El Ejército uruguayo y la formación de valores en la escuela progresista
Marcelo Marchese
Rebelión 16/7/15
Una publicación para niños elaborada por el Ejército y validada por las autoridades de Primaria, pareciera marcar el principio de una nueva estrategia de quienes se encargan de nuestra defensa y a su vez, demostraría que al menos en una serie de valores no existiría contradicción entre esta institución y las actuales autoridades educativas.
El Ejército se ha dado a realizar una publicación en formato cómic, la cual ha llamado Cimarrón. Veamos cómo nos la presenta el Ministerio de Defensa: "El CIMARRÓN es el personaje que narra hechos históricos y temas importantes con un lenguaje ameno y sencillo, contiene además actividades y material lúdico para los niños. CIMARRÓN, el perro autóctono de Uruguay, que acompañó a Artigas en todas sus hazañas, se ha convertido en el personaje ideal para narrar el pasado y contar sobre las distintas actividades del Ejército Nacional. Su vestimenta se adapta al contexto histórico en que se encuentra, ya que vivió el nacimiento del Prócer, la Batalla de las Piedras, la Declaratoria de la Independencia y la Jura de la Constitución o acompaña a nuestro Cascos Azules a las Misiones Operativas de Paz. CIMARRÓN estará entonces según la Resolución en apoyo en el área de campo disciplinar de construcción de ciudadanía» (1)
El lector acaso piense que está viviendo una pesadilla, pues tiene un fuerte aire onírico, habida cuenta del pasado reciente de nuestro Ejército, que se pretenda apoyar «el área de campo disciplinar de construcción de ciudadanía». Sin embargo, querido lector, no es una pesadilla, o sí, es una pesadilla a la que asistimos con los ojos abiertos. Veamos cómo el Ejército contribuye «en el área de campo disciplinar de construcción de ciudadanía» según el anuncio del Ministerio. El Ejército ha elegido al perro cimarrón como símbolo, pues es «el perro autóctono de Uruguay, que acompañó a Artigas en todas sus hazañas». En esta frase se encuentran dos afirmaciones que pasaremos a evaluar.
La primera dice que el cimarrón es el perro autóctono de Uruguay. Si por autóctono se refiere a que ahora hay un perro, más o menos inventado a fines del siglo XX, el cual guarda alguna (mucha, poca) relación con los perros cimarrones del siglo XVIII, estamos de acuerdo con el Ejército.
La primera dice que el cimarrón es el perro autóctono de Uruguay. Si por autóctono se refiere a que ahora hay un perro, más o menos inventado a fines del siglo XX, el cual guarda alguna (mucha, poca) relación con los perros cimarrones del siglo XVIII, estamos de acuerdo con el Ejército.
Ese perro cimarrón es una construcción de criadores uruguayos que agarraron unos perros que en las estancias del este del país se consideraban como devenidos de los cimarrones y lanzaron esa «línea» a un mercado ávido. Ahora bien, si por «autóctono» se entiende que es un perro que correteaba nuestras praderas desde antes que Solís se convirtiera en el plato principal de un banquete de aborígenes (cosa que por otra parte es una grosera mistificación, como casi toda nuestra historia) tal afirmación sería disparatada.
El perro cimarrón del siglo XVIII y XIX al que hacen referencia Artigas y Los Olimareños, devenía de los perros que trajeron los conquistadores europeos para llevar a cabo su conquista, es decir, para guerrear con los indígenas y para enriquecer nuestro vocabulario pues darle una india de comer a los perros se conoció como «perrear». En estos campos, muchos de esos perros, así como los caballos y otras bestias, se hicieron cimarrones, lo que quiere decir que pasaron a ser salvajes. Se asilvestraron. Los caballos, por ejemplo, eran tan dados a esta libertad que constituían un peligro, desde la óptica humana, para los caballos domesticados, pues se les acercaban, los «chamullaban» y se los llevaban. Sobran testimonios de esta laya, como los de Azara y Saint-Hilaire.
El perro cimarrón del siglo XVIII y XIX al que hacen referencia Artigas y Los Olimareños, devenía de los perros que trajeron los conquistadores europeos para llevar a cabo su conquista, es decir, para guerrear con los indígenas y para enriquecer nuestro vocabulario pues darle una india de comer a los perros se conoció como «perrear». En estos campos, muchos de esos perros, así como los caballos y otras bestias, se hicieron cimarrones, lo que quiere decir que pasaron a ser salvajes. Se asilvestraron. Los caballos, por ejemplo, eran tan dados a esta libertad que constituían un peligro, desde la óptica humana, para los caballos domesticados, pues se les acercaban, los «chamullaban» y se los llevaban. Sobran testimonios de esta laya, como los de Azara y Saint-Hilaire.
El caballo pareciera tener cierta tendencia libertaria. Ahora, volviendo a los perros cimarrones, si se cruzaron con algún perro de los que tendrían los aborígenes desde antes de Colón, es algo que habría que probar y aparentemente, en los estudios genéticos que se han hecho con el actual perro cimarrón, sólo han dado con trazas europeas, de alano y de lebrel, precisamente los perros que trajeron los conquistadores.
Así que tenemos que esta primera afirmación del Ejército es muy correcta si la vemos desde cierta óptica y muy controversial si la miramos desde otro ángulo; sin embargo, la segunda afirmación pasa a la categoría de SOBERANO DISPARATE en su mayor expresión. «CIMARRÓN, el perro autóctono de Uruguay, que acompañó a Artigas en todas sus hazañas» son palabras que provocan una carcajada por la cual uno abre la boca ciento ochenta grados. ¿De dónde emana tamaño dislate?
Muy posiblemente de una carta de Artigas a Lecor: «Dígale a su amo que cuando me falten hombres para combatir a sus secuaces, los he de pelear con perros cimarrones» y de un mensaje, menos famoso, por el cual Artigas le anuncia al gobierno de Buenos Aires «Que le habría de hacer la guerra eternamente, y cuando le faltasen hombres habría de criar perros cimarrones».
Muy posiblemente de una carta de Artigas a Lecor: «Dígale a su amo que cuando me falten hombres para combatir a sus secuaces, los he de pelear con perros cimarrones» y de un mensaje, menos famoso, por el cual Artigas le anuncia al gobierno de Buenos Aires «Que le habría de hacer la guerra eternamente, y cuando le faltasen hombres habría de criar perros cimarrones».
Como se sabe, cuando Artigas se quedó sin hombres, cosa que le sucede a todo caudillo que pierde respaldo popular y empieza a perder una batalla y otra y otra, no se dedicó ni a criar perros cimarrones, ni a pelear con ellos. Simplemente huyó al Paraguay, aunque los historiadores patriotas utilicen otra expresión. Artigas, a diferencia de otros héroes, no eligió morir peleando por la causa. Escapó, como cualquier ser humano común y corriente, a la muerte, o la difirió todo lo humanamente posible.
La doble referencia a los perros cimarrones no es más que una bravuconada de Artigas o de su secretario de turno (no existe una sola carta escrita con la letra de Artigas, quien sólo firmaba) que se hubiera perdido en el río del tiempo si no fuera porque los historiadores patrios necesitan frases rimbombantes para adoctrinar a los pequeñuelos. Ni Artigas ni nadie utilizó perros cimarrones para luchar. Más bien, Artigas y otros estancieros, lucharon contra los perros cimarrones pretendiendo exterminarlos, pues esos perros eran un peligro, así como eran un peligro los jaguares, las cruceras, los charrúas y los minuanes.
Si alguien, en la campaña, cometía la imprudencia de atravesarla a pie (recurso peregrino en un país donde sobraban los caballos) sería devorado por estos perros sobrealimentados con el ganado súper abundante del país.
Si alguien, en la campaña, cometía la imprudencia de atravesarla a pie (recurso peregrino en un país donde sobraban los caballos) sería devorado por estos perros sobrealimentados con el ganado súper abundante del país.
Dijimos que el Ejército estaría desarrollando una nueva estrategia para mejorar ante la población la imagen que, empecinadamente, a sangre y fuego grabó en el imaginario colectivo. Tiene una tarea ciclópea ante sí, pues a diferencia de otros ejércitos, no tiene a su favor haber defendido a nuestra población en ninguna ocasión, más bien todo lo contrario, lo cual ha generado que unos cuantos uruguayos se plantearan la necesidad de financiar una Institución onerosa, peligrosa y, de momento, innecesaria. El Ejército, como toda estructura, tiende a reproducirse
¿Qué mejor que comenzar esa batalla ideológica en la escuela y utilizando el recurso de la historieta? Ahora, cuando el maestro enseñe la Batalla de las Piedras, tendrá como apoyatura este simpático cómic de factura castrense en el cual se afirmará que «Esta victoria fue imprescindible para la Revolución Oriental y marca además el origen de nuestro Ejército Nacional». Esta temeraria conclusión olvida que aquella victoria fue imprescindible para la rebelión oriental y para toda la rebelión argentina.
¿Qué mejor que comenzar esa batalla ideológica en la escuela y utilizando el recurso de la historieta? Ahora, cuando el maestro enseñe la Batalla de las Piedras, tendrá como apoyatura este simpático cómic de factura castrense en el cual se afirmará que «Esta victoria fue imprescindible para la Revolución Oriental y marca además el origen de nuestro Ejército Nacional». Esta temeraria conclusión olvida que aquella victoria fue imprescindible para la rebelión oriental y para toda la rebelión argentina.
Artigas fue nombrado oficial por el gobierno de Buenos Aires y aquella batalla, obviamente, es hoy recordada por el himno argentino. No sólo Artigas, luego Lavalleja también fue nombrado oficial por aquel gobierno y su principal título era el de Brigadier de la Nación Argentina. Por esto, los descendientes de Artigas y Lavalleja demandaron, y lograron del gobierno argentino, el pago de haberes devengados por sus parientes.
Ahora bien, inscribir esa batalla como tributaria únicamente de la Rebelión Oriental, es una brutalidad, pero otra brutalidad, sumamente grave, es afirmar que «marca además el origen de nuestro Ejército Nacional». Tal afirmación es una doble mistificación. Aquel ejército era un ejército argentino, no un ejército argentino cordobés ni entrerriano, sino un ejército argentino oriental. Recién en 1828 una“Convención preliminar de paz”, escrita en portugués y firmada por brasileros y argentinos, donde no hubo un sólo oriental, determinó amputar la nación argentina y crear una nación con este pedazo de territorio que luego se llamaría República Oriental del Uruguay. En los primeros azarosos años de esta República, no hubo ningún Ejército Nacional, como sa biamente admite un historiador de nuestro Ejército, al decir que desde el nacimiento de la República y por 45 años «prácticamente no existió un ejército de carácter nacional, pues:
«Los regimientos y batallones precariamente formados, respondían al caudillo local o a circunstancias transitorias y tanto servían para voltear un gobierno como para ayudarlo a enfrentar exitosamente un motín» (2)
Habrá que esperar a la Guerra del Paraguay (bonita hazaña) para que naciera el Ejército Nacional.
Ahora bien, inscribir esa batalla como tributaria únicamente de la Rebelión Oriental, es una brutalidad, pero otra brutalidad, sumamente grave, es afirmar que «marca además el origen de nuestro Ejército Nacional». Tal afirmación es una doble mistificación. Aquel ejército era un ejército argentino, no un ejército argentino cordobés ni entrerriano, sino un ejército argentino oriental. Recién en 1828 una“Convención preliminar de paz”, escrita en portugués y firmada por brasileros y argentinos, donde no hubo un sólo oriental, determinó amputar la nación argentina y crear una nación con este pedazo de territorio que luego se llamaría República Oriental del Uruguay. En los primeros azarosos años de esta República, no hubo ningún Ejército Nacional, como sa biamente admite un historiador de nuestro Ejército, al decir que desde el nacimiento de la República y por 45 años «prácticamente no existió un ejército de carácter nacional, pues:
«Los regimientos y batallones precariamente formados, respondían al caudillo local o a circunstancias transitorias y tanto servían para voltear un gobierno como para ayudarlo a enfrentar exitosamente un motín» (2)
Habrá que esperar a la Guerra del Paraguay (bonita hazaña) para que naciera el Ejército Nacional.
Pero ¿es ésta la primera vez que se adoctrina a los niños a través de mistificaciones alevosas? No. No es ésta la primera vez. Es un problema de muy larga data. Lo novedoso es el maridaje entre las actuales y progresistas autoridades de Primaria con el Ejército. Los niños que reciban esta historieta gratuita, amén de instruirse sobre la Batalla de las Piedras, El desembarco de los 33 y otros acontecimientos históricos, absorberán información acerca de las tareas de paz de nuestro Ejército en el Congo, así como instrucciones para manejarse prudentemente en el tránsito.
El lector podrá observar que no se ha hecho mucho por investigar qué ha pasado con nuestro Ejército en un pasado no muy lejano.
El lector podrá observar que no se ha hecho mucho por investigar qué ha pasado con nuestro Ejército en un pasado no muy lejano.
También observará que nuestro Ejército no ha realizado ninguna autocrítica, más bien piensa que defendieron a la nación de una agresión. Habida cuenta que nadie los ha enjuiciado, habida cuenta que nadie les reclamara una autocrítica, tienen todo el derecho a utilizar el dinero que aportamos con nuestros impuestos para realizar publicaciones gratuitas, tienen todo el derecho de autopropagandearse, y tienen todo el derecho de introducir su publicación en nuestras aulas, pues después de todo, su visión de las cosas, su visión del pasado y del presente, colude con la visión de nuestras autoridades educativas.
Sólo una cosa nos resta por considerar, amable lector, y es un curioso mecanismo civilizatorio. Usted puede apreciar en el monumento al Gaucho, en 18 y Constituyente, un friso donde vemos a este personaje remangándose para empuñar un arado y puede leer esta dedicatoria: «Al gaucho, primer elemento de emancipación nacional y de trabajo. La Patria agradecida».
Evidentemente, ese agradecimiento no sólo es un disparate, es antes que nada una ironía sumamente cruel. Si un gaucho vio un arado, lo único que hizo con él fue una buenas brasas para cocinar un jugoso churrasco. Fue precisamente esto, su gusto en quemar arados para hacer churrascos con ganado «que no le pertenecían», lo que determinó que fuera perseguido a sangre y fuego. Precisamente el Ejército se encargó de esa tarea. Fue una tarea civilizatoria, en la cual también colaboró fervientemente nuestra escuela.
Evidentemente, ese agradecimiento no sólo es un disparate, es antes que nada una ironía sumamente cruel. Si un gaucho vio un arado, lo único que hizo con él fue una buenas brasas para cocinar un jugoso churrasco. Fue precisamente esto, su gusto en quemar arados para hacer churrascos con ganado «que no le pertenecían», lo que determinó que fuera perseguido a sangre y fuego. Precisamente el Ejército se encargó de esa tarea. Fue una tarea civilizatoria, en la cual también colaboró fervientemente nuestra escuela.
Busque el lector el artículo «El gaucho» de José Pedro Varela si tiene la más mínima duda acerca de esto. Pero lo interesante aquí es que luego que elimináramos a los gauchos, los indígenas y los perros cimarrones, pasáramos luego a reivindicarlos como característicos del ser nacional. Casualmente cuando estos personajes son borrados de la faz de la tierra, surgen las literaturas nacionales que los reivindican, como el Martín Fierro.
Es un mecanismo por el cual la civilización se adueña de palabras y las tergiversa. Cimarrón es aquel esclavo que deja de ser esclavo y pasa a vivir a monte. Cimarrón, amén del mate amargo, es un hombre libre y también un perro, caballo o toro que vive en libertad, pero para nuestros párvulos, cimarrón, además de un perro, será ese personaje del Ejército que les cuenta la Historia.
Cimarrón, según el Ejército, es el emblema del Ejército. Conviene prestar atención a este mecanismo civilizatorio y sobre todo deben atenderlo aquellos que reclaman hechos y no palabras, como si las palabras no fueran hechos. Si no fueran hechos y no tuvieran poder, no habría tanto esfuerzo por tergiversarlas. Conviene detenerse a pensar en esa cosa curiosa, la palabra, ese aire que hiere el aire y a un oído y conmueve un espíritu.
Cimarrón, según el Ejército, es el emblema del Ejército. Conviene prestar atención a este mecanismo civilizatorio y sobre todo deben atenderlo aquellos que reclaman hechos y no palabras, como si las palabras no fueran hechos. Si no fueran hechos y no tuvieran poder, no habría tanto esfuerzo por tergiversarlas. Conviene detenerse a pensar en esa cosa curiosa, la palabra, ese aire que hiere el aire y a un oído y conmueve un espíritu.
Notas:
(2) Cnel. (R) Ulysses del V. Prada. La profesionalización del Ejército: 1811-2011. Revista El Soldado Año XXXVI, Número 180.
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