Desterrar la cultura de la impunidad


Apuntes para la mesa redonda organizada por la Mesa Permanente contra la Impunidad el 16 de junio del 2912 sobre:


Desterrar la cultura de la impunidad

Sanguinetti.
Cuando la dictadura se volvió insoportable, el poder económico decidió permitir cierta legalidad  pero, como en las calles se hacía sentir nuevamente el movimiento popular, se reservaron el derecho a mantener intacto y a la orden el aparato represivo. Una de las razones para que los militares aceptaran regresar a los cuarteles fue que su  impunidad sobrevolaba o subyacía los acuerdos verbales del Club Naval.  Más tarde, los gobiernos que aceptaron la tutela estipulada en el pacto le dieron forma jurídica con la ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado. Para justificar su doble moral, Sanguinetti construyó la falacia de falsa asociación de que la amnistía al demonio subversivo implicaba y exigía la impunidad del demonio militar.
La impunidad fue impuesta mediante una serie de operaciones políticas realizadas por los interesados en mantener a su servicio las fuerzas armadas. Se transmitió la sensación de que el poder armado protegía de la ley penal a los criminales de lesa humanidad  y que, así como en los años de plomo hicieron lo que se le antojaba, también podían hacerlo en democracia si se pretendía juzgarlos y condenarlos. El resultado del plebiscito de abril de 1989 ratificó la ley que fabricaron  los representantes del poder y el espíritu popular fue invadido por la sensación de que, por más que algunos porfiados siguieran peleando por Verdad y Justicia, los criminales nunca podrían ser juzgados. Así creció en la subjetividad de la gente el sentimiento de impunidad como impotencia, una creación deliberada y alevosa, alienante, cuya pesada sombra es imposible analizar por separado del salvataje del aparato represivo que fue su objetivo.
Resistencia y defeccciones.
El golpe cívico militar fue dado para expropiar la mitad de la masa salarial y por consiguiente la tortura, las violaciones, el asesinato y la desaparición forzosa fueron para disuadir en los asalariados la más mínima intención de resistir. Fue natural entonces que, aún desde antes de iniciarse el repliegue militar, el pueblo trabajador transformara en lucha por juicio y castigo el clamor que surgía de los “chupaderos” y las salas de tortura. A la cultura de la impunidad, el movimiento popular contrapuso la cultura de verdad y justicia, creada por los que no querían ser tutelados por nadie y soñaban con una sociedad para los trabajadores.
Sin embargo ya desde el pacto del Club Naval empezaron las señales confusas de algunos dirigentes frenteamplistas, que no enfrentaron con la firmeza esperada la impunidad que imponía la derecha. Mas tarde, una vez conquistadas  algunas colinas en la institucionalidad burguesa, esa flaqueza se extendió y profundizó, hubo dirigentes que desarrollaron una nueva teoría de los dos demonios y que están trabajando para crear una nueva cultura de la impunidad. Teoría y cultura muy diferentes de las creadas por la derecha, pero no por ello desvinculadas de los servicios que puedan prestar las fuerzas armadas. Son cosas nuevas,  imprescindibles de debatir para esclarecernos lo mejor posible. Intentemos analizar algunas de las operaciones políticas que la vienen creando.

El diputado.
El 4 de junio un diputado que fue miembro de la guerrilla tupamara dijo: “en este día hay que apartar del corazón todo sentimiento de odio porque el odio y el rencor son paralizantes y se necesita seguir construyendo el camino trazado para mejorar, porque muchas de las causas por las que hemos sido víctimas aún perduran”. Palabras que fueron dichas en representación del gobierno, en un acto donde el Estado reconocía haber torturado, asesinado y desaparecido forzosamente a sus ciudadanos en el período que se inició con el “pachecato”, el 13 de junio de 1968. Este diputado, que en el Penal de Libertad ya había apartado de su corazón todo sentimiento de odio y rencor, expresó con envidiable claridad la cultura de olvido y perdón que impregna los actos de los ex-guerrilleros que hoy gobiernan el Uruguay. El diputado proclamó la “línea” que baja de poder ejecutivo, su virtud es haberlo dicho más directa y frontalmente que el resto de sus correligionarios, quienes se escudan en frases confusas donde parecen no decir lo que en realidad dicen. El diputado cierra las posibilidades de autoengaño de los que tenían esperanza en un viraje hacia la izquierda. Lo toman o lo dejan, acompañan o se van yendo, pero no hay lugar a disputa.
La paz de Aguerre
En el homenaje a los cuatro soldados que custodiaban la casa del comandante en jefe del ejército de entonces  y que cayeron en el tiroteo entablado con un grupo de la guerrilla tupamara, el actual comandante Pedro Aguerre, dijo que “ Si queremos salir adelante, tenemos que hablar de uruguayos, no de enemigos. No debemos hablar de trancar, sino de vivir en paz”. Diez días más tarde, en ocasión del desfile militar presidido por ex-guerrilleros, el más pomposo desde la salida de la dictadura, reafirmó  el concepto diciendo: “Juntar pero no dividir debe ser nuestra meta, para que, sin olvido de nuestros actos, podamos crecer, y que los habitantes de nuestro país sepan reconocernos, valorarnos y sentirse orgullosos de su Ejército”.
 Aguerre tuvo necesidad de abogar por la reconciliación entre pueblo y fuerzas armadas, porque las fuerzas armadas le habían declarado la guerra al movimiento popular,  lo vigilaban, perseguían y consideraban “enemigo”. Esa guerra de los militares, entablada por decisión propia, dejó cientos de miles de víctimas en las filas del pueblo asalariado y el reclamo de que se sepa la verdad sobre las aberraciones  cometidas por ese mismo ejército que comanda Aguerre y que se condene a quienes cometieron tales crímenes contra la humanidad.
La propuesta de “juntadera” de Aguerre significa que víctimas y victimarios, tomados candorosamente de las manos, pasen por arriba de la verdad y la justicia para no “trancar”. Juntarse” para consolidar la impunidad de los criminales con el mudo consentimiento del movimiento popular, es la línea política del gobierno, la misma que  expresó el diputado de marras el 4 de junio en una buhardilla del palacio legislativo. Es una propuesta fantasiosa, porque por mucho que se los junte, los “juntados” seguirán siendo desiguales entre sí, unos monopolizando la represión y los otros siendo posibles blancos de ella. Propone una paz que, en realidad, es simplemente otro repliegue de los militares a la espera de futuras oportunidades para reivindicar su pasado golpista y criminal o, según sean las circunstancias, para retomar el ejercicio de su profesión real, la de terroristas de Estado.
La teoría de Rosadilla
Por si las palabras del general Aguerre no indujeran suficiente confusión, entrevistado por el programa “En Perspectiva” el senador Luis Rosadilla, les dió un toque de fantasía con pretensiones de teoría. Rosadilla dijo que quiere “recuperar aquel espíritu que existía en la sociedad uruguaya en la creación del Ejército, en el sentido de que el Ejército es parte del pueblo y este lo reconoce como tal, porque el Ejército se comporta como parte del pueblo y se respeta como tal”.
No hay nada que recuperar. A historia de los orientales no admite dudas. En 1811 las armas no estaban en manos de unos pocos que imponían su voluntad a los desarmados, José Artigas encabezó un pueblo cuyas mujeres y hombres estaban todos armados por igual. Fue Fructuoso Rivera quién separó a los armados de los desarmados, al fundar un ejército  pagado por la oligarquía montevideana y los brasileros, con el objetivo de reprimir al pueblo multiétnico que había sido beneficiado por el reparto de tierras de 1815. Ese es el origen antipopular del ejército que luego fue de Venancio Flores, de Lorenzo Latorre y del Goyo Álvarez. ¿Qué tergiversación de la historia nos quieren vender ahora?. Por el contrario, el bicentenario del nacimiento del  actual ejército se cumple el día del aniversario de la derrota del pueblo armado y organizado, que fue el mismo día en que comenzó el exilio de José Artigas. Como ha sido bien entrenado para tergiversar historias, en especial de del movimiento guerrillero tupamaro, Rosadilla intenta hacerlo también la epopeya del pueblo oriental, abandona a Lucía Sala y Carlos Machado, para asumir como propia la versión reaccionaria del Hernamo Damasceno. .
También trastoca la realidad. Desde que la sociedad es una sociedad de clases, surgió la necesidad de ejércitos que monopolizaran el uso de las armas para defender las tierras, propiedades y mujeres de los dueños de todo. Desde esos días pretéritos, los ejércitos vienen decidiendo la vida y la muerte de las mujeres y hombres subordinados por el sistema. Han sido los ejecutores de las grandes matanzas y genocidios cometidos contra los pueblos. Cuando pueblo y armas se reúnan nuevamente en pueblo organizado y armado otro gallo cantará, pero mientras tanto, por su origen y su historia, estos ejércitos NO pueden ser parte del pueblo, están afuera de él, vigilándolo, espiándolo, controlándolo, tutelando sus libertades, amenazando su integridad física e intelectual, afilando las bayonetas.
La nueva cultura de la impunidad.
En la actualidad ya no se trata solamente de preservar el aparato represivo, sino que de desarrollar sus potencialidads operativas y tácticas, de adiestrarlo en las técnicas más sofisticadas de represión y de adoctrinarlo en las bases éticas y morales del asesinato y el genocidio (en eso se especializan los instructores SEALS). De adecuarlo a las evidentes intenciones de intervención político militar de los EEUU.  Los militares están recontentos,  nunca habían imaginado que el Frente Amplio les daría la oportunidad de jugar con chiches de última generación. Por su parte, los ex-guerrilleros están realizando su sueño del pibe, pues manejan soldados, tanques, aviones y barcos en maniobras conjuntas con los marines yanquis, canalizan sus delirios militaristas jugando juegos de estrategia y desplazan unidades para ubicarlas en mejores condiciones para la lucha antisubversiva.  .
Los ex-guerrilleros aceptaron ser el demonio que la teoría sanguinettista les proponía. Un papel muy útil en su visión pragmática, pues quedan en una posición que les permite  dialogar de igual a igual, de demonio a demonio, todos combatientes,  todos con idénticos códigos y valores. Así, intercambio intelectual mediante, los ex-guerrilleros apuestan a  conquistar amplios sectores de la oficialidad, proyecto que se había frustrado en 1972 en las negociaciones del Batallón Florida. La mosqueta ideológica es riesgosa, pues es imposible evitar la recíproca y resultar colonizados por la mentalidad miliquera.
A mediano plazo, el producto del matrimonio entre demonios podría ser una nueva doctrina cívico militar, organizada en un nuevo movimiento político de carácter demoníaco, unidos tras un  proyecto que ya no será la transformación revolucionaria de la sociedad de clases, como antes deseaban los ex-guerrilleros, sino simplemente mantenerse ejerciendo el poder por el poder mismo.
El mutuo perdón está siendo caldo de cultivo de una nueva cultura de la impunidad. Una cultura que disfraza de humanismo el privilegio de la impunidad y perdona criminales de lesa humanidad por ser “viejitos buenos”. Una cultura que difunde la idea aberrante de que los crímenes contra el pueblo se “arreglan” en una mesa de negociación entre quienes empuñaron las armas y superaron el odio del pasado. Como los reproductores de tales ideas poseen un pasado respetable, esta cultura penetra profundamente en el inconciente popular y alimenta los sentimientos más reaccionarios, los que se pueden percibir en las reacciones de la gente hacia los asolescentes que delinquen. La cultura de los ex-guerrilleros es mucho más alienante que la sanguinettista y, en consecuencia, para desterrarla hay que hilar más finito.
Ambas culturas están emparentadas en el servicio a la estrategia de guerra preventiva urdida en las oficinas del Pentágono-sección Comando Sur.  Puede parecer una paradoja que los ex-guerrilleros se presten a ser manipulados por el gran titiritero, pero lo cierto es que el Comando Sur ha tenido una inesperada sorpresa y  las relaciones militares con el imperio han avanzado aceleradamente. Hasta se le ha pedido ayuda en caso de confrontación de fuerzas con Argentina. Si se quiere desterrar la cultura de la impunidad no se puede consentir que Uruguay oficie de Malinche en la guerra que el Pentágono está preparando contra varios de los pueblos latinoamericanos.
La cultura de la impunidad es solamente una partecita de la nueva cultura política que acepta la invasión de los instructores militares del imperio. La voluntad de desterrar la parte implica la voluntad de luchar contra esa cultura más global de aquiescencia generalizada hacia el poder económico y político o, dicoh de manera más clara, no vale la pena dejarse arrastrar con los ojos abiertos por quienes conducen al desbarranque lo construído con tanta lucha popular y tanta sangre derramada.    

Contribución de Jorge Zabalza

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