Tres escenarios para una transición
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La región se encuentra en un periodo de transición, que será prolongado e incluirá coyunturas de agudas tensiones y conflictos. Nada nuevo o que las fuerzas antisistémicas no hayan conocido en situaciones anteriores. Sin embargo, esta transición contiene tres escenarios diferentes que la hacen más compleja, toda vez que los sujetos que protagonizan cada uno de ellos son estructuralmente diferentes y tienen intereses y objetivos contradictorios, aunque no necesariamente antagónicos. Una realidad que se mueve a tres velocidades no puede sino aumentar exponencialmente los conflictos, de ahí la necesidad de abordarlos por separado.
Un primer escenario es la competencia entre estados, que se manifiesta en la transición de la dominación sin hegemonía de Estados Unidos hacia una región multipolar con tendencia a la hegemonía consensuada de Brasil en Sudamérica. Se trata, en resumidas cuentas, de la confrontación antimperialista, en la que está interesado un amplio abanico de fuerzas políticas y sociales, desde los más pobres hasta las burguesías industriales que abastecen los mercados internos.
Sujetos destacados de este combate son los estados nacionales administrados por fuerzas progresistas y de izquierda. La lucha antifascista, en la primera mitad del siglo XX, nos enseñó que no es un tema menor quién dirige el Estado, porque si se lo apropian los reaccionarios pueden destruir todo vestigio de movimiento popular durante un largo periodo. Incluso una inflexión menor, como la que representa el gobierno de Juan Manuel Santos frente al de Álvaro Uribe en Colombia, puede destrabar conflictos interestatales que favorecen la dominación imperialista.
Un segundo escenario tiene como actores principales a los movimientos sociales antististémicos y está directamente relacionado con la superación del capitalismo, una tarea que –como enseñaron los fundadores del movimiento obrero– sólo la pueden llevar adelante los oprimidos por sí mismos. No depende, por tanto, de los estados nacionales sino de la capacidad y la potencia de los de abajo para arrebatarle a las burguesías los medios de producción y de cambio y, a la vez, liberar las relaciones sociales no capitalistas existentes en el seno del mundo de los oprimidos.
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En tercer lugar, se registra un combate por superar el progreso, o sea el desarrollo indefinido de las fuerzas productivas, porque el planeta no puede soportarlo sin poner en riesgo la sobrevivencia de la humanidad. Este escenario está siendo protagonizado por las naciones indígenas aymaras, quechuas, mapuches, quechuas y amazónicas, con especial énfasis en Ecuador y Bolivia. La propuesta de Sumak Kawsay/Suma Qamaña (Buen Vivir/Buena Vida) busca abrirse paso desde una filosofía de vida hacia una práctica política, para lo que debe superar enormes obstáculos no sólo ante los estados sino también frente a buena parte de los movimientos antisistémicos.
Es el escenario más novedoso y el que conlleva mayores dificultades, ya que supone no sólo enfrentar el modelo occidental sino también el sentido común instalado en los sectores populares. Sin embargo, es un escenario vital porque un socialismo
desarrollistao asentado en la corriente del progreso no contiene una esperanza de futuro para la humanidad. Por eso mismo, es el combate que demorará más tiempo en ser instalado, aunque la crisis ambiental debe jugar a su favor.
Lo ideal sería que estos tres escenarios no fueran excluyentes sino complementarios, pero sabemos que eso no es posible porque los intereses en pugna son contradictorios. Los estados nacionales, primer escenario, están firmemente asentados en el extractivismo que promueve un modelo de exportaciones primarias, que va a contramano de los otros dos escenarios, porque necesitan ingresos frescos para sufragar sus crecientes presupuestos y la ampliación de las burocracias. Las derechas locales y el imperialismo alientan este modelo en el que aún tienen un papel que jugar.
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Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/10/08/index.php?section=opinion&article=022a1pol
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