Hemingway decía algo así como que necesitamos un par de años para aprender a hablar y unos sesenta para aprender a callar...
Pero, no hay caso, al menos para unos cuantos de los que hemos hecho de la palabra un arma de combate político-social, una herramienta de agregarle valor a las ideas y de sembrar ideales hasta el último suspiro, callar, en cualquier circunstancia, se siente como el abandono de la lucha, como una inconsecuencia filosófica, como voltear prematuramente al rey asediado, aun cuando ya estemos rodando la cuesta abajo de la aventura de rodar nuestra existencia vitalmente, y tendríamos que haber aprendido lo que sabiamente sentenciaba el gran escritor norteamericano refiriéndose a cosas que, sin duda, trascienden el territorio particular del aprendizaje del uso adecuado de la retórica en la comunicación humana.
Habría que tener obsesivamente presente la sabiduría de Hemingway para evitarnos, muchas veces, el resultado opuesto a lo que pretendemos lograr empuñando la palabra como arma de reafirmación de convicciones y de trasmisión de percepciones o reflexiones que consideramos certeras.
Pero no. No podemos con el genio y con frecuencia convertimos la palabra en vana varita mágica, facilitando que quienes nos escuchen o lean, reciban nuestras palabras como simple cháchara de viejos porfiados y aburridos (injustamente, muchas veces, porque no se trata de que lo que decimos no tiene sentido, sino que lo que no tiene sentido es decirlo cuando sobre el asunto que opinamos, están todas las cartas repartidas y cada jugador, en el acierto o en el error, tiene ya irreductiblemente elaborada su propia y terminante “estrategia”, aunque unos minutos después de la partida se quiera meter en un pozo de pura vergüenza y de puro amor propio subestimado).
A 120 horas del segundo tiempo del “gordo cívico” de noviembre del 2014, no hay ya ni un solo “indeciso” por más que algunas encuestadoras nos hablen de su existencia en porcentajes tan caprichosos como las predicciones del más chambón del gremio de los tarotistas de la lucha de clases.
Todos sabemos, garbanzos más, garbanzos menos, quiénes han ganado y todos sabemos quiénes hemos perdido ya en esta enésima segunda vuelta “civilista”, sin importar demasiado ni la justicia ni la razón individual o colectiva...
El Domingo 30 de noviembre de 2014, se reeditará el efecto multiplicador subjetivo y masivo del tercer espejismo de “crecimiento, desarrollo y prosperidad” de nuestra joven historia. En lo esencial, volverá a producirse a las mil maravillas el mismo fenómeno de ilusión industrializada que solamente es realizable cuando la oferta “democrática” supone una reanimación mínima de la esperanza y cuando la demanda procede de casi un pueblo entero encantado por creaciones ideológicas magníficas, que pueden serlo aun si en lo medular lo que prime sea el chiquitaje y hasta la burla que deslumbran y encandilan como reciclados espejitos de colores, más o menos, según el lugar real que ocupemos en esta sociedad en concreto y según las expectativas que haya podido tallar en nosotros la poderosísima maquinaria de producción y reproducción de ideología del sistema capitalista en el que estamos indiscutiblemente metidos hasta el cuello y con un horizonte de socialismo que parece muy lejano y utópico.
Podríamos estar ya leyendo las tapa del diario del lunes con sus inexorables titulares, contemplando esta vez lo inédito y relevante de arriba de 350.000 “voluntades” que no respaldarán a ninguno de los dos candidatos (los habilitados que se abstengan, también son “voluntad ciudadana”, por cierto).
Y la verdad de la milanesa, es que lo que debe preocuparnos de estos nuevos-viejos resultados electorales a quienes hemos pasado la vida predicando con el arma de la elocuencia militante en función de ese “otro mundo posible” del que no dejamos de hablar ni aun cuando deberíamos callar, son dos grandes cosas:
1.- El gran triunfador del domingo será el posibilismo resignado que nos dice que “estar bien” es “no estar peor”, y que “es lo que hay, valor”. Triunfará, triunfó ya, algo más serio y jorobado aun que el mismo neoliberalismo: triunfó una filosofía paciente y concientemente enseñada “de arriba a abajo”, que es nefasta no solo para cualquiera de las alternativas modélicas del capitalismo, sino también para cualquier proyecto declarativamente partidario de la “democracia popular” y “los cambios de fondo”.
2.- En esta “pequeña” multitud de pueblo que no le dará el voto ni a Lacalle ni a Tabaré, hay un número en apariencia poco significativo de lo que, si hablamos de indecisión, serían los “indecisos” entre no ir a votar, hacerlo en blanco o anulando su voto. Hay un número poco significativo para las estadísticas, pero muy significativo contrastando con el posibilismo conformista. Hay una importante fuerza político-social en estado embrionario que cuenta aunque no haya tenido a su disposición ni cámaras ni micrófonos; que ha sabido callar, puede decirse, y que tiene las “buenas intenciones” revolucionarias que no abundan y que se nos aparecían, hasta hoy, como “utopismo nostálgico” exclusivo de las tolderías de la tribu a la que ligera y burlonamente unos cuantos llaman “izquierda radical”.
Así que, si hay que ponerle un título a la contradicción “principal” inmediata, no es otro que el de “posibilismo / intención revolucionaria”, y, más tarde, más temprano, ella seguirá desarrollándose y resolviéndose donde debemos resolver todas nuestras contradicciones “no antagónicas”: en el seno del pueblo, en los barrios, en los centros de trabajo, en los ámbitos estudiantiles, rompiendo moldes de vida político-social que ya están rotos y cuyos pedazos hay que lanzar al viento como cenizas del pasado.
Pues el posibilismo no es natural al pueblo -mucho menos al pueblo trabajador-; es la prótesis que se le ha impuesto en ausencia de voluntad autocrítica ante una derrota histórica plenamente vigente para quienes no han podido comprender que, calladamente, este pueblo ha tenido, más que “intención”, verdadera esperanza revolucionaria, defraudada y temporariamente reducida a la efímera ilusión de que “estamos bien” porque “no estamos peor” (y se sabe: los mismos factores externos que explican el tercer espejismo, serán los que nos bajen a tierra y vuelvan a mostrarnos, cuando los espejitos de colores se hagan trizas otra vez, la tragedia de una dependencia y una vida miserable para las que no hay otra salida que el socialismo (pero no un socialismo de campañas electorales e histriónicos candidatos que no podrían ser “socialistas” ni siquiera en la versión más lavada de la palabra socialismo).
Este posibilismo resignado que es natural solamente para los que sí viven el “crecimiento, el desarrollo y la prosperidad”, nos lo impusieron, y lo venceremos en la lucha fraterna de ideas y en la acción política enérgica que amalgama a los pueblos.
Y el fenómeno NBA -hay que creerlo o reventar- nos dice que en la rebeldía antielectoralismo de hoy, podemos vislumbrar un futuro de agitaciones sociales que hallarán su cauce transformador cuando desde bien abajo sean zurcidos, creativa y revolucionariamente, los hilitos dispersos y atomizados de un movimiento popular oriental que aprenderá -que está aprendiendo- que nuestro socialismo será el socialismo de toda América Latina (revolución y no caricatura de revolución) o no será, y que cada vez que un ser humano sea martirizado como hoy lo son los estudiantes mexicanos, todos seremos martirizados y sentiremos el derecho y el deber de ser y resistir luchando frente a una brutalidad burguesa y una misma injusticia que no conocen de fronteras de ninguna especie y que no podremos derrotar atrapados en las reglas de juego de una clase que sobrevive gracias al engaño y la violencia sistemática, creciente y degradada a la simple categoría de mafia internacional.
Gabriel -Saracho- Carbajales, 26 de noviembre de 2014, Primavera de la Dignidad.-
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