Testimonio de una víctima de tortura
“Estaba preso por mis ideales”
– 14 octubre 2011
Javier Leibner es uno de los testigos en la denuncia que presentó el abogado Pablo Chargonia (ver nota Humanidad lastimada, pobre humanidad). Su testimonio es un ejemplo del tenor de los casos denunciados. El 10 de junio de 1983 tenía veintitrés años y fue detenido por agentes de Inteligencia de la Jefatura de Policía.
―¿Dónde te detuvieron?
―Me fueron a buscar al liceo en el que trabajaba como profesor de matemáticas. Primero pasaron por mi casa y como no me encontraron se llevaron a mi señora, hacía tiempo que me venían siguiendo, tenían datos sobre mi rutina.
―¿Quiénes te detuvieron?
―La persona que preguntó por mí estaba de particular, un tipo unos años mayor que yo. Después supe, por las descripciones, que era Ariel Ricci, un viejo y reconocido traidor. Me dijo que estaba detenido. Armé un poco de relajo para que la gente del liceo se diera cuenta de lo que estaba pasando y le avisara a mi familia. Alguien le avisó a mi viejo. Eso era fundamental por mi propia seguridad y además para avisar a los conocidos que por las dudas se borraran.
Cuando salimos del liceo, en la puerta había otro tipo de particular y en la esquina estaba la chanchita. Me subieron, me esposaron y me llevaron a Inteligencia de la policía [Dirección Nacional de Identificación e Inteligencia, DNII], creo que en Maldonado y Yí. Hasta ese momento yo no sabía que se habían llevado a mi mujer, pero uno de los milicos me mostró su cédula; era la prueba de que se la habían llevado.
―¿Estabas solo en Inteligencia?
―No. Junto conmigo agarraron a veinticuatro compañeros, la mayoría universitarios y casi todos de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC). Pero eso también lo supe después, porque apenas entré me encapucharon. Me hicieron subir y bajar escaleras como para marearme y que no supiera dónde estaba parado. Me pusieron de plantón y reconocí la voz de un amigo que pidió para ir al baño.
―He perdido los detalles. Hay cosas que no recuerdo, lo cotidiano, si me dejaban ir al baño por ejemplo.
―¿Y qué cosas sí recordás?
―La picana. Me picaneaban desnudo acostado con las manos, los pies y el cuello atados, encapuchado y mojado. Me picanearon en los genitales, en las tetillas, los pies, el ano, todos lados. En donde menos me dolía yo más gritaba, para que siguieran ahí. No sé si se la creían, igual la sentía en todos lados.
―¿Te dejaba de doler en algún momento?
―No. Lo tenían estudiado. Sabían perfectamente lo que estaban haciendo, habían hecho cursos.
―¿Sufriste algún otro tipo de tortura?
―Sólo una vez me metieron la cabeza en un tacho con agua, como para que supiera que estaba esa opción también. Sobre todo me dieron picana, plantón, plantón con los brazos extendidos y libros sobre las manos, que si se te caía uno te cagaban a patadas. Tortura psicológica también.
Otra cosa que sufrí bastante es la colgada: me esposaban en la espalda y me colgaban de los brazos (hace el gesto de la postura en la que quedaba). Parece que no fuera posible. Los brazos me quedaban hechos mierda, hasta el día de hoy.
―¿Tuviste que ver cómo violaban a tus compañeras?
―No. A mí mujer la violaron. A mí me introdujeron palos de escoba en el ano pero no me violaron. También grabaron mis gritos mientras me torturaban y se los hacían escuchar a mi mujer. Me hicieron el teléfono que es un golpe simultáneo en los dos oídos, hace que pierdas el equilibrio. Recibí muchas patadas, muchos piñazos, casi siempre en el estómago. También usaban la estrategia del bueno y el malo: “dale flaco, hablá conmigo porque si no después viene aquél que sí es bravo”. En un momento de plantón, estaba muy cansado y me dejé caer al piso. Me hice el vivo y probé, si había algún milico en la vuelta me iban a levantar a las patadas, pero pude descansar un poco. Apareció uno que se ve que no era de los jodidos, porque me preguntó qué me había pasado, si estaba bien y me dijo que me parara. Ahí pensé que ese milico era piola, era un dato. En barra me hacían pelota todos porque tenían que cumplir con eso. Después también entendí que les preocupaba no lastimarnos porque nuestro pasaje por ahí iba a ser rápido y no nos podían dejar marcas. Una vez también me pasó que uno de los guardias, haciéndose el piola me pasó cigarros que supuestamente me había traído mi familia y fumé. Pero evidentemente el cigarro tenía algo extraño, no sé qué era porque nunca me drogué, pero algo tenía porque deliré. La tortura te hace delirar por que estás solo con tu cabeza y con un estrés físico muy importante, por estar parado o colgado tantas horas. Pero esa vez me drogaron.
―¿Sabés quiénes te torturaron?
―No. El que dio la cara cuando nos trasladaban hacia el juzgado militar, y firmó nuestras salidas se llamaba Alexis, pero podía ser un alias.
―¿Tenías datos falsos o inventabas cosas para decirles y librarte de la tortura por un rato?
―Inventaba cualquier cosa, a veces me creían. Como me habían seguido tenían muchos datos y sabían si les mentía o no. Según lo que me preguntaban me manejaba, trataba de aguantar lo más posible sin hablar. Cuando no podía más tiraba un bolazo y si tenía suerte se iban a averiguar si era cierto y me dejaban descansar un rato.
―¿En la DNII tenías contacto con el resto de los detenidos?
―No, estaba incomunicado totalmente. Siempre estuve solo. Después en Cárcel Central estábamos todos los varones juntos, pero no hablamos mucho de lo que habíamos pasado en la DNII.
―Después de los quince días en DNII ¿cómo sigue tu periplo?
―De ahí nos llevaron al juzgado militar porque los subversivos éramos juzgados por la justicia militar. Era una payasada. Te hacían elegir a un abogado de oficio, que era un milico, un civil asimilado militar. Se vendían, hacían el trabajo sucio como abogados. El que me tocó a mí, Rodríguez Gallardo de apellido, me dice “te van a dar como ocho años” y al final me dieron cuatro. El abogado era peor que la supuesta justicia.
―¿Y esa condena se suponía que tenías que cumplirla a partir de ese momento?
―En ese momento parecía que ya se terminaba la dictadura. Después de pasar por la justicia militar nos llevaron a Cárcel Central y nos preguntábamos por qué nos tenían ahí, donde los únicos presos políticos que había eran Seregni y otros de alto rango, que no era nuestro caso. A nosotros nos tendrían que haber llevado al penal de Libertad.
―Como un mes, en régimen de preso común. Pensábamos que si estaban negociando con nosotros nos iban a largar. Al final nos terminaron llevando al penal de Libertad.
―¿Te torturaron también allí?
―No. En esa época ya no había apremios físicos. Si querían torturarte te sacaban.
―Era una batalla ideológica. Los milicos no podían creer que tuviéramos convicciones y que tuviéramos fuerza porque teníamos convicciones.
―¿Nunca denunciaste todo lo que te pasó?
―No.
―¿Por qué?
―Por un lado porque el Partido Comunista no tuvo actitud de promover las denuncias, nosotros hicimos lo que hicimos porque sentíamos que era nuestro deber y los costos por las acciones había que asumirlos.
―Sí, yo tengo esperanza. De ahí a que pase es otra cosa
―¿Dónde te detuvieron?
―Me fueron a buscar al liceo en el que trabajaba como profesor de matemáticas. Primero pasaron por mi casa y como no me encontraron se llevaron a mi señora, hacía tiempo que me venían siguiendo, tenían datos sobre mi rutina.
―¿Quiénes te detuvieron?
―La persona que preguntó por mí estaba de particular, un tipo unos años mayor que yo. Después supe, por las descripciones, que era Ariel Ricci, un viejo y reconocido traidor. Me dijo que estaba detenido. Armé un poco de relajo para que la gente del liceo se diera cuenta de lo que estaba pasando y le avisara a mi familia. Alguien le avisó a mi viejo. Eso era fundamental por mi propia seguridad y además para avisar a los conocidos que por las dudas se borraran.
Cuando salimos del liceo, en la puerta había otro tipo de particular y en la esquina estaba la chanchita. Me subieron, me esposaron y me llevaron a Inteligencia de la policía [Dirección Nacional de Identificación e Inteligencia, DNII], creo que en Maldonado y Yí. Hasta ese momento yo no sabía que se habían llevado a mi mujer, pero uno de los milicos me mostró su cédula; era la prueba de que se la habían llevado.
―¿Estabas solo en Inteligencia?
―No. Junto conmigo agarraron a veinticuatro compañeros, la mayoría universitarios y casi todos de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC). Pero eso también lo supe después, porque apenas entré me encapucharon. Me hicieron subir y bajar escaleras como para marearme y que no supiera dónde estaba parado. Me pusieron de plantón y reconocí la voz de un amigo que pidió para ir al baño.
En ese lugar me torturaron. No es que me guste hablar de la tortura pero políticamente considero correcto contarlo porque hay gente que no sabe, que no conoce, lo vivió de costado. Hay gente que sigue con la historia de que hubo una guerra entre milicos y tupamaros, que no sabe que la policía también estaba metida. Yo no soy guerrillero. Cada vez que sale el tema no doy lujo de detalles pero cuento.
―¿Se te han distorsionado los recuerdos con el paso de los años?―He perdido los detalles. Hay cosas que no recuerdo, lo cotidiano, si me dejaban ir al baño por ejemplo.
―¿Y qué cosas sí recordás?
―La picana. Me picaneaban desnudo acostado con las manos, los pies y el cuello atados, encapuchado y mojado. Me picanearon en los genitales, en las tetillas, los pies, el ano, todos lados. En donde menos me dolía yo más gritaba, para que siguieran ahí. No sé si se la creían, igual la sentía en todos lados.
―¿Te dejaba de doler en algún momento?
―No. Lo tenían estudiado. Sabían perfectamente lo que estaban haciendo, habían hecho cursos.
―¿Sufriste algún otro tipo de tortura?
―Sólo una vez me metieron la cabeza en un tacho con agua, como para que supiera que estaba esa opción también. Sobre todo me dieron picana, plantón, plantón con los brazos extendidos y libros sobre las manos, que si se te caía uno te cagaban a patadas. Tortura psicológica también.
Otra cosa que sufrí bastante es la colgada: me esposaban en la espalda y me colgaban de los brazos (hace el gesto de la postura en la que quedaba). Parece que no fuera posible. Los brazos me quedaban hechos mierda, hasta el día de hoy.
―¿Siempre para sacarte información?
―Sí, querían nombres de la organización.―¿Tuviste que ver cómo violaban a tus compañeras?
―No. A mí mujer la violaron. A mí me introdujeron palos de escoba en el ano pero no me violaron. También grabaron mis gritos mientras me torturaban y se los hacían escuchar a mi mujer. Me hicieron el teléfono que es un golpe simultáneo en los dos oídos, hace que pierdas el equilibrio. Recibí muchas patadas, muchos piñazos, casi siempre en el estómago. También usaban la estrategia del bueno y el malo: “dale flaco, hablá conmigo porque si no después viene aquél que sí es bravo”. En un momento de plantón, estaba muy cansado y me dejé caer al piso. Me hice el vivo y probé, si había algún milico en la vuelta me iban a levantar a las patadas, pero pude descansar un poco. Apareció uno que se ve que no era de los jodidos, porque me preguntó qué me había pasado, si estaba bien y me dijo que me parara. Ahí pensé que ese milico era piola, era un dato. En barra me hacían pelota todos porque tenían que cumplir con eso. Después también entendí que les preocupaba no lastimarnos porque nuestro pasaje por ahí iba a ser rápido y no nos podían dejar marcas. Una vez también me pasó que uno de los guardias, haciéndose el piola me pasó cigarros que supuestamente me había traído mi familia y fumé. Pero evidentemente el cigarro tenía algo extraño, no sé qué era porque nunca me drogué, pero algo tenía porque deliré. La tortura te hace delirar por que estás solo con tu cabeza y con un estrés físico muy importante, por estar parado o colgado tantas horas. Pero esa vez me drogaron.
―¿Sabés quiénes te torturaron?
―No. El que dio la cara cuando nos trasladaban hacia el juzgado militar, y firmó nuestras salidas se llamaba Alexis, pero podía ser un alias.
―¿Tenías datos falsos o inventabas cosas para decirles y librarte de la tortura por un rato?
―Inventaba cualquier cosa, a veces me creían. Como me habían seguido tenían muchos datos y sabían si les mentía o no. Según lo que me preguntaban me manejaba, trataba de aguantar lo más posible sin hablar. Cuando no podía más tiraba un bolazo y si tenía suerte se iban a averiguar si era cierto y me dejaban descansar un rato.
―¿En la DNII tenías contacto con el resto de los detenidos?
―No, estaba incomunicado totalmente. Siempre estuve solo. Después en Cárcel Central estábamos todos los varones juntos, pero no hablamos mucho de lo que habíamos pasado en la DNII.
―Después de los quince días en DNII ¿cómo sigue tu periplo?
―De ahí nos llevaron al juzgado militar porque los subversivos éramos juzgados por la justicia militar. Era una payasada. Te hacían elegir a un abogado de oficio, que era un milico, un civil asimilado militar. Se vendían, hacían el trabajo sucio como abogados. El que me tocó a mí, Rodríguez Gallardo de apellido, me dice “te van a dar como ocho años” y al final me dieron cuatro. El abogado era peor que la supuesta justicia.
―¿Y esa condena se suponía que tenías que cumplirla a partir de ese momento?
―En ese momento parecía que ya se terminaba la dictadura. Después de pasar por la justicia militar nos llevaron a Cárcel Central y nos preguntábamos por qué nos tenían ahí, donde los únicos presos políticos que había eran Seregni y otros de alto rango, que no era nuestro caso. A nosotros nos tendrían que haber llevado al penal de Libertad.
Estando en Cárcel Central podíamos ver la tele, escuchar la radio y a partir de los informativos nos enteramos que estaban negociando con nosotros. Fuimos usados como excusa para el rompimiento de las primeras negociaciones que tuvieron los milicos con los políticos. Estaban manejando una salida y una de las razones que esgrimieron los milicos para romper las negociaciones fue que todavía había subversivos; que habían agarrado a veinticinco comunistas.
―¿Cuánto tiempo estuvieron en Cárcel Central?―Como un mes, en régimen de preso común. Pensábamos que si estaban negociando con nosotros nos iban a largar. Al final nos terminaron llevando al penal de Libertad.
―¿Te torturaron también allí?
―No. En esa época ya no había apremios físicos. Si querían torturarte te sacaban.
En el penal había visitas de la Cruz Roja, que no te garantizaban nada. Tuve una entrevista con ellos, les decía que era un preso político y me decían: “no, usted es un preso común”. Intentaba explicarles que estaba preso por mis ideales, que no había cometido ningún delito. Tanto era así que el juez militar me había juzgado por reunirme con gente, por estar en contra de la dictadura, por hacer volanteadas…El tipo me decía que mi grupo político estaba prohibido, me tenía que pelear hasta con los de la Cruz Roja.
―Era un desestímulo más.―Era una batalla ideológica. Los milicos no podían creer que tuviéramos convicciones y que tuviéramos fuerza porque teníamos convicciones.
―¿Nunca denunciaste todo lo que te pasó?
―No.
―¿Por qué?
―Por un lado porque el Partido Comunista no tuvo actitud de promover las denuncias, nosotros hicimos lo que hicimos porque sentíamos que era nuestro deber y los costos por las acciones había que asumirlos.
Además se centró todo el tema de los derechos humanos en los muertos y desaparecidos. No en los torturados. Lo que pasé no es nada en comparación con lo que pasaron otros compañeros, pero no se puede cuantificar. Ahora lo cuento y presto mi voz porque tiene que haber un testimonio para la denuncia. Lo que hice no lo hice por mí, no me interesa aparecer en ningún lado, lo hago porque políticamente se tiene que conocer la verdadera historia, eso está en el debe.
―¿Tenés esperanza en que estos delitos sean caratulados como de lesa humanidad?―Sí, yo tengo esperanza. De ahí a que pase es otra cosa
Lucia Pedreira
No hay comentarios:
Publicar un comentario