Voces de Sabra y Chatila

Voces de Sabra y Chatila

En septiembre de 1982, en medio de la guerra civil del Líbano, la milicia falangista libanesa asesinó a miles de refugiados palestinos, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, en los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila en Beirut. Ambos lugares se encontraban bajo la supervisión del Ministro de Defensa israelí y comandante de la operación, Ariel Sharon. Sobrevivientes y testigos relatan tres días de horror y treinta años de dolor.

Um Chawki: "Contaré lo que vi a mis hijos y a mis nietos"
A Una mujer palestina muestra los retratos de sus familiares asesinados en Sabra y Chatila, hace 31 años. (Foto: Sharif Karim / Reuters)
Perdió a diecisiete miembros de su familia, incluidos su marido y su hijo de doce años. Desalojada de su casa por los falangistas, afirma que les acompañaban tres soldados israelíes. Su vivienda estaba en el barrio de Bir Hassán. Les obligaron a trasladarse al campamento de refugiados de Chatila. Separada de los hombres, les hicieron caminar por la carretera hasta la ciudad deportiva.

A los lados, había otras mujeres que lloraban y chillaban mientras contaban que habían matado a todos los hombres. Al atardecer, Um logró huir con sus hijas. Los soldados israelíes les permitieron abandonar el perímetro. Actuaban de forma arbitraria, facilitando el paso a unos y negándoselo a otros.

Dejó a sus hijas en la escuela de un barrio cercano y regresó a Chatila de madrugada. Acompañada de otra mujer, que había perdido a toda su familia, se aproximaron al barrio de Orsal, donde se amontonaban los cadáveres.
“Estaban irreconocibles. Tenían la cara deformada, estaban hinchados... Vi 28 cadáveres de una misma familia libanesa, dos de los cuales eran de dos mujeres con el vientre destripado... Intenté localizar las ropas de mi hijo y de mi marido. Busqué durante todo el día. Volví al día siguiente... No reconocí a ningún cadáver de la gente de Bir Hassán”.
Nunca halló los restos de su marido y su hijo. En su ausencia, una de sus hijas fue violada por un grupo de falangistas en retirada. “Pienso en lo que sucedió día y noche. He criado sola a mis hijos... Me vi obligada a mendigar. No lo olvidaré nunca. Quiero vengar todo lo ocurrido. Mi corazón está de luto. Es negro, como el color de mi vestido. Contaré lo que vi a mis hijos y a mis nietos”.
Siham Balqis: "Arrastrarse y morir"
Afiche en recuerdo a la masacre de Sabra y Chatila. La sangre cae desde dentro de un hogar bajo la sombra de un  soldado israelí. Fuente: Palestine Poster Project. 
Siham Balqis, residente del campamento Shatila, tenía 26 años cuando ocurrió la masacre. "Escuchamos disparos la noche del jueves, pero esto, no nos sorprendió, era la guerra y esto era un sonido habitual para nosotros", dijo a Al Jazeera. Vivía en el campamento de Shatila, al final de los dos campamentos. Recuerda que los milicianos comenzaron en el campamento de Sabra, avanzando hacia el norte. "No nos alcanzaron hasta el día sábado por la mañana."
A las 7 AM, ella fue enfrentada por tres falangistas y un soldado israelí que les ordenaron salir de su casa.
"Uno de los libaneses se lanzó hacia mí para atacarme, pero el israelí lo paró, como para demostrar que él era mejor que ellos", recordó.
Por la conmoción generada, una vecina libanesa se dirigió a los combatientes, diciendo que ella había escuchado que estaban matando gente. Los combatientes desestimaron sus comentarios, por lo que les pidió ayudar a los palestinos que fueron llevados al Hospital Gaza, que se encontraba al final del campamento de Sabra.
Después de preguntar por la ubicación del hospital, los combatientes rodearon el lugar, especialmente a unas 200 personas que se encontraban dentro del centro asistencial.
Una vez allí, ordenaron a los médicos y enfermeras a salir del edificio, la mayoría de ellos eran extranjeros o libaneses.
"Recuerdo que había un joven palestino de apellido Salem, de unos 20 años, que se puso un traje de médico para tratar de escapar", dijo Balqis. "Los milicianos libaneses lo atraparon, al descubrir que era palestino, le llenaron el cuerpo de balas."
A continuación, los  combatientes separaron el grupo, dejando a las mujeres a un lado y a los hombres en el otro.
"Ellos escogían a los hombres al azar y los hacían arrastrarse por el suelo. Ellos asumían que el que se arrastraba bien, era debido a algún tipo de entrenamiento militar, por lo que los trasladaban a un banco de arena y los asesinaban."
Los combatientes libaneses tomaron aquellos que no habían muerto y los obligaron a marchar sobre los cadáveres esparcidos por las calles hacia un gran estadio deportivo que se ubicaba en las afueras del campamento.
"Nos hicieron caminar sobre los cuerpos de los muertos, y entre las bombas de racimo", dijo Balqis. "En un momento pasé por un tanque, donde el cuerpo de un bebé de sólo pocos días de edad se encontraba aplastado y pegado a las orugas (ruedas del tanque)."
En el estadio, se encontraban los israelíes dirigiendo las acciones.
"Fue aquí donde los israelíes llevaron a mi hermano Salah, que tenía 30 años de edad, para ser interrogado", dijo.
Dentro del estadio los hombres fueron interrogados, torturados y asesinados. Pocos fueron capaces de salir con vida. Los israelíes los amenazaban, diciéndoles: "Si usted no coopera con nosotros, lo entregaremos a los falangistas".
Abú Maher: "¡Mátenla, mátenla, no la dejen escapar!"
Su familia huyó de sus hogares en Safad, en el Israel actual y permaneció en el campamento durante la masacre. En un principio no daba crédito a los hombres y mujeres que lo apremiaban a huir de su casa. “Una vecina se puso a gritar; me asomé y vi cómo la mataban a tiros. Su hija echó a correr; los asesinos la persiguieron gritando ‘¡Mátenla, mátenla, no la dejen escapar!’ Ella me gritó, pero no pude hacer nada. Al final logró escapar.”
Wadha Sabeq: "Cubierto de sangre"
Afiche en recuerdo a la masacre de Sabra y Chatila. La sangre cae desde dentro de los hogares bajo la sombra de un  soldado israelí. Fuente: Palestine Poster Project.
Wadha Sabeq, de 33 años de edad en aquel momento, se encontraba viviendo en Bir Hassan, un barrio predominantemente libanes a las afueras de los campamentos.
"El día viernes por la mañana, nuestros vecinos nos dijeron que teníamos que presentar nuestras identificaciones impresas en la embajada de Kuwait",  ubicada fuera de acceso al campamento de  Sabra, dijo a Al Jazeera. "Así que nos fuimos."
Ella llevó a sus ocho hijos, que tenían entre 3 a 19 años de edad.
Cuando pasaron por Shatila, fueron detenidos por los falangistas. "Nos llevaron con otros y separaron a los hombres de las mujeres." Los combatientes se llevaron a 15 hombres de su familia, incluyendo a su hijo Mohammad,  de 19 años de edad, a su hijo Alí de 15 años de edad, y a su hermano de 30 años.
"Alinearon los hombres contra la pared, y se les dijo a las mujeres que tenían que trasladarse al estadio. Nos ordenaron caminar en una sola fila, y no mirar ni a la izquierda ni a la derecha." Combatientes falangistas caminaron junto a ellos para asegurarse del cumplimiento de las instrucciones.
Esa fue la última vez que vio a su familia.
Una vez en el estadio, esperaron. "Todavía no sabíamos lo que estaba pasando, pensábamos que querían revisar nuestros documentos de identidad", dijo.
Después de pasar todo el día en el estadio, los israelíes los enviaron a casa.
La mañana siguiente Sabeq regresó al estadio para preguntar acerca de los hombres.
"Una mujer se acercó hasta el estadio gritando, diciéndonos que teníamos que ir al campamento a reconocer los cuerpos ", dijo.
Corrieron hasta el campamento, y al ver los cuerpos esparcidos por el suelo, Sabeq se desmayó. "No se podía ver las caras de los cuerpos, estaban cubiertos de sangre y desfigurados", dijo. "Sólo se podía identificar a la gente por la ropa que llevaban puesta”.
"No podía encontrar a mis hijos, ninguno de mi familia", dijo Sabeq. "Fuimos a la Media Luna Roja, a los hospitales, todos los días, para preguntar por ellos. Nadie tenía respuestas."
"Nunca encontramos sus cuerpos", dijo, con lágrimas corriendo por sus mejillas.
Jaled Abú Noor: "Lo que siento hoy es depresión"
Sobrevivientes de la masacre marchan portando los retratos de sus familiares asesinados. Foto: Zeina Azzam
Era un adolescente que había dejado el campamento para ir a las montañas a adiestrarse en la milicia antes que los falangistas aliados de Israel entraran en Sabra y Chatila. ¿Siente culpa por ello, por no haberse quedado a luchar con los violadores y asesinos? “Lo que siento hoy es depresión”, comenta.
“Exigimos justicia, procesos en tribunales internacionales… pero no hubo nada. Nadie fue declarado responsable, nadie compareció ante la justicia. Y por eso tuvimos que sufrir en la guerra de los campamentos de 1986 (a manos de libaneses chiítas), y por eso los israelíes pudieron dar muerte a tantos palestinos en la guerra de Gaza de 2008-2009. Si se hubiera juzgado a los asesinos de hace 30 años, esas otras matanzas no habrían ocurrido.”
Jameel Khalifa: "Nadie nos cree"
Una mujer llora, arrodillada frente a los cuerpos de los asesinados. Foto: anónimo.
Jameel Khalifa tenía 16 años de edad recién cumplidos cuando ocurrió la masacre.
"El sábado por la mañana, vimos [a los combatientes] bajar por el banco de arena y dirigirse hacia las casas", dijo a Al Jazeera. "Vimos los tanques llegando, con soldados israelíes y combatientes libaneses, algunos vestidos de civil, algunos con máscaras."
A medida que los combatientes comenzaron a golpear las puertas de entrada de las casas, la mayor parte de su familia escapó por la parte trasera a la vivienda vecina. Al oír las órdenes de los soldados que no nos iban a disparar si nos rendíamos, una mujer de edad avanzada destrozó un pañuelo blanco, repartiendo tiras a cada uno de ellos para poder agitar la tela de color blanco y así  impedir que los militares disparasen.
"Mi papá me llevaba, me decía que no saliera del refugio, pero le dije que debíamos," recordó ella.
Las mujeres salieron primero del refugio.
Cuando su madre salió de la vivienda, un combatiente libanés la empujó en el estómago con su Kalashnikov. "Te voy a matar, hija de ……"
Un soldado israelí observaba de cerca y le dijo en hebreo que la dejara.
"Mi padre estaba saliendo del refugio detrás de mi madre. Al salir, fue asesinado de un tiro en la cabeza por un soldado israelí", dijo Khalifa.
Como todo el mundo, el grupo se vio obligado por los combatientes a desplazarse. En el camino, Khalifa y algunos otros niños lograron escapar por un callejón hacia una mezquita situada al interior del campamento.
"Nos encontramos con un grupo de gente mayor que se estaba sentada afuera de la mezquita, y les dijimos que los israelíes habían llegado y estaban matando a la gente. No nos creyeron, nos llamaron mentirosos, y nos dijeron que los dejáramos en paz", dijo.
Khalifa, finalmente llegó al Hospital Gaza, donde tuvo la oportunidad de reunirse con su familia. Viendo como la gente alrededor de ellos fueron ejecutados, el grupo consiguió escapar a través de los muchos pequeños callejones y pasajes que componen el campamento.
"Estábamos muy asustados al salir porque habíamos visto como a otros que trataban de huir, fueron asesinados por los francotiradores", recordó Khalifa.
Se las arreglaron para salir del campamento y se refugiaron en una escuela en el barrio libanés de Cornich el Mazraa. Sólo regresaron al campamento, una vez que recibieron la noticia que la masacre había terminado.
"Volvimos a ver cadáveres descuartizados ya que los falangistas y los israelíes habían colocados minas debajo de ellos y los habían hecho explotar ", dijo.
"Recuerdo el olor. Era tan fuerte, y se mantuvo durante una semana, a pesar de que rociaron el campamento para deshacerse del mal olor."
Amina Sakaa: "Querían que viéramos lo que estaba ocurriendo"
Nos obligaron a estar de pie sobre los cadáveres de nuestros propios vecinos. Mi hermana quiso tapar mis ojos, pero un soldado se lo prohibió porque querían que viéramos lo que estaba ocurriendo». 
Sana Mahmoud Sersawi: "Ni mi marido ni el marido de mi hermana volvieron nunca”"
“Los israelíes que estaban apostados enfrente de la embajada de Kuwait y en la estación de servicio de Rihab a la entrada de Chatila pidieron por medio de los altavoces que fuéramos hacia ellos. Así es como nos encontramos en sus manos. Nos llevaron a la Cité Sportiff e hicieron andar a los hombres detrás de nosotras. Pero les quitaron las camisetas y empezaron a vendarles los ojos. Los israelíes interrogaron a los jóvenes y la Falange entregó a aproximadamente 200 personas más a los israelíes. Y así es como ni mi marido ni el marido de mi hermana volvieron nunca”.
Munir: "Si alguien de vosotros está herido lo llevaremos al hospital”"
“Los asesinos llegaron a la puerta del refugio y empezaron a gritar que saliera todo el mundo fuera. Pusieron contra la pared que había fuera a los hombres que encontraron dentro. Inmediatamente fueron ametrallados”. Mientras Munir miraba, los asesinos se fueron para matar a otros grupos y volvieron de pronto y abrieron fuego contra todo el mundo, y todos cayeron al suelo.
Munir se quedó tumbado sin moverse y sin saber si su madre y sus hermanas estaban muertas. Entonces oyó a los asesinos gritar: “"Si alguien de vosotros está herido lo llevaremos al hospital. No os preocupéis, levantaos y veréis”." Unas pocas personas trataron de levantarse o gimieron, e instantáneamente les dispararon en la cabeza. 
Robert Fisk, periodista: "El hedor de la descomposición"
Cuerpos descompuestos, lo que los testigos que puedieron ver al entrar a los campos de refugiados. Foto: anónimo.
Desde luego, quienes entramos en los campamentos en el tercer y último día de la masacre –el 18 de septiembre de 1982– tenemos nuestros propios recuerdos. Yo guardo en la mente la imagen de un hombre tirado en la calle principal, vestido con piyama y con su inocente bastón a su lado; la de dos mujeres y un niño baleados al lado de un caballo de muerto; la de una casa particular en la que me protegí de los asesinos con mi colega Loren Jenkins, del Washington Post, y donde encontramos una mujer que yacía en el patio a nuestro lado. Algunas de las mujeres fueron violadas antes de que las mataran. Los ejércitos de moscas, el hedor de la descomposición… uno se acuerda de esas cosas.
David Lamb, periodista: "Las madres morían aferradas a sus bebés"
“Fueron asesinadas familias enteras. Se ponía contra la pared a grupos de 10 a 20 personas y las acribillaban a balazos. Las madres morían aferradas a sus bebés. Parecía que a todos los hombres les habían disparado por la espalda. Cinco jóvenes en edad de combatir fueron atados a un camión y arrastrados por las calles del campo antes de que los mataran a tiros”.
Ignacio Cembrero, periodista: "Cuerpos amontonados de decenas de mujeres y niños".
No sé muy bien por qué, pero entramos en Chatila por su lado más terrible. De sopetón el olor del aire cambió. El hedor era insoportable. Ahí, a mi derecha, yacían los cuerpos amontonados de decenas de mujeres y niños, muchos de ellos bebés, tirados en el suelo. Les habían matado disparándoles o acribillados a navajazos. Antes de morir las madres habían intentado salvar a sus hijos. De ahí que algunos bebés estuviesen sepultados bajo el cuerpo de su progenitora o incrustados entre sus pechos como para que no pudiesen ver el horror.
Acabábamos de descubrir la matanza de Sabra y Chatila, la mayor de civiles palestinos desde que empezó el conflicto árabe-israelí. Eran las nueve de la mañana del sábado 18 de septiembre de 1982 y ya hacía calor en esos campamentos de refugiados en los suburbios meridionales de Beirut. Pero a esa hora aún ignorábamos la magnitud de lo que, 30 años después, se sigue recordando con pesar e ira en el mundo árabe.
Nos topamos con el horror nada más franquear la entrada de Chatila. Estaban allí los cadáveres de los palestinos descomponiéndose bajo un sol de justicia y nubes de moscas. Recuerdo que conté más de sesenta cadáveres aunque el número total de muertos rondaría finalmente los dos mil, según las estimaciones más fidedignas. Eran casi todas mujeres algunas, las más jóvenes, con las faldas levantadas o desnudas de cintura para abajo porque probablemente habían sido violadas.
Fançoise Demulder, reportera gráfica.
Una mujer palestina frente a un miliciano falangista. Foto: Francoise Demulder.
Logró que un miliciano tolerara su presencia. Contempló sobrecogida cómo mataba a mujeres, niños y ancianos, sin titubear ni experimentar remordimientos. Oculta bajo un pasamontañas, tal vez deseaba que circularan testimonios gráficos del horror desatado. De repente, aparece una anciana palestina con un pañuelo en la cabeza y los brazos extendidos, suplicando clemencia mientras su marido huye con sus nietos sobre un fondo de casas incendiadas. La fotografía obtuvo el premio World Press Photo, convirtiendo a Demulder en la primera mujer que obtenía ese galardón.
Jean Genet, escritor: "He visto lo que (el ejército israelí) hizo."
Las masacres no se perpetraron en silencio y en la oscuridad. Alumbrados por los cohetes luminosos israelíes, los oídos israelíes estaban, desde el jueves por la tarde, a la escucha en Chatila. Qué fiestas, qué juergas han tenido lugar allí donde la muerte parecía participar de la bacanal de los soldados ebrios de vino, ebrios de odio, y sin duda ebrios de alborozo por complacer al ejército israelí, que escuchaba, miraba, animaba, reprendía. No he visto al ejército israelí escuchando y mirando. He visto lo que hizo.
Hay que saber que Chatila y Sabra son kilómetros y kilómetros de callejuelas estrechas, las callejuelas son tan angostas, tan esqueléticas que dos personas no pueden avanzar a no ser que uno de ellos se ponga de perfil, obstruidas por escombros, bloques, ladrillos, harapos multicolores y sucios, y por la noche, bajo la luz de los cohetes israelíes que alumbraban el campamento, quince o veinte francotiradores, aun bien armados, no hubieran logrado hacer esta carnicería.
Los asesinos participaron en gran número y probablemente también escuadras de verdugos que abrían cabezas, tullían muslos, cortaban brazos, manos y dedos, arrastraban, trabados con una cuerda, a gente agonizando, hombres y mujeres que vivían aún porque la sangre ha chorreado abundantemente de sus cuerpos, hasta el punto de que no he podido saber quién, en el pasillo de una casa, había dejado ese riachuelo de sangre seca, desde el fondo del pasillo donde estaba el charco hasta el umbral donde se perdía en el polvo. 
Menahem Begin, Primer Ministro de Israel en 1982, ante el Parlamente israelí:
"En Chatila, en Sabra, unos no-judíos han masacrado a unos no-judíos, ¿en qué nos concierne eso a nosotros?"
De izquiera a derecha: Ariel Sharon (entonces Ministro de Defensa israelí y a cargo de los campos de refugiados de Sabra y Chatila) y Menahem Begin, Primer Ministro israelí. Foto: 1967, EPA. 

Fuentes:
Documentos:
Palestinalibre.org

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