Cuatro días en la prisión más temida del mundo.
Por: Natalia Orozco
La atención internacional se dirige una vez más a la prisión más polémica del mundo: Guantánamo. En medio de las protestas de organizaciones de derechos humanos, comienza la preparación del juicio más esperado de los Estados Unidos: el que enfrentará Jalid Sheij Mohamed, autoproclamado cerebro de los atentados del 11 de septiembre.
A pesar de haber permanecido cuatro días recorriendo este «purgatorio» moderno, nunca los pude ver. Ni a Jalid Sheij Mohamed, tampoco a su sobrino, Ammar al Baluchi; ni a Walid bin Attash, ex guardaespaldas de Osama Bin Laden. Mucho menos a Ramzi Bin al Shibh, piloto frustrado de los ataques del 11 de septiembre, ni a Mustafa al Hawsawi. Permanecen aislados por completo de los otros detenidos y según dicen sus abogados, torturados y bajo condiciones que transgreden la constitución norteamericana.
Sin otra opción, Ariel Zimerman, camarógrafo, y yo, firmamos un documento donde nos obligaban a comprometernos con que en nuestros videos y fotos no mostraríamos la cara de ninguno de los detenidos, solo los podríamos grabar del cuello para abajo, y más delicado aúnque no cruzaríamos ni una sola palabra con los reos. La advertencia fue clara y cumplida: al final de cada día nos revisarían segundo a segundo el video grabado, cada fotografía y en nombre de la seguridad nacional de los Estados Unidos, los militares borrarían lo que prácticamente «se les viniera en gana».
Esa primera noche, acomodada en una especie de carpa gigante color desierto, con baño y servicios de primera clase, rondaban en mi cabeza artículos, videos investigaciones que literalmente devoré en el trabajo previo de exploración, antes de hacer el desplazamiento.
Aunque mi voluntad era llegar sin prejuicios, seguía repasando en mi cabeza la película «On the road to Guantanamo» (En el camino a Guantánamo) basada en una historia de la vida real y que revela cómo muchos de lo detenidos, eran simples ciudadanos de a pie, que en pleno fragor de la guerra contra el terrorismo, desatada en el 2002, fueron vendidos por locales afganos al ejército estadounidense. Los americanos ofrecían cierta suma de dinero por la entrega de supuesto un terrorista «entre 500 USD y 1000 USD» me contó después uno de los abogados de los detenidos.
Estaban también presentes en mi mente, los informes de Naciones Unidas, de la Cruz Roja y de Amnistía Internacional demostrando con testimonios recogidos a ex prisioneros y abogados, que el lugar, donde esa noche tenía que conciliar el sueño, había sido el espacio donde de varios menores de edad fueron interrogados bajo presiones y condiciones extremas. Era además el escenario de torturas y prácticas insoportables, que había llevado, años atrás, a tres prisioneros a ingeniárselas para terminar con su vida.
No muy lejos, permanecen intactos los que fueran los oscuros centros de interrogación. Las sillas corroídas y arrumadas parecen un testimonio silencioso de lo que jamás será completamente revelado.
Es innegable que las condiciones de detención han mejorado con el paso de los años, pero sigue siendo surrealista llegar, por ejemplo, al Campo Iguana donde, cuenta nuestro guía, están los prisioneros «que después de años de encierro, resultaron ser completamente inocentes». «Hoy están libres de cargos». Explica el militar que me pidió no fotografiarlo y que justifica el encierro porque «ningún país quiere recibirlos». Estados Unidos aun no tiene claro que puede hacer con ellos. Añade «por ser inocentes, tienen derecho a estar aquí donde sopla algo de brisa y se ve un poco el mar».
Al recorrido por los campos 5 y 6, campos de seguridad media, se le suma un tour por la afueras de la prisión. En la Bahía y para mi sorpresa pululan los MacDonalds, discotecas y canchas de Golf. «Comodidades» que rodean el penitenciario para hacerle más vivibles los días a los guardias y sus familias.
No voy a detenerme aquí en los detalles de por que Barack Obama a incumplido la que fuera su primera promesa de campaña «cerrar una prisión que mancha la reputación de todo el pueblo estadounidense». El tema político, como el de derechos humanos, tiene muchas aristas.
También las comisiones militares que retoman esta semana y que son calificadas como una aberrante forma de juicio de extranjeros, que Barack Obama trató sin éxito de desmontar y que ha sido denunciado por cientos de organizaciones del mundo entero. «Si las comisiones militares fueran constitucionales, entonces los ciudadanos estadounidenses también podrían ser juzgados allí». Me explicaba David Remes, uno de los abogados norteamericanos más destacados que trabaja en favor de los detenidos.
En la actualidad hay 171 prisioneros. Unos cinco o seis que, según Estados Unidos, participaron directamente en los atentados del 11-S, están aislados en el llamado Campamento 7 o Platino, que depende directamente de la CIA. Esperan ser juzgados por una comisión militar. Otros 47 reos están en lo que el Gobierno llama ‘detención indefinida’, porque se consideran peligrosos, pero no hay pruebas suficientes para condenarlos. Unos 30 más están en una situación indefinida, entre la cárcel y la libertad. Y, curiosamente, más de la mitad, unos 90, ya tienen autorizada su salida, pero no pueden abandonar la isla porque el Congreso bloqueó los recursos para trasladarlos a los países dispuestos a acogerlo.
Que los juicios contra las supuesto confesos autores del 11 de septiembre, sea la ocasión para insistir que ese proceso de alimentación forzada a la que hoy someten a quienes entran en huelga de hambre en sus comprensible desesperanza, es una práctica tortuosa con la que Estados Unidos intenta frenar un suicido colectivo. Estuve en el hospital carcelario donde se realiza el proceso. Las correas y cadenas adjuntas a las camillas dejan adivinar la escena que se vive.
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El tiempo corre. Que los juicios contra los mediáticos detenidos no silencien las alertas de Organizaciones humanitarias que han tenido acceso al lugar. Aseguran que es cuestión de días antes que los prisioneros comiencen a morir. Me pregunto si estando en su lugar también no preferiría lo mismo. En el año 2009 al asumir su primer mandato presidencial el Presidente Obama, premio nobel de la Paz, afirmó que Guantánamo «probablemente ha creado más terroristas en el mundo de los que ha encerrado». Después de esos días en este gulag o calvario moderno, me temo que el presidente norteamericano, esta vez, no se equivoca. El mundo seguirá pendiente estos días de Jalid Sheij Mohamed, quizás el hombre más repudiado por los norteamericanos, mientras el infierno de Guantánamo sigue ardiendo para los demás detenidos, muchos de los cuales, se sabe que son inocentes.
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