El defensor de los pobres
Este último 20 de mayo, pocos días antes de que falleciera, nos acompañamos mutuamente durante unas cuadras. Después de tantos años de sintonizar la misma frecuencia, nunca nos fue difícil retomar el diálogo e intercambiar mutuas promesas de vernos para charlar a cielo abierto, sin agenda y sin objetivo, simplemente para repasar y ejercitar la memoria. No en vano transitamos codo con codo el período en que la izquierda comenzó a empantanarse en la institucionalidad, luego de haber colocado a Tabaré Vázquez en la Intendencia de Montevideo. Mutuas simpatías y solidaridades consolidadas en cientos de pequeñas y grandes batallas contra el creciente predominio de las ideas socialdemócratas y liberales en la izquierda uruguaya. Aunque a mí no me dolían prendas, Helios sentía que le habían robado ese Frente Amplio de 1971. Mis penas políticas venían de otro lado y él las comprendía y compartía. Helios veía el proceso de transformación revolucionaria enmarcado en la lucha política y social, sin salir del marco legal, forzando los cambios pero dentro del sistema. Intransigente en sus ideas y principios pero sin la ruptura violenta de la legalidad. Me discutió siempre mi veta guerrillera y su amistad me ayudó a flexibilizar mis rigideces. Era un docente y uno aprendía.
Aún cuando estábamos marchando una marcha del silencio, esas pocas cuadras que caminamos juntos fueron muy habladas. Hoy siento que fueron demasiado cortas, que nos quedamos sin hablar lo suficiente. Desde la ordenada retirada de la dictadura militar en 1985 y los viernes en la plaza Libertad, Helios siempre estuvo donde tendrían que haber estado todos y todas, junto a las Madres y Familiares, en la lucha por poner fin a la impunidad de los criminales del terrorismo de Estado. Sin concesiones y permanentemente rebatiendo las concesiones de quienes no peleaban la verdad y la justicia, respaldando sus sentimientos con sólidos argumentos basados en los principios generales del derecho. Su concepción de los derechos humanos fue una práctica muy arraigada, salpicada de anédoctas y recuerdos, de esfuerzos denodados y arduas discusiones, siempre convencido que solamente a través del juicio y el castigo de los criminales se podía recuperar algo de la mítica igualdad ante las leyes. El compromiso ético y moral de Sarthou con la transformación de la sociedad se concretó en la fidelidad incondicional hacia aquellos que dieron la vida por una sociedad libre, justa y socialista. Tal vez en ninguna otra cuestión de las actualmente debatidas haya quedado tan claro el principismo que lo caracterizó.
En diciembre de 1990 el gobierno uruguayo recibió con bombos y platillos a George Bush (padre), una manera disimulada de sumarse a la alianza genocida que poco antes había hecho llover muerte sobre Bagdad. La Asamblea General lo recibió aplaudiendo de pié cuando el Intendente de Montevideo entregó las llaves de la ciudad al representante más aborrecible de poder imperial. Junto a Hugo Cores y Sergio Previtali Roballo, Helios se retiró de sala para no compartirla con el criminal Bush y para no sentir vergüenza ajena por las complacientes sonrisas que implícitamente consentían los crímenes del visitante. Su dignidad fue más fuerte que la obediencia debida a la partidocracia progresista, no aceptó los acuerdos de pasillo, a escondidas de la conciencia popular, ni las rebuscadas justificaciones conque se explicó la genuflexión ante el imperialismo. Helios eligió la actitud transparente, claramente entendida por el pueblo, el antimperialismo expresado en un gesto.
Una noche cualquiera de los ’90, el frío de agosto y la lluvia torrencial cayendo sobre los deshilachados toldos insuficientes para proteger la montonera de sin techo que cobijaban. Chapoteando entre el barro. el destartalado Mercedes de Sarthou atravesó el campo y llegó hasta la soledad política de los acampantes. Era el vehículo idóneo para la personalidad de su chófer, el “pájaro azul” que lo acompañó hasta el fin del mundo, hasta quedar hecho chatarra rodante. Cien rostros de sorpresa vieron abrirse la puerta y bajar el enorme portafolios tras el cual se apresuraba el senador de los pobres. Venía a explicarles que las condiciones de emergencia en que vivían no permitían que los jueces los desalojaran, que con porfiada serenidad hicieran valer su derecho a ocupar terrenos baldíos y estériles para construir sus viviendas. Ya traía garrapateado el escrito que colocaría al juez penal en la disyuntiva de jugarse por la justicia o ceder ante los demonios. Como el resto del parlamento permanecía indiferente, la actitud de Helios decía mucho más que los argumentos políticos y jurídicos que explicaba hablando sin cesar. No fue solamente un excelente profesor en las aulas de los cursos de abogacía, Helios se dió maña para que aprendieran cuáles eran sus derechos los desalojados, los que no podían pagar el alquiler o la cuota, los que tenían la intemperie como único refugio y los que a gatas habían pasado por escuelas de “contexto”.
El Primero de Mayo de 1983 reconquistaron las avenidas los trabajadores organizados, que salieron desde la semiclandestinidad para decir nunca más dictadura y empujar los militares de regreso a sus cuarteles. Dos años después, cuando los presos políticos salieron a la democracia tutelada, encontraron a Helios Sarthou en la defensa indeclinable de los cien sindicatos que luchaban para recuperar el pleno ejercicio de sus libetades y derechos. Aunque nunca hubo un reconocimiento público de su papel en esa historia tan reciente, ¿cuánto de la existencia del actual movimiento sindical se debe a la generosa vitalidad de Sarthou?
En la eterna batalla contra el capital siempre estuvo al servicio de la liberación social y apuntando al corazón del poder. Jamás capituló ante el enemigo. Como torcía a favor del sometido las leyes hechas para someterlo, no pudieron encerrarlo en el derecho laboral. Siempre encontró la grieta o el recodo jurídico por donde hacía escapar al trabajador sin esperanzas, al ocupante ilegal de tierra y a la víctima del autoritarismo, las dictaduras y la injusticia. Ya fuera en galpones de fábricas ocupadas, en medio de una marcha obrera o en el minúsculo despacho que le asignaron en la Cámara de Senadores, lo esperaban colas de trabajadores con sus reclamos a cuestas y a todos recibió y a todos escuchó y a todos aconsejó. Atendía más gente que la sala de abogados del PITCNT. Su incansable trabajo está grabado a fuego en la memoria de los asalariados. Por eso hoy se fue rodeado de sindicatos y cooperativas, despedido por el llanto silencioso gente muy humilde, por la clase social a la que entregó su vida y con cuya identidad será recordado.
En la defensa de Ney Thedy, el colono arbitrariamente desalojado por el Instituto de Colonización, Helios hizo varias veces el largo viaje hasta Bella Unión llevando sus 85 años a cuestas, La última fue y vino en el día, sabiendo demasiado bien que cada quilómetro recorrido acercaba su salud al peligro. Lo asumía concientemente, siempre fue así. El 25 de mayo, en su despacho, veinte minutos antes de sufrir el infarto cerebral, Helios terminó otro escrito en favor de su defendido. El escrito fue presentado en el juzgado letrado de Bella Unión el martes 29 de mayo, cuando ya su autor estaba internado en el CTI de una mutualista. Un símbolo de su actitud de entrega generosa, solidaria, sin cálculos materiales, porque en la solidaridad con Ney Thedy se sintetiza el proyecto de sociedad y de ser humano que Helios Sarthou deseaba y que fue el contenido de su intensa práctica social. Hasta se podría pensar que para poner punto final a su actividad política Helios sacó este episodio de su galera. Un acto político elegido para culminar la vida vinculado, estrechamente vinculado, al imaginario de las luchas sociales de los trabajadores de la caña de azúcar y la memoria de Raúl Sendic (padre), otro defensor de los pobres, otro revolucionario inolvidable. Ojalá todos pudiéramos morir con la dignidad que lo ha hecho Helios Sarthou.
Jorge Zabalza
02/06/2012
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