Guatemala
El perdón diplomático y el otro
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Aquí, como en todo, conviene atender a lo que se calla, más que a lo que se dice: es interminable la lista de atropellos y crímenes protagonizados por el imperio en este su patio trasero: los contras de Nicaragua, los escuadrones de la muerte y el genocidio guatemalteco, el mayor del continente, la inoculación del dengue, primero en Cuba (a finales de 1980) y después en Nicaragua; esto, además de decenas de intervenciones violentas en casi todos los países africanos, latinoamericanos, musulmanes; genocidios, como los de Hiroshima y Nagasaki (cuando Japón ya estaba prácticamente rendido), o el actual y cobarde apoyo al artificial estado de Israel, racista y genocida contra los palestinos y otros países árabes… Aunque USA ha presentado disculpas diplomáticas por alguno de estos crímenes (por ejemplo el presidente Clinton por la operación “Éxito” que derrocó a nuestro Árbenz, o las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, y tal vez alguno más), la lista de los perdones que USA debe al mundo bien podría llenar un museo destinado a las perversiones imperiales.
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En un país como el nuestro, inexorablemente sometido, ni siquiera el perdón diplomático se aplica a los intereses de militares y oligarcas genocidas –por supuesto, mucho menos el perdón ético-. Interpreto que, según sus cálculos de riesgo, incluso el perdón diplomático sentaría un trágico precedente si alguno de ellos, traicionando la fidelidad de clan, pidiera disculpas por tanta, tantísima sangre inocente derramada en Guatemala. ¿Para qué pedir perdón a quienes, por destino histórico, han estado y estarán siempre debajo de sus botas?
Es una cuestión de poder. Por el contrario, cuando el poder vacila, se ablandan las actitudes y se piden las disculpas. Recuerdo que, al comenzar las exhumaciones de cementerios clandestinos en un pueblo maya del altiplano, algunos sanguinarios ex patrulleros, otrora prepotentes a la sombra de un ejército que ahora les abandonaba, se asustaron. Un día llegaron en comisión a ofrecer negociaciones a un líder de las víctimas, vinculado a organizaciones de derechos humanos: darían dinero a las víctimas de su aldea, con tal de que no siguieran adelante con sus denuncias.
Pero la tónica es que en nuestro país, inexorablemente sometido, el perdón es tarea que sólo compete a los de abajo: que las víctimas olviden y perdonen para hacer posible la paz firme y duradera; que la gente traumatizada perdone para atraer la calma a sus corazones; que los creyentes perdonen para agradar a los dioses católicos o evangélicos; que los oprimidos y excluidos dejen la confrontación… Hay que perdonar, nos dicen los amos del país, los políticos, los funcionarios del Estado, los curas y los pastores.
Pero pocos dicen: es imprescriptible que nos pidan perdón, que los agresores en todos los grados de la escala social (ricos, ladinos, autoridades indígenas, hombres, adultos, etc.) practiquemos la sabiduría de pedir perdón. Que suene esa palabra en este país triste y ofendido. Necesitamos escucharla sobre todo de los que se apoderaron de las tierras y las gentes. Una voz que jamás ha sonado en nuestros parajes, la que reclaman hasta las piedras. Por ejemplo: yo, militar del Ejército guatemalteco, yo, miembro de las rancias familias de la oligarquía, me dirijo a ustedes, paisanos guatemaltecos, para pedirles perdón y estoy decidido a cambiar, cueste lo que cueste, mis actitudes hacia ustedes.
¡Dulces, extrañas, insólitas palabras…!
Si se escucharan esas palabras algún día en Guatemala, estoy seguro, silbarían canciones los vientos de los Cuchumatanes, se estremecerían hasta las lágrimas los bosques lluviosos de la Verapaz, suspirarían como adolescentes las flores de Guatemala y aplaudirían aguaceros contra los sombreros verdes de las milpas. Ese día la memoria de cientos de miles de guatemaltecos mayas y mestizos pobres rompería aguas y comenzaría a parir el futuro.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR
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