Por Martín Granovsky
Se paró frente al presidente Sebastián Piñera y, de jefe a jefe, le dijo: “Espero que esto nunca vuelva a ocurrir”. Y también: “Estoy orgulloso de vivir en este país”. Después, Luis Urzúa se abrazó con Piñera, abrazó fuerte al ingeniero Andrés Sougarret, de la Corporación del Cobre, abrazó muy fuerte a su hijo, habló con ellos y con otros y rompió el protocolo médico. Nada de camilla. Nada de apuro. Terminó de pie cantando ese himno que pone a Chile como “tumba de los libres” o como “asilo contra la opresión”.


La historia no es una línea recta. Allende nacionalizó la gran minería del cobre (no la San José, que en Chile es considerada minería mediana) en 1971. Designó al frente de la empresa estatal Codelco a uno de sus asesores jóvenes, Jorge Arrate. La nacionalización aceleró el golpe. Pinochet dio marcha atrás con buena parte de las decisiones económicas de Allende, pero no reprivatizó el cobre, que siguió asegurando divisas a Chile y financiamiento a las Fuerzas Armadas. Lo estableció una cláusula por ley. Codelco siguió formando cuadros técnicos y transmitiendo oficios y saberes y durante los últimos dos meses organizó con éxito el rescate que el sector privado chileno era incapaz de afrontar. Ahí abajo, a 622 metros de la superficie seca de Atacama, un hijo de víctimas de la dictadura escribió un día un papelito informando que los 33 estaban vivos y organizó la rutina cotidiana sin dejar de alertarse cuando decaía la moral del grupo.

Sociedad con tradición autoritaria, que a veces parece fragmentada en castas, Chile no trató bien a sus trabajadores y se ensañó con ellos –con su vida, con sus organizaciones, con su salario, con sus condiciones de trabajo– desde 1973.
Para un minero no es novedad la vida de otro. Mario Castillo, dirigente de los estatales de Río Turbio, recordaba ayer que cuando él empezó en el oficio todavía largaban un pajarito a las galerías. “Si vivía es que había oxígeno sufriente”, dijo. “O prendíamos una llama y veíamos el color para darnos cuenta de si había gases peligrosos en el ambiente”, dijo también. En junio de 2004 murieron en Río Turbio 14 trabajadores. La empresa que había sido concesionaria hasta 2002 perteneciente a Sergio Taselli, deslindó responsabilidades. “La seguridad mejoró después del accidente”, dijo Castillo.
Según la OIT, que encabeza el chileno Juan Somavía, existe constancia de que más de dos millones de personas mueren por año en el mundo por causa directa de sus condiciones de empleo o por enfermedades contraídas en él. Nadie puede decir seriamente que la simple exposición de un problema a mil millones de personas a la vez, en transmisión desde Copiapó, dejará ese problema resuelto. Pero si la política y la acción sindical se sumaran con eficacia a la exposición pública contarían a su favor con un dato evidente: el rescate que terminó anoche hizo más visible para el mundo cómo es la vida de un minero y qué riesgos corre cuando aumenta la desproporción entre la rentabilidad empresaria y la seguridad de los trabajadores.
Por eso Luis Urzúa, el minero 33, el último del grupo que dejó el socavón, el último al que le gritaron “Chichichi/lelele/ Minerosdechile”, se merece un buen pisco.
-----------------------------------------
Viva Chile, Viva el Pueblo, Vivan los Trabajadores...
Salvador Allende G.
11 de septiembre de 1973
Enviado por Jorge Zabalza
No hay comentarios:
Publicar un comentario