De la tortura y la derrota
Quien recurre a esos métodos indignos para "ganar" está perdiendo de antemano en lo moral.
La historia y la decencia humanas le están dando por anticipado su veredicto inapelable.
Quien recurre a esos métodos indignos para "ganar" está perdiendo de antemano en lo moral.
La historia y la decencia humanas le están dando por anticipado su veredicto inapelable.
Los militares implicados en la lucha contra las organizaciones populares sostienen, con una burda metáfora futbolística "quieren ganar en la liga lo que perdieron en la cancha" refiriéndose a su victoria con respecto a esas organizaciones.
Su "victoria" en la "cancha" es indiscutible. Pero, siguiendo con los términos futbolísticos, ellos dejaron baldados a todos los rivales y recurrieron a métodos profundamente sucios e indignos. La historia de la humanidad está llena de estas "victorias " que se transforman en derrotas morales y culturales, sin ir más lejos la que lograron los judíos sobre Jesús de Nazareth, que apareció entonces como "derrotado".
Si bien las fuerzas populares cometieron excepcionalmente indignidades imperdonables, éstas pueden contarse con los dedos de una mano, y sobran algunos. Por ejemplo la muerte del peón Pascasio Báez cerca de Pan de Azúcar. Pero las organizaciones del pueblo no torturaron, no violaron, no robaron bebés, no desaparecieron personas, no tuvieron mujeres y niños en cautiverio, por ejemplo, como sí lo hicieron los militares sistemáticamente en números de cuatro cifras.
Están muy lejos del artiguismo que sostienen mantener. El artiguismo es humanismo, desde la Batalla de Las Piedras, cuando el prócer expresó su frase: "liberad los prisioneros, curad a los heridos; clemencia para los vencidos".
Por el contrario la tortura, las violaciones, las desapariciones, el robo de bebés, son actividades profundamente inhumanas e indignas.
La tortura no es para nada una acción lírica y prístina. Está impregnada de olores a heces y a todas las excreciones humanas y bañada por las mismas, por el sudor, las lágrimas, la sangre, y los excrementos humanos, para no hablar de los ruidos: llantos, aullidos, gritos, lamentos... Quien acepta ejecutarla está mancillado por todos estos elementos. Su derrota moral está garantizada.
Como canta Benedetti:
" ...aquí lloramos todos.
Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos
porque es mejor llorar que traicionar
porque es mejor llorar que traicionarse..."
Su "victoria" en la "cancha" es indiscutible. Pero, siguiendo con los términos futbolísticos, ellos dejaron baldados a todos los rivales y recurrieron a métodos profundamente sucios e indignos. La historia de la humanidad está llena de estas "victorias " que se transforman en derrotas morales y culturales, sin ir más lejos la que lograron los judíos sobre Jesús de Nazareth, que apareció entonces como "derrotado".
Si bien las fuerzas populares cometieron excepcionalmente indignidades imperdonables, éstas pueden contarse con los dedos de una mano, y sobran algunos. Por ejemplo la muerte del peón Pascasio Báez cerca de Pan de Azúcar. Pero las organizaciones del pueblo no torturaron, no violaron, no robaron bebés, no desaparecieron personas, no tuvieron mujeres y niños en cautiverio, por ejemplo, como sí lo hicieron los militares sistemáticamente en números de cuatro cifras.
Están muy lejos del artiguismo que sostienen mantener. El artiguismo es humanismo, desde la Batalla de Las Piedras, cuando el prócer expresó su frase: "liberad los prisioneros, curad a los heridos; clemencia para los vencidos".
Por el contrario la tortura, las violaciones, las desapariciones, el robo de bebés, son actividades profundamente inhumanas e indignas.
La tortura no es para nada una acción lírica y prístina. Está impregnada de olores a heces y a todas las excreciones humanas y bañada por las mismas, por el sudor, las lágrimas, la sangre, y los excrementos humanos, para no hablar de los ruidos: llantos, aullidos, gritos, lamentos... Quien acepta ejecutarla está mancillado por todos estos elementos. Su derrota moral está garantizada.
Como canta Benedetti:
" ...aquí lloramos todos.
Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos
porque es mejor llorar que traicionar
porque es mejor llorar que traicionarse..."
Quien recurre a esos métodos indignos para "ganar" está perdiendo de antemano en lo moral.
La historia y la decencia humanas le están dando por anticipado su veredicto inapelable.
Y la victoria moral está bien clara. Basta recorrer un poco Europa, América del Norte o Australia y preguntar como se recuerdan los tupamaros(tomados genéricamente) y como se conocen las fuerzas armadas de los países latinoamericanos bajo las dictaduras, pero también antes y después de ellas.
Pero no precisa viajar tan lejos. El pueblo uruguayo votó mayoritariamente a quien creía un tupamaro clásico, un criollo rebelde, luchador por la liberación nacional y enemigo de la represión y la opresión.
Ricardo Ferré
http://federaciondebasespatriagrande.blogspot.com/2010/08/mi-amigo-juan-el-caciquillo-parte-ii.html
Ricardo Ferré
Ricardo Ferré
"...Lo había conocido antes.
Luego, los plantones al calor brutal de los días de final del verano y sus noches frescas, con los pies bien separados y las manos cruzadas detrás de la nuca, las golpizas, el fusilamiento simulado en el blanco de la ametralladora, la voz del médico del cuartel que, luego de auscultarme pronunció: “Pueden continuar.”, la colgada de un gancho en mi calabozo seguida del apretón de mis testículos,…todo esto me creó algo de bruma para algunos sucesos, cosas y personas. Pero igual recordaba a mi amigo Juan el Caciquillo. Era difícil olvidarlo jugando al fútbol en la cancha pequeña de la plaza de deportes. Jugaba fuerte pero limpio.. Trasmitía tal sensación de honestidad, de limpieza, de autoestima,…Marcaba a los rivales y apoyaba con pases a los compañeros desde una posición central, la cabeza alta y el pecho levantado.
Luego de salir de mi prisión, cuando me despidieron de mi trabajo por haber sido preso político, la familia de Juan, en gran parte por ayudarme económicamente, me lo confió para clases particulares. Siempre, aun en ellas pude observar su actitud de autoestima respetuosa.
Nunca olvidaré el día en que llamaron a la puerta de mi casa, salí a la terraza para atender y vi un jeep militar en la puerta. Hacía ya varias semanas; muchos días e incontables minutos en que los soldados habían empezado a llevarse a militantes de izquierda del pueblo, sobre todo a los vinculados con la organización guerrillera que yo integraba y por lo cual ya había estado preso. Es increíble como uno se adapta a la angustia de poder ser llevado en cualquier momento a sufrir las peores torturas imaginables. La enfermedad de mi compañera nos impedía huir, huir…. Cuando vi al vehículo militar enfrente de mi casa, y al hermano de Juan que golpeaba y que visiblemente era quien los había llevado, no pude menos de preguntar con un gesto y mis palabras simples: “¿A mí…?” El chico contestó entonces que no, que venían a buscar a Juan.
Él me vio entonces abrazar a mi compañera con quien compartíamos la zozobra de todos los minutos. “Nos salvamos,…por ahora”.
Desde el principio habíamos pensado que si venían a buscar a alguien, iba a ser seguramente a mí.
Yo vi el temor en sus ojos, pero lo desestimé: Juan nunca había hecho otra cosa que simpatizar con el partido de izquierda opositor al gobierno. A sus 18 años, no tenía la más mínima relación con la organización subversiva.
Luego de eso ocurrió una vorágine de hechos:
....
Nos llegaban de tanto en tanto los rumores de las terribles torturas sufridas por los compañeros que habían caído en el grupo de Juan. Nos enteramos de que Juan había sido ¿procesado…?
Luego de años volvimos a reunirnos con Juan, ya mayor, ya casado. Poco a poco me fui enterando de su suplicio. Primero subir al camión militar y sufrir la capucha y las manos atadas por crueles alambres. De inmediato el interrogatorio. El pobre Juan tuvo la entereza de la que carecieron muchos más avezados conspiradores. Recordó el abrazo con mi compañera, el “Nos salvamos…por ahora”. Cuando le preguntaron dónde estaba cuando lo fueron a buscar contestó que estaba recibiendo clases…en lo de un profesor de derecha. El Caciquillo era consciente de que si me nombraba, me irían a buscar a mí en unos pocos minutos. Luego las preguntas en las sesiones de tortura con picana eléctrica y “submarino” o tortura de inmersión simultáneos. Los días y semanas de plantón, las golpizas tremendas. Las preguntas: “cuál es tu seudónimo en la guerrilla?, ¿quién te reclutó?, ¿cuál era tu función en la columna guerrillera? Le querían hacer firmar que pertenecía a la organización subversiva y Juan se negaba. Él se empecinaba: no era más que un simpatizante del partido de izquierda, nada tenía que ver con la guerrilla. Entonces, más se ensañaban, lo consideraban un “duro” y entonces había que lacerarlo aun más. Juan se sentía morir, quería morir, evadirse de ese tormento insufrible. En ocasiones estaba tan sin fuerzas que ni el choque eléctrico aplicado cuando tenía la cabeza en “el tacho”, lo hacía tensar y levantarse. Se quedaba con la cabeza sumergida y quería morir. Sus verdugos dudaban: unos creían que simulaba, otros que se estaba verdaderamente muriendo. Posiblemente la verdad estaba en el medio, o en las dos partes. ¿Quién puede dejar de reaccionar ante un choque eléctrico brutal en los genitales?
Un buen día lo anonadan. Llevan a enfrentarlo a una pobre chica, militante de izquierda, a quien él conocía bien del pueblo. Ella parecía un pollito mojado, totalmente acobardada, apocada, era una pobre cosa inerte y sin voluntad. Ella tampoco tenía que nada que ver con la guerrilla, pero afirmó frente a los militares que lo había reclutado a Juan, que él era el encargado de preparación militar de la columna y dio como seudónimo un apodo por el que Juan era conocido por todos en su pueblo. Él se quedó mudo. No podía entender ni aceptar esta mentira. Abrumado admitió firmar todo lo que le presentaron.
Cuando lo llevaron a bañarse finalmente pudo mirar su cuerpo como si fuera el de un extraño. Tenía las piernas tan hinchadas que le parecían balones de goma blanda, hematomas tremendas por todos lados, el color de su hinchada piel amoratado; dudó por momentos si podría sobrevivir en ese estado.
Luego el traslado en camión, lo bajaron a patadas y empujones con la capucha puesta, a ciegas y con las manos atadas. Pero parecía casi el paraíso luego de los tormentos sufridos en el cuartel.
Lo que no había habido tiempo de hacer, lo que quizás nunca hubiera ocurrido, lo lograron los militares: para sobrevivir la única opción válida era integrarse; se unió a la guerrilla a la que nunca antes había pertenecido y por cuya presunta pertenencia estaba preso y había sido torturado. Pero aún había que sobrevivir los años en el famoso Penal de Libertad. Cada día algún compañero se sumía en la enajenación o la muerte. Había que ser solidario pero tratar al mismo tiempo de salvarse, de resistir..."
http://federaciondebasespatriagrande.blogspot.com/2012/10/yo-soy-rufoy-no-me-entrego-parte-final.html
Ricardo Perdomo
Luego, los plantones al calor brutal de los días de final del verano y sus noches frescas, con los pies bien separados y las manos cruzadas detrás de la nuca, las golpizas, el fusilamiento simulado en el blanco de la ametralladora, la voz del médico del cuartel que, luego de auscultarme pronunció: “Pueden continuar.”, la colgada de un gancho en mi calabozo seguida del apretón de mis testículos,…todo esto me creó algo de bruma para algunos sucesos, cosas y personas. Pero igual recordaba a mi amigo Juan el Caciquillo. Era difícil olvidarlo jugando al fútbol en la cancha pequeña de la plaza de deportes. Jugaba fuerte pero limpio.. Trasmitía tal sensación de honestidad, de limpieza, de autoestima,…Marcaba a los rivales y apoyaba con pases a los compañeros desde una posición central, la cabeza alta y el pecho levantado.
Luego de salir de mi prisión, cuando me despidieron de mi trabajo por haber sido preso político, la familia de Juan, en gran parte por ayudarme económicamente, me lo confió para clases particulares. Siempre, aun en ellas pude observar su actitud de autoestima respetuosa.
Nunca olvidaré el día en que llamaron a la puerta de mi casa, salí a la terraza para atender y vi un jeep militar en la puerta. Hacía ya varias semanas; muchos días e incontables minutos en que los soldados habían empezado a llevarse a militantes de izquierda del pueblo, sobre todo a los vinculados con la organización guerrillera que yo integraba y por lo cual ya había estado preso. Es increíble como uno se adapta a la angustia de poder ser llevado en cualquier momento a sufrir las peores torturas imaginables. La enfermedad de mi compañera nos impedía huir, huir…. Cuando vi al vehículo militar enfrente de mi casa, y al hermano de Juan que golpeaba y que visiblemente era quien los había llevado, no pude menos de preguntar con un gesto y mis palabras simples: “¿A mí…?” El chico contestó entonces que no, que venían a buscar a Juan.
Él me vio entonces abrazar a mi compañera con quien compartíamos la zozobra de todos los minutos. “Nos salvamos,…por ahora”.
Desde el principio habíamos pensado que si venían a buscar a alguien, iba a ser seguramente a mí.
Yo vi el temor en sus ojos, pero lo desestimé: Juan nunca había hecho otra cosa que simpatizar con el partido de izquierda opositor al gobierno. A sus 18 años, no tenía la más mínima relación con la organización subversiva.
Luego de eso ocurrió una vorágine de hechos:
....
Nos llegaban de tanto en tanto los rumores de las terribles torturas sufridas por los compañeros que habían caído en el grupo de Juan. Nos enteramos de que Juan había sido ¿procesado…?
Luego de años volvimos a reunirnos con Juan, ya mayor, ya casado. Poco a poco me fui enterando de su suplicio. Primero subir al camión militar y sufrir la capucha y las manos atadas por crueles alambres. De inmediato el interrogatorio. El pobre Juan tuvo la entereza de la que carecieron muchos más avezados conspiradores. Recordó el abrazo con mi compañera, el “Nos salvamos…por ahora”. Cuando le preguntaron dónde estaba cuando lo fueron a buscar contestó que estaba recibiendo clases…en lo de un profesor de derecha. El Caciquillo era consciente de que si me nombraba, me irían a buscar a mí en unos pocos minutos. Luego las preguntas en las sesiones de tortura con picana eléctrica y “submarino” o tortura de inmersión simultáneos. Los días y semanas de plantón, las golpizas tremendas. Las preguntas: “cuál es tu seudónimo en la guerrilla?, ¿quién te reclutó?, ¿cuál era tu función en la columna guerrillera? Le querían hacer firmar que pertenecía a la organización subversiva y Juan se negaba. Él se empecinaba: no era más que un simpatizante del partido de izquierda, nada tenía que ver con la guerrilla. Entonces, más se ensañaban, lo consideraban un “duro” y entonces había que lacerarlo aun más. Juan se sentía morir, quería morir, evadirse de ese tormento insufrible. En ocasiones estaba tan sin fuerzas que ni el choque eléctrico aplicado cuando tenía la cabeza en “el tacho”, lo hacía tensar y levantarse. Se quedaba con la cabeza sumergida y quería morir. Sus verdugos dudaban: unos creían que simulaba, otros que se estaba verdaderamente muriendo. Posiblemente la verdad estaba en el medio, o en las dos partes. ¿Quién puede dejar de reaccionar ante un choque eléctrico brutal en los genitales?
Un buen día lo anonadan. Llevan a enfrentarlo a una pobre chica, militante de izquierda, a quien él conocía bien del pueblo. Ella parecía un pollito mojado, totalmente acobardada, apocada, era una pobre cosa inerte y sin voluntad. Ella tampoco tenía que nada que ver con la guerrilla, pero afirmó frente a los militares que lo había reclutado a Juan, que él era el encargado de preparación militar de la columna y dio como seudónimo un apodo por el que Juan era conocido por todos en su pueblo. Él se quedó mudo. No podía entender ni aceptar esta mentira. Abrumado admitió firmar todo lo que le presentaron.
Cuando lo llevaron a bañarse finalmente pudo mirar su cuerpo como si fuera el de un extraño. Tenía las piernas tan hinchadas que le parecían balones de goma blanda, hematomas tremendas por todos lados, el color de su hinchada piel amoratado; dudó por momentos si podría sobrevivir en ese estado.
Luego el traslado en camión, lo bajaron a patadas y empujones con la capucha puesta, a ciegas y con las manos atadas. Pero parecía casi el paraíso luego de los tormentos sufridos en el cuartel.
Lo que no había habido tiempo de hacer, lo que quizás nunca hubiera ocurrido, lo lograron los militares: para sobrevivir la única opción válida era integrarse; se unió a la guerrilla a la que nunca antes había pertenecido y por cuya presunta pertenencia estaba preso y había sido torturado. Pero aún había que sobrevivir los años en el famoso Penal de Libertad. Cada día algún compañero se sumía en la enajenación o la muerte. Había que ser solidario pero tratar al mismo tiempo de salvarse, de resistir..."
http://federaciondebasespatriagrande.blogspot.com/2012/10/yo-soy-rufoy-no-me-entrego-parte-final.html
Ricardo Perdomo
EL “ABLANDE”
"Tendremos la oportunidad de analizar con mejor detalle la forma en que funcionaba la comunicación en filas enemigas, ni siquiera por ahí, se podrá contrabandear la mentira.
Seguidos, fichados y luego sin mucho riesgo capturados, los pocos hombres que aún resistían; se comenzaba entonces todo un “trabajo de ablande”.
En qué consistía este “ablande”, que era toda una preparación finamente estudiada, elaborada y “enseñada”, como vimos y no por nada lo hemos analizado, aún a riesgo de ser abusivos en detalles, es que todo tiene una lógica, un sentido, un plan.
Pero dejemos ahora la palabra, al Teniente Julio Cesar Cooper Alves, asilado en Suecia desde el mes de agosto de 1978; militante del 6to.Regimiento de Caballería de Montevideo, quien tiene ciertos detalles sobre el “ablande”.
“Yo estaba en el cuartel. Me enteraba esporádicamente, me daba cuenta de cómo lo estaban tratando. Lo veía pasar una noche entera al aire libre, en ablandamiento. Lo veía con lesiones, atado como un perro, arrollado, sin poder levantarse ni acostarse. Pienso que le aplicaron el submarino, golpes, picana eléctrica...
Pienso, no. Era así. Y alcancé a verlo después detenido en un vagón. (vagones de carga de AFE, que se distribuyeron en varias unidades, como calabozos) -o sea que el ente autónomo, puso también su óbolo en todos los cuarteles-. Estaba encadenado y el soporte de la cadena estaba a unos 30 centímetros del piso. Estaba en cuclillas, no podía pararse, ni estirarse, mal alimentado, en ablandamiento total”.
Este aporte del Teniente Cooper, picanazos más o menos, hacía el, “recibimiento”, obligatorio al desgraciado que caía en manos de los hermanos Uruguayos (del cuartel), en el entendido de que eras capturado. Si tenías o no “algo que ver” eso no les correspondía saberlo, eso, después del “ablande”.
En este caso el hombre del ablande se refería a Gabino Falero Montes de Oca, quien luego estuvo en una “comisión” de las que nombra Huidobro, pero como pertenecía al bando de “los malos” haciéndose “el bueno”, es decir no respetó ningún “pacto de caballeros” fugándose del mismísimo cuartel."
Ver:
http://federaciondebasespatriagrande.blogspot.com/2014/02/zabalza-no-todo-es-mecanico-en-la-sala.html
Ver:
http://federaciondebasespatriagrande.blogspot.com/2014/02/zabalza-no-todo-es-mecanico-en-la-sala.html
Considero muy, muy importante el blog de Ricardo y de los verdaderos tupas. No es el único, pero todos aportan. De éstas prédicas y del trabajo de los cros. en distintas organizaciones sociales,surgirá más temprano que tarde,el plan, la estrategia, la organización política que guiará rumbo al socialismo.
ResponderEliminarTu comprensión es un estímulo invalorable. Creemos que todas las atrocidades que se cometen van a ser a la larga la condena de la humanidad y la historia enteras al fascismo, la prepotencia y sus parientes. Van a venir los nuevos tupamaros, aunque no tengan ese nombre todos los vamos a reconocer por sus hechos, y vendrá la justicia histórica generada por el pueblo entero apoyado por ellos. Sólo de esta manera se encontrará la justicia que noo podemos esperar ni de los juzgados internacionales ni de una Suprema Corte de Justicia genuflexa ante el poder político de los viejos líderes tupamaros renegados y sus lacayos, ni de ninguno de los laderos del imperialismo.
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