“(...) Ser virtuosos solo por el orgullo de serlo... ¡Y con nuestro propio ejemplo!!!”
Más de una vez, los mismos que traicionaron vilmente a la Revolución Oriental y su esclarecedor proyecto de Patria Grande, pretendieron valerse de la presencia señera del Viejo Artigas para convalidar la farsa de “república” que se iba consolidando en la primera mitad del siglo XIX mediante la alianza carroñera entre los sectores oligárquico-imperialistas enemigos acérrimos del artiguismo y su concepción de sociedad realmente liberada de las cadenas del colonialismo.
Querían traerlo del Paraguay con bombos y platillos, presentándolo como el guerrillero lírico que no había sabido comprender “el rumbo de la historia”, pero al que todo el mundo aún amaba (cosa cierta; en esto no se equivocaban) tras su exilio en el territorio geográfico y humano que unas décadas después sería literal e imperdonablemente arrasado por una “triple alianza” de miserables y asesinos (de Argentina, Brasil y del invento inglés de la “República Oriental del Uruguay”) al servicio del imperio británico y de los apetitos latifundistas vendepatria más retrógrados y parasitarios imaginables en los albores del capitalismo dependiente del Río de La Plata.
Directamente, Artigas los mandó una y otra vez al diablo. Se toparon con una muralla de honor y dignidad insobornables que fueron su “forma de ser” y que explican el lugar que este hombre sigue ocupando y seguirá ocupando en el alma popular latinoamericana.
Renunciaba así a un sainete grotesco y burlón, a la representación circense de un orden social necesitado de un monigote figureti dispuesto a encarnar el paradigma viviente de “la unidad del pueblo oriental” que aquellos mismos traidores habían destrozado, propiamente, coronando su obra ladina y genocida con la inconcebible masacre colectiva de quienes más consecuentemente asumieron en cuerpo y alma la voluntad inflexible de enfrentar el despotismo disfrazado de “avance social”: la civilización charrúa, exterminada y sometida a un escarnio público digno de las garrapatas hipócritas que siguen creyéndose los dueños de “vidas y haciendas”.
Hoy lo tenemos claro: Artigas no quiso ponerse, no se puso al servicio de los principales exponentes de una ideología aborrecible que él mismo, con su pueblo ultrajado pero digno y valiente, habían combatido a muerte, hasta el martirio colectivo.
A poco menos de dos siglos de aquel gesto “principista” que engrandece aún más a Artigas y a 250 años de su nacimiento, una rara sintonía de espíritus y voluntades de gente de pueblo rebelada contra la fuerza de la costumbre, produce hoy la vivencia especial de sentir fuertemente que este presente nuestro está atado a aquel pasado indómito e irreverente, que, aún en la más aplastante derrota inmediata, guardó reservas morales que todavía pueden seguir alumbrando la senda ya trazada y que permiten afirmar sin grandilocuencia vana --pero también sin rifar el sentido épico de nuestra historia propia escrita con el ejemplo y con otras derrotas-- que estas reservas morales no se limitan a la admiración y el amor sostenido hacia quienes dieron sus vidas por una causa justa, certera y que sigue reclamando de los más infelices alternativas de lucha capaces de sustraerse a la lógica dominante impuesta por un neo-colonialismo que esencialmente no ha dejado de ser el colonialismo clásico, brutal, antipopular, saqueador, tramposo, repudiable.
En estos muros callejeros que en este luminoso octubre del 2014 gritan “Gane quien gane, pierde el pueblo. Votamos luchar”, contrastando con la infernal y súper costosa agitación electorera de la TV, la radio, la internet y lujosísimas publicaciones, hay un poco y un mucho de ese sentir la historia no como páginas de una enciclopedia entregada en capítulos por el diario de la oligarquía, sino como un continuo nervioso y fecundo de la vida de un pueblo para el que la revolución oriental es nuestro gran capítulo inconcluso.
Sin ampulosidad, sin delirios de grandeza, sin pretender absurdas analogías entre nosotros y nuestros venerables antepasados de la lucha popular revolucionaria, nos sentimos firmemente identificados con esta consigna pues creemos que ella refleja acertadamente el estado de ánimo de muy buena parte de nuestro pueblo trabajador, estafado en décadas y décadas por una supuesta democracia concebida e instrumentada para beneficio de la clase dominante y para el engaño perpetuo de los explotados y los oprimidos. Sintetiza el sentimiento y la percepción racional de muchísima gente defraudada sin tregua; pero, además, recoge la lección de que aún haciendo “la mejor opción” a la hora de las urnas, al rato nomás podemos estar siendo víctimas nuevamente del mismo engaño de siempre, o, en el mejor de los casos, sufriendo “lo menos peor” o “el daño menor”…
“Gane quien gane, pierde el pueblo. Votamos luchar” es como la leyenda al pie de una foto de nuestra cruda realidad que rompe los ojos y que impone la necesidad imperiosa de rectificar, y de hacerlo con audacia, sin sentirnos esclavos de fórmulas político-matemáticas inamovibles que indicarían que aquello que debería ser simplemente un medio (votar, por ejemplo), ha terminado siendo un fin en sí mismo. Sin poder concluir, razonablemente, que es practicable la democracia entre desiguales no por imperio del destino, sino desiguales por imposición de la fuerza y el despotismo arropado con multicolores trapos “civilistas” que son como el uniforme de la mentira presentado como emblema de la “convivencia” y el “contrato social” civilizado y pacífico.
Sonará tal vez caprichosa o irrespetuosa para muchos la “comparancia”, pero el presente parece habernos colocado en situación parecida a la de Artigas cuando se pretendió enredarlo con la invitación de los traidores. Aceptar en las actuales condiciones de nuestro pueblo y nuestro país, participar de la instancia electoral como si nada hubiese ocurrido; como si hoy no cayera por su propio peso el engaño perpetuo (el de ayer y el de hoy, el de los que nos ofrecen “el mal menor” de seguir con la estafa), sería para nosotros por lo menos una incongruencia sin sentido, un subestimar la oportunidad histórica de la deslegitimación incipiente, bien desde abajo, de una “democracia” que funciona solamente para beneficio de los garroneramente poderosos y que no puede funcionar de otro modo.
Por supuesto que da lugar a objeciones muy respetables y otras nada respetables, pero una de las maneras de plasmar la consigna “Gane quien gane, pierde el pueblo. Votamos luchar” a la luz de las próximas elecciones, es la de plegarnos a la admirable corriente NBA (nulo, en blanco, abstención) nacida en las elecciones municipales del año 2010, de manera masivamente espontánea e inorgánica, pero con un empuje y una permanencia que abren los ojos y hacen ver que esta vuelta de tuerca surgida del descontento y el desencanto populares, encierra entre otras cosas un enorme desafío hacia el futuro no muy lejano, en el que las fuerzas populares tendrán que combinar todo el empuje anímico de hoy, con un empuje organizativo y de objetivos que refuerce y multiplique este fenómeno que ligeramente llamamos NBA, pero que en realidad trasciende lo electoral y muestra la potencial profundidad de una opción que está muy lejos, por cierto, de la indiferencia o la apatía política.
Así la vemos, con todo el respeto que nos merecen las posturas que consideran necesario participar plenamente de las próximas elecciones burguesas aún en condiciones como las de hoy. Lo respetamos aunque no coincidamos y aunque tengamos la seguridad de que son relativamente irrelevantes los aspectos técnicos que no poca gente prioriza por encima de la posibilidad de hacerle sentir al sistema (todo, incluida su especialidad falsamente democrática) que ya no es enteramente dueño de las piezas de ajedrez o los naipes con los que viene tallando y estafándonos desde poco después que el Viejo Artigas nos advirtiera, rechazando dudosas y peligrosas investiduras de “autoridad”, que...
“(...) Los títulos son los fantasmas del Estado. Me basta el honor de sostener la libertad como un simple ciudadano. Debemos enseñar a nuestros paisanos a ser virtuosos solo por el orgullo de serlo... ¡Y con nuestro propio ejemplo!!!”.
Gabriel -Saracho- Carbajales, Montevideo, 20 de octubre de 2014, Primavera de la Dignidad
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