por qué van en bicicletas?" "Porque el camión cuesta caro, y no nos pertenece". "¿Cuánto cuesta un camión?" "Cerca de 40 mil dólares". "¿Cuánto gana usted por mes?" "Bien, yo gano 60 dólares". "¿Cuánto tiempo necesita trabajar, sin comer ni beber, economizando todo el salario, para un día ser dueño de un camión que usted hace?"
Y ahí ellos comenzaron a calcular.
Las nociones más elementales del marxismo vulgar se conseguían por el método Paulo Freire. Con la diferencia de que no estábamos dando clase, no hacíamos lo que Paulo Freire llama "Educación bancaria", que apunta a poner nociones de política en la cabeza del trabajador. El método era inductivo.
Más tarde, vi por ahí muchas personas escolarizadas, como yo, dando leccioncitas a obreros, encontrando que hacían la cabeza de la masa.
Lenguaje popular
Cuando llegué a São Bernardo do Campo, en 1980, habían unos grupitos de izquierda que distribuían un periódico a las familias de los trabajadores. Doña Marta llegaba donde mi y preguntaba: "¿Qué es 'contradicción de la clase'?" "Doña Marta, olvide eso". "No soy de mucha lectura -se justificaba ella- porque mi vista es mala y la letra pequeña". "Olvide eso -yo le decía. Eso, la izquierda lo escribe para ella misma leer y quedarse contenta, pensando que está haciendo revolución".
Paulo Freire nos enseñó, no solo a hablar en un lenguaje popular, sino también a aprender como el pueblo. Enseñó al pueblo a rescatar su autoestima.
Culturas distintas y complementarias
Al salir de prisión, fui a vivir cinco años en un barrio pobre (favela) de Espiritu Santo. Ahí trabajé con educación popular en el método Paulo Freire. Al regresar a Sao Paulo, a fines de los años 70, Paulo Freire propuso que hagamos un balance de nuestra experiencia en educación y gracias a la mediación del periodista Ricardo Kotscho, produjimos un libro titulado "Esa escuela llamada vida" (Atica). Es su relato como creador del método y educador, y de mi experiencia como educador de base.
En este libro cuento que, en el barrio pobre en el que yo vivía, había un grupo de mujeres embarazadas primerizas, asistidas por médicos del Ministerio de Salud. Pregunté a los médicos por qué a embarazadas primerizas.
"No queremos mujeres que ya tengan vicios maternales -dijeron-, queremos enseñar todo".
Pues bien, pasado unos meses, golpearon en la puerta de mi barraca.
"Mira, Betto, queremos su ayuda". "Pero, ¿por qué ayuda mía?" "Hay un corto circuito entre nosotros y las mujeres. Ellas no entienden lo que hablamos. Usted que tiene experiencia con este pueblo, podría darnos una ayuda".
Asistí al trabajo de ellos. Al entrar al Centro de Salud del cerro, quedé asustado, porque eran mujeres muy pobres y el Centro estaba todo adornado con carteles de bebés Johnson, bermejos, de ojos azules, propaganda de Nestlé y otras cosas. Ante lo visual del Centro, hablé:
"Todo está equivocado. Cuando las mujeres entran aquí y miran esos bebés, perciben que eso es otro mundo, no tiene nada que ver con los bebés del cerro".
Asistí al trabajo de ellos y percibí que ellos hablaban en FM y las mujeres estaban sintonizadas en AM. La comunicación realmente no funcionaba. En una sesión el doctor Raúl explicó la importancia de la lactancia materna para la formación del cerebro, porque el ser humano es uno de los raros animales, tal vez el único, cuyo cerebro nace incompleto. Él solo se completa tres meses después del nacimiento, gracias a las proteínas de la lactancia materna.
El Doctor Raúl explicó todo eso científicamente. Las mujeres lo miraban fijamente como yo miro cuando abro un libro en chino o árabe: no entiendo nada.
"Doña María, ¿entendió lo que el doctor Raúl habló?", pregunté. "No, yo no entendí, solo entendí que él habló que la leche de la gente es buena para la cabeza de los niños". "¿Y por qué la señora no entendió?" "Porque no tengo educación. Fui muy poco a la escuela, nací pobre en el campo. Entonces yo tenía que trabajar y ayudar al sustento de la familia. "Doña María, ¿por qué el doctor Raúl supo explicar todo eso?" "Porque él es doctor, es estudiado. El sabe y yo no sé". "Doctor Raúl, ¿sabe cocinar?", pregunté. "No, ni siquiera café sé hacer". "Doña María, ¿sabe cocinar?" "Sí". "Sabe hacer pollo en salsa parda (que en Espiritu Santo, y en algunas áreas del Nordeste es llamada guisado de gallina)?" "Sí". "Levántase -le pedí- y cuenta a los demás como se hace un pollo en salsa parda". Doña María dio una clase de culinaria: como se mata el pollo, de que lado se quita las plumas, como preparar la carne y hacer la salsa, etc.
Ella se sentó y yo hablé: "Doctor Raúl, ¿sabe hacer un plato de estos?" "De ninguna manera, incluso me gusta, pero no sé". "Doña María -concluí- la señora y el doctor Raúl perdidos en un bosque, y un pollo, él, con toda su cultura, moriría de hambre y la señora no".
La mujer sonrió de oreja a oreja, porque descubrió, en aquel momento, un principio fundamental de Paulo Freire: no existe nadie más culto que otro, existen culturas distintas, socialmente complementarias. Si pusiéramos en la balanza toda mi filosofía y teología, y la culinaria de la cocinera del convento en el que vivo, ella puede vivir sin mi filosofía y teología, pero yo no puedo pasar sin la cultura de ella. Esa es la diferencia.
Rescatar la teoría y la práctica de Paulo Freire es arrancar el pueblo brasileño de la ilusión de las élites, del miedo del poder, de la indolencia frente a un futuro que puede y debe ser transformado, ya que el presente solo es muy bueno para aquellos que tienen pavor de Paulo Freire.
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